lunes, 1 de abril de 2013

Mírame, escúchame… y lámeme: pulsiones escópicas, auditivas y oralesexacerbadas en la posmodernidad

Cristian E. Valenzuela Issac - Docente--
No,no,no
Es conocido el símbolo mafioso de los tres monos: el primero que tapa sus ojos, el segundo que tapa sus oídos y el tercero que tapa su boca. La lectura tradicional atribuiría a cada animal el valor de un ejercicio de la palabra paralizado o bloqueado frente a una situación de corrupción con la que se pueda estar en contacto y los imperativos mafiosos podrían bien ser traducidos como mandamientos siniestros: no deberás ver, no deberás escuchar y, mucho menos, deberás hablar.
Vamos a proponer, sin embargo, una lectura alternativa del imperativo mafioso que no sea excluyente de su valor tradicional. Que sea una radiografía de los nuevos monos mafiosos, que sean los monos del consumo posmoderno.

¿Podría pensarse la mano que tapa ojos, oídos y boca no como la mano de la mafia clásica de Don Corleone, sino como un cierto tipo de incitación? Abordemos la tarea, entonces, y veamos cómo podrían ser esas tres coacciones si las interpretamos como incitadoras y, al pobre mono, para mantenerlo controlado, se le exigiera en cambio hacer un uso excesivo de sus ojos, de sus oídos y de su boca.

¡Serás un espectador subestimado!

Es innegable que nuestra sociedad actual se funda en el poder de la imagen visual: desde aquello que pretendemos mostrar con nuestro modo de vestir o de lucir nuestro cuerpo, pasando por las publicidades de productos que copan la vía pública y las propagandas de los personajes políticos que intentan sonreírnos en confianza, hasta el tiempo que nos internamos frente a pantallas de todo tipo y de distintas pulgadas como las de los celulares, los televisores, las computadoras y los cines. Pero la pregunta incita a atravesar la superficie de la imagen: ¿qué vemos cuando vemos? No sólo son intenciones de agradar o desagradar, de convencernos o disuadirnos, sino también de mostrarnos una verdad y una falsedad.

Pero la mano controladora —si es que existe una sola mano o es una red de intereses —que faja nuestra vista no nos impone ya una oscuridad de tinieblas, sino una tempestad de estímulos intensos, que intentan inscribirse en nuestra conciencia. Las publicidades pueden ser un ejemplo, aunque no sólo aluden al elemento visual.

De cualquier modo, hay otra mano más bandida que desea tener nuestras pupilas abiertas. El propósito es sostenernos como espectadores y trazarnos subliminalmente el camino de nuestra mirada. Estas estrategias no se reducen simplemente a la publicidad gráfica, sino que atraviesan todo discurso icónico que excite nuestros cuerpos, incitando nuestras pasiones sexuales, nuestra ira o nuestra conmoción. Y las horas pasan frente a una pantalla fetichista en donde se bambolean senos, pectorales, glúteos y órganos sexuales por doquier; o una pantalla de juego sucio, que huele a la sangre derramada por peleas, golpizas, escupitajos y muerte, muchas veces filmada por los policías mismos que acuden a los crímenes; o una pantalla a flor de piel, que muestra la desgracia, la desdicha y el desfortunio, el dolor de la miseria ajena.

De ningún modo se trata de tapar las bellezas corporales, de censurar las peleas callejeras o negar que la miseria exista. No. Se trata de no aceptar esas imágenes como gratuitas e inocuas, de distinguir que están siempre enmarcadas y el dominio del pintor de esas escenas termina en los bordes de esa foto, en los bordes de esa pantalla. Y al correr la vista de esa pantalla, repensar cuántas de esas “bellezas” realmente existen y son bellas y deseables; cuántas de esas peleas son producto de la ira emanada por una sociedad que cultiva odio y cuánto de nuestro tiempo podemos dedicar mejor a colaborar con que otros individuos se liberen de sus miserias en vez de seguir durante 24 horas por tv la intimidad de otros individuos ociosos encerrados en el reality show de una casa de fantasía perversa.

¡Te aturdirán esas voces monótonas!

Quizás en las voces que llegan a nuestros oídos somos un poco más selectivos y muchas veces nos permitimos elegir qué cantarnos al oído para calmar la serie de gritos, ruidos y bocinazos de la ciudad. Y si no vivimos en la ciudad, quizás la nada del silencio angustie, por el abandono y por el olvido o por la monotonía de tener que escuchar siempre los mismos versos que no cambian el rumbo del acontecer. Sea por exceso o por defecto, nuestros oídos saben buscar un amparo y desasosegarse.

Y así nos enchufamos a nuestros auriculares. Y si el volumen del aparato debe ser el máximo para tapar al de los motores, lo será. ¿Quién no ha temido alguna vez interrumpir ese trance en el que se encuentran ciertos peatones y se ha encontrado solo en calles repletas de gente encerradas en su música y no dispuesta a escuchar hasta llegar a destino? Pero no hay salida… si la mano controladora ha encontrado nuevas técnicas de dominio, éste será el no poder ser libres de no escuchar: las radios pasarán hasta el hartazgo los mismos temas y nuestros conocidos repetirán hasta el vómito la opinión que les haya llegado de los acontecimientos de turno, en el mejor de los casos ampliada por experiencias personales que ya nos han contado infinidad de veces. Basta. ¡Mejor me escucho mi musiquita y me despiertan cuando llego!

Pero donde hay un nuevo hábito también hay una nueva oferta. Para nuestros amigos que aman el canto de las sirenas de sus Ipods y, por si no lo sabían, existe hace años un sitio de internet que se ocupa de comercializar a nivel mundial objetos sonoros peculiares (se los llama objetos sonoros binaurales). La oferta de archivos de audio que los usuarios pueden descargar es cada día mayor y presenta nombres tan variados y controversiales como, por ejemplo, “Marihuana”, “Éxtasis”, “Cocaína”, e incluso “Feromonas”, “Orgasmo”, o “Masoquista”. ¡Y atención! Estos nombres no tienen nada de verso, puesto que cada uno de estos objetos sonoros pretende provocar efectos similares a los de su nombre. Manipulando un poco los sonidos, las neurociencias han creado estos productos para el oído del consumidor. Sólo basta hacer un click, descargarlo y emprender ese viaje por el estímulo de tus ondas cerebrales.

Perderse en el mar del sonido no es difícil y las sirenas obnubilantes danzan allí por doquier. Pero si por un momento estas sirenas callaran, si por un momento dejara de sonar ese taladro de voces (siempre las mismas voces) que nos perturba y dejáramos de anestesiar nuestros tímpanos con droga de segunda, puede ser que en el fondo, algo de lo que escuchamos nos esté hablando a nosotros y nos hable porque necesita de nuestra voz.

¡Mantendrás la mordida ocupada!

No obstante, si nuestro deseo es hablar, las estrategias para mantener nuestras lenguas ocupadas también han sabido desarrollarse. Si la censura y el silencio pueden generar extrañeza en una sociedad en que todas las voces son llamadas de derecho a cantar (aunque algunas se escuchen más que otras por desigualdades de hecho), lo mejor será que cada uno desee mantener su boca ocupada.

Si nuestra imagen de los monos mafiosos representaban el ojo como vista y el oído como escucha, nada nos prohíbe interpretar la boca como su sentido correspondiente: el gusto. Así nuestros paladares se encontrarán ocupados y usaremos también nuestras bocas para consumir lo que aquella mano quiera hacernos deglutir.

Podríamos derivar nuestro discurso al cigarrillo y ver en esos puchos encendidos una luz de emergencia a nuestra salud; pero no, decidimos referirnos a otro agente que nos ata generando dependencia, como lo es la comida, uno de nuestros consumos primordiales, pero del cual ya muy pocos tienen el control.

Y comeremos azucares refinadas por grandes empresas, que aporten sólo efectos nocivos a nuestra salud y que además, generen en nosotros el deseo de seguir consumiéndolas. O pagaremos tres veces más productos express pre-cocidos, enlatados o freezados, porque el ritmo de nuestra vida no nos permite preparar nuestros propios alimentos. O ingeriremos las dosis justas de calcio en líquidos químicos que ya en su sabor ni tienen un mínimo dejo de sabor a leche. O reemplazaremos la pesadumbre de las calorías de más, que algunos alimentos poseen, no por una caminata que las queme, sino por aglutinantes artificiales que logren que existan, por ejemplo, hamburguesas light, cremas 0% grasas o papas fritas light con el aroma al tiramisú que no osamos probar.

No se trata de cerrar nuestras bocas, sino generar de distintos modos nuestra dependencia en el laberinto de alimentos sofisticados cuyas tablas de ingredientes ya no todos podemos descifrar. Se nos permite abrir bien la boca, pero esa mano está al acecho de hacernos tragar esa bomba de tiempo que cocinamos en el horno de nuestro organismo y que tarde o temprano explotará.

Qué linda manito que tengo yo…

¿Y quién es el dueño de esa mano depravada que invade nuestras visiones, ahonda en nuestros oídos y deposita sus residuos en nuestros estómagos? Una posibilidad es creer que es una Mano Negra, que regula las fichas de un juego de ajedrez maligno y del cual la mayoría de nosotros somos peones que no podemos retroceder. O quizás sean muchas las manos que tejen esta telaraña… Pero recordemos el símbolo inicial: la mano de cada mono es la suya propia, “esa mano” que nos paraliza y que nos hace perdernos en pantallas, sonidos y consumos extraños. Quizás la Mano Negra haya sólo tirado la primera pieza de un camino de fichas de dominó que caen por sí solas y nuestro opresor sea nuestra propia mano tendenciosa.

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