martes, 30 de abril de 2013

Té de té

Ma. Mercedes Alemán--
Té de té
Se encontraron en la noche de imprevisto. Para él había pasado mucho tiempo desde su últimoencuentro y se lo dijo. Ella pensó que valorar cantidades era inútil, más tratándose de algo tan relativo como el tiempo.
Lo miró, no le hablaba. Se reía sin entender qué la había llevado a buscar chocolate una vez terminado el vino. Era julio, un martes. Faltaban unos minutos para que empezara el miércoles.
Tenía las manos frías. Pateaba como niña ofuscada y se reía pensando como había perdido los guantes. Como los puso en el canasto de la bici cuando salía del trabajo y como, mientras andaba, un pozo se cruzó en el camino. Derrapó.
Cuando se levantó, sin terminar de entender lo que sucedía, se aseguró que nadie hubiera visto la caída, miró sus manos y rodillas raspadas, subió a la bici y siguió como si nada. Pero ahora necesitaba los guantes. Guantes y un chocolate que calmara el frío. Una excusa para caminar, que el viento le volara los pelos y calmar las ansias provocadas por el exceso de vino. Lo que menos esperaba era encontrarlo. Cristóbal.

Lo vio hermoso, más que de costumbre. Se abrazaron. El abrazo duró más de veinte segundos. Pensó en besarlo, pero sintió que era una falta de respeto cortar ese momento. Cuando separaron los cuerpos él le dio la mano (notó que estaba lastimada) y le preguntó cómo estaba.

Sin poder controlar la sonrisa, contestó y siguió la formalidad repreguntando. Pensó que era muy probable que sus labios o dientes estuvieran manchados con vino. Entonces enseguida contó que había estado leyendo y bebiendo tinto malbec. Que no se podía dormir, se preparó un té y no lo tomó porque le agarraron ganas de viento y chocolate. Él la miraba. Miraba los pelos que iban y venían con el viento. Entonces le dijo: "Hace mucho que no te veía, estás linda. Los labios violetas siempre te sentaron bien".

¿Cómo explicarle que para ella no había pasado tanto tiempo? Que lo tenía presente a cada rato. Que había acomodado los muebles como él alguna vez le había sugerido. Que mientras andaba en la calle imaginaba encontrarlo en alguna esquina. Que sentía que su vida había dejado de pertenecerle y que todo había pasado a ser parte de él. No podía escuchar a George Harrison sin recordarlo, si alguien hablaba de Borges ella pensaba en el libro de su mesa de luz e, inevitablemente, cada vez que prendía la chimenea recordaba cuanto les gustaba quedarse dormidos sobre el sillón mirándola. ¿Cómo explicarle que eso a veces era motivo de bronca y llanto? Y es que Harrison y Borges supieron ser tan suyos antes que él apareciera. Es que dormirse en el sillón mirando la chimenea era algo que había hecho desde muy niña. Ahora, el último tiempo todo había pasado a ser parte de la vida con Cristóbal. Y él había decidido alejarse. No porque no la quisiera, sino porque no soportaba querer a alguien más que a sí mismo.

Se sentaron en la vereda. Se pusieron al día sobre sus vidas. Hablaron de las caídas en bicicleta. Comieron el chocolate. Entonces, se dieron cuenta que era ridículo estar tomando frío, ya era miércoles y al otro día madrugaban. Se miraron sonrientes. Cristóbal volvió a tomar la mano lastimada, la acarició y le dijo "¿vamos a tu casa?"

Ella lo miró, no había dejado de mirarlo ni un instante. Pensó en Harrison y Borges. Recordó el té sobre la mesa de la chimenea. Té de té, sin azúcar, que ya debería estar frío. Guardó la última barra de chocolate en el bolsillo del abrigo. "Mañana trabajo", contestó. Le besó la frente y se fue cantando bajito " I feelitnow. I hope yo­­­­­­ufeelit do…”.

También ver http://comamosfrutillas.blogspot.com.ar

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