lunes, 1 de abril de 2013

Acerca de proyectos políticos y estructuras partidarias

Mauricio Epsztejn--

El estallido social de 2001 al que nos condujo el proyecto político dominaba a la Argentina, parió diversos movimientos sociales que buscaban, cada uno por su lado, un camino para salir del desastre. Al principio se trataba de solucionar los problemas más apremiantes mientras, sobre la marcha, se buscaba una salida política duradera. Fue un período de lucha y debate creativo que derribó íconos que se creían intocables e impuso la salida electoral de 2003, donde sorpresivamente Néstor
Kirchner llegó al gobierno. Un gobierno que paulatinamente fue ganando credibilidad entre los más postergados, que en él encontraron un interlocutor que tomaba compromisos y los cumplía.
Al mismo tiempo se le fueron acercando muchos otros que proponían soluciones parecidas a las que su gobierno iba impulsando. Allí comenzó una creciente articulación entre la mayoría de tales grupos con la estructura político-partidaria que venía acompañando al nuevo presidente. Con el tiempo, a ese entramado se le fueron sumando desprendimientos de viejos partidos populares cuyas dirigencias habían renegado de sus orígenes y tradiciones, gran parte de la intelectualidad y de la cultura y otros en cuyos corazones seguía ardiendo la llama encendida por las generaciones diezmadas por la dictadura, además de una creciente participación juvenil, que se hizo dramáticamente visible después de la muerte del propio Néstor Kirchner. La propia dinámica de los hechos actuó como incentivo para todos esos actores que pasaron a ver ese gobierno como propio; un respaldo que no fue ciego ni incondicional, en un espacio que se fue consolidando en número y organización y ayudó para que Néstor y Cristina pudieran empezar a separar la paja del trigo en la estructura heredada, al mismo tiempo que acumulaban legitimidad de ejercicio para profundizar y consolidar lo conseguido.

Ahora las cosas parecieran haber llegado a un punto en el cual frente al oficialismo se plantea el desafío propio de toda fuerza nueva, que irrumpe en un escenario que estuvo dominado por estructuras fosilizadas, a las que no debe copiar si pretende sostener en el tiempo su proyecto político. Y debe hacerlo en medio de una campaña electoral en la que, si bien todavía no está legalmente lanzada, todos los participantes juegan mucho de su futuro, algunos hasta su propia supervivencia política.

¿Qué sucedió en diciembre de 2001?

Una explicación simplista lo ubica como la crisis de un gobierno de inútiles y corruptos. Sin negar que ese pudo ser el detonante, por sí solo no explica el reclamo de “que se vayan todos”, consigna que englobó a los tres poderes del Estado y sacudió al conjunto de la sociedad civil, desbaratando los restos de credibilidad que la gente común tenía sobre los programas partidarios, las promesas electorales y la moral e idoneidad de quienes integraban esas estructuras.

Endilgarle toda la culpa a De la Rúa y su entorno, sin cuestionar el núcleo de su política y proyecto de país, impulsado por los poderes económicos internos e internacionales, es reducir la cuestión a un tema instrumental, posible de resolver con un cambio de equipo, lo que sacaría el debate del campo político para ubicarlo en el de la psiquiatría, el de los inimputables y a salvo de responsabilidades políticas y penales.

Lo que en realidad sucedió en diciembre de 2001, fue el quiebre de un proyecto de país y de las estructuras que lo sustentaban sin que aún hubieran madurado las en condiciones de reemplazarlo.

Por eso entre diciembre de 2001 y mediados de 2003 la Argentina fue cruzada por conflictos fuertes y dudas sobre por dónde se saldría de la crisis. El dilema lo resolvió la emergencia de un actor político inesperado que sorprendió a la mayoría y hasta posiblemente a él mismo, pero que afrontó la situación y fue para adelante. Un candidato que no respondía a los cánones vigentes y abrió una nueva etapa, una de doble poder, todavía no plenamente resuelta, en la que conviven lo viejo que se resiste a abandonar la escena, con lo nuevo en toda su compleja diversidad. Es la etapa que estamos transcurriendo, en la cual, como nunca antes en la historia, el destino de nuestro país está vinculado al concepto de Patria Grande sudamericana, donde la puja es como la que se da en todos los procesos sociales, en los cuales nada está garantizado por fuera de la participación organizada de las masas populares.

En la Argentina de 2009, con el resultado de la disputa por la Resolución 125 todavía fresco, hubo quienes creyeron que el desparramo de partidos, grupos y personajes que dejó a su paso el estallido de 2001 había llegado a su fin y era el momento de recuperar el lugar del cual habían sido desplazados. Entonces, como jauría que huele sangre, se lanzaron en malón al asalto de las instituciones del Estado y a disputar por el reparto de un botín arrebatado a un oficialismo supuestamente agonizante. Salvo honrosas excepciones, esa Armada Brancaleone actuó en bloque, sin diferencias de ideología o matiz. Fracasó porque el moribundo estaba bien vivo y porque además, su única propuesta era el rechazo a lo popular y la vuelta al pasado.

Sin embargo, por esas triquiñuelas de la historia, lo que pasó dejó bajo los reflectores de la realidad a los que siempre manejaron el poder desde la penumbra, sin exponer su propia cara. Los obligó a mostrar la coherencia que tienen sus proyectos de un país para pocos, su solidez ideológica, sus negocios poco transparentes, su poder mediático y cuántos votos son capaces de juntar tras esa propuesta.

Para quienes adhieren a los proyectos nacionales, populares y democráticos sería suicida subestimar la capacidad gatopardista de la derecha, la de cambiar algo para que todo siga igual. Ella tiene experiencia de trabajo entre la gente, cuadros no quemados con capacidad para construir una estructura en condiciones de disputar el espacio ciudadano y esconder tras gestos campechanos sus verdaderas intenciones de poder.

Conviene no confundirse al escuchar hablar de pobreza, corrupción, fuga de capitales, inflación, déficit habitacional, salud pública, educación postergada y otros temas por el estilo, tan caros a la sensibilidad popular. No alcanza con enumerar lo que falta, sino ver quién lo dice y qué responsabilidad tuvo el sector al que pertenece para que eso sucediera.

Como ejemplo, vale la pena recordar el modo en que Eva Perón saldó el tema de los pobres y la pobreza, cuando les puso los puntos sobre las íes a las “señoras” de la Sociedad de Beneficencia.

Por eso es bueno lo que está sucediendo, conocer la cara y oír hablar a los generadores de nuestro drama, que hoy se presentan como salvadores de la Patria.

Pero además, tener memoria.

Proyecto político y organización

Cualquiera sabe que un proyecto político y la organización capaz de materializarlo son asuntos indisolubles. Los partidos políticos tal cual los conocimos, nacieron en nuestro país como variantes de los que a nivel mundial generó el capitalismo de la libre competencia, en una etapa de consolidación de los estados nacionales, en cuyos marcos se desarrollaron las clases sociales y donde el nivel de participación popular tuvo los límites propios del momento. Hasta cierto punto se fueron adaptando a los cambios producidos dentro del sistema, hasta que empezaron a perder legitimidad social con el avance de la globalización capitalista, un conflicto que se da a nivel mundial.

El fin de la dictadura cívico-militar en la Argentina despertó grandes esperanzas, sobre todo en las jóvenes generaciones. Sin embargo, las instituciones estatales y los partidos políticos siguieron con sus estructuras ancladas en el pasado, colonizadas por camarillas corruptas vinculadas a los tradicionales poderes fácticos, sólo interesadas en defender sus intereses burocráticos, lo que desembocó en el estallido de diciembre de 2001, que los abarcó a todos.

¿En la Argentina de 2003 había alguien que tuviera un proyecto político creíble para salir de la crisis?

Ninguno de los candidatos conocidos y taquilleros ofrecía más que un bla, bla, bla,…hueco, vago e inaceptable. Seguramente por eso sumó votos Carlos Menem, favorecido en la comparación con la Alianza, madre de varios de sus competidores. Sin embargo, desistió de competir frente a un casi desconocido Néstor Kirchner, convencido que tras el patagónico se iba a encolumnar la mayoría de los votantes.

¿Néstor Kirchner tenía un proyecto político? Por lo menos masivamente no se lo conocía. Entre sus votantes hubo de todo, desde quienes lo consideraban un “chirolita”, hasta los que lo eligieron como mal menor, que agitaba consignas de las que se iba a olvidar en la puerta de la Rosada.

De cómo no fue así, de cómo fue coherente con sus convicciones a pesar de los errores propios de atreverse a encarar una gestión sobre terreno minado, de cómo los fue corrigiendo y adaptando sobre la marcha, es historia reciente y se continúa con Cristina Fernández de Kirchner.

Fortalezas y debilidades del kirchnerismo y la oposición

De entrada Néstor Kirchner dejó claro con qué política y con qué sujetos sociales pensaba organizar una fuerza nacional capaz de sostener el proyecto que puso en marcha y en esa dirección encaminó sus primeras medidas.

De ese modo, el Frente para la Victoria, uno de los lemas que presentó el peronismo en 2003 como reflejo de su propia crisis, empezó a sumar sectores provenientes del movimiento piquetero que fueron recuperando sus fuentes de trabajo, de grupos sindicalizados, de movimientos barriales, de derechos humanos, comedores populares, de la cultura e intelectualidad, desprendimientos de partidos políticos cuyas cúpulas habían renegado de sus tradiciones nacionales y populares y una masa de gente no enrolada en formaciones preexistente, pero que se sintió convocada a participar en la construcción de una herramienta cuyo proyecto de país se fue perfeccionando en medio del debate y la participación colectiva, no exento de rispideces, donde el componente juvenil le fue confiriendo una vitalidad y alegría, que pasó a ser una de sus marcas distintivas.

Este conglomerado multicolor que hoy reconoce el liderazgo indiscutido de Cristina Fernández de Kirchner, no responde a ningún esquema organizativo tradicional y, en potencia, representa una fuerza formidable. Pero, si bien tiene ciertas características frentistas, aún no construyó los espacios donde sus distintos componentes puedan discutir abiertamente la política, los aciertos, los errores, las estrategias. Eso lleva a que cuestiones trascendentes se terminen resolviendo en ámbitos chicos y herméticos, a veces bien, a veces mal, lo que a futuro implica un riesgo. Cualquier grupo u organización se referencia en líderes, pero es una verdad de Perogrullo que si no supera ese estadio de organización afronta demasiados riesgos para la continuidad de un proyecto que a cada paso se acompleja. Es algo que conoce bien la Presidenta porque fue sintetizado por Perón, el fundador del movimiento al que pertenece, con aquella frase de que “La organización vence al tiempo”.

¿Qué formato organizativo requerirá esta etapa? Es un desafío que seguramente están debatiendo y sería bueno hacerlo público para recibir el aporte de los interesados en que el proceso avance. Eso acentuaría la democracia y marcaría una sustancial diferencia con todo lo que le precedió.

¿Qué se puede decir del archipiélago opositor? Hasta ahora, de su seno no ha surgido ninguna propuesta que supere al kirchnerismo por la positiva. Van desde los nostálgicos del pasado, hasta los que se dedican a inventariar las falencias y errores oficialistas, sin un mínimo de autocrítica sobre sus responsabilidades como ejecutores de políticas suicidas. Todo indica que por más ingeniería electoral que intenten, será difícil que por ese lado surja alguna estructura durable capaz de generar un proyecto superador al del actual oficialismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar, compartir y opinar