lunes, 1 de abril de 2013

BARRAS BRAVAS

Antecedentes que no se pueden soslayar si es que realmente se le quiere poner el cascabel al monstruo.

Osvaldo Riganti--
Salvemos al fútbol
Durante varios partidos del torneo de la AFA en que el club Excursionistas jugó como visitante, directivos y jugadores de esa entidad padecieron ataques propios de una criminalidad que estremece y aunque el tema no es una novedad dentro de lo que se ve en las canchas,  los dos episodios que a continuación se relatan valen como muestra adicional.

El primero se produjo en la cancha de San Miguel. Allí fueron golpeados tranquilamente, con saña, como lo ilustraron el 16 de diciembre de 2012 diversos medios de prensa (hay videos), en los que se ve a la "barra" local, que luego de la agresión siguieron yendo y viniendo sin inconvenientes por el club durante largo rato, acompañados por la policía.
El segundo fue al reinicio del torneo sabatino, cuando el micro que transportaba a la delegación del club del Bajo Belgrano había abandonado la cancha que El Porvenir tiene en Gerli y a las pocas cuadras, en Avellaneda, fue baleado.

Como factor común de todo esto, hubo una pasividad pasmosa y no se conoce indicio alguno de  pasos concretos para poner a buen recaudo a los responsables de la barbarie, quienes a esta altura seguramente podrán decir muy sueltos de cuerpo algo parecido a "Nosotros lo hicimos al fotógrafo y estamos aquí", como solían jactarse en la tribuna de Estudiantes los asesinos del fotógrafo José Luis Cabezas, de cuya barra formaban parte.

Barras
Episodios de esta magnitud se pueden encontrar desde tiempo aún más remoto que el caso del fotógrafo de la revista "Noticias", en que la pasividad y la impunidad como los padeció la gente de Excursionistas provocan lógica indignación. Sin embargo, eso no debe llevar a proponer soluciones alocadas e inconducentes, como las que algunos camanduleros mediáticos deslizan para llevar aguas a su molino.

El tema tiene raíces institucionales profundas, que es necesario extirpar de cuajo para no quedarnos en mera declamación y hacerlo sin facilismos ni apelaciones a "cárcel y palos" consignas que por sí solas no resuelven nada.

En el número de mayo de 1974 la revista "Movimiento" dió cuenta del cuadro de devastación en que habían dejado al fútbol argentino las intervenciones que pasaron por la AFA, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía y sus sucesores, entre 1966 y 1973. Junto a la denuncia de inmoralidades de diversa índole, esa publicación explicaba que el accionar de las "barras bravas" era una herencia funesta dejada por aquella dictadura militar, que prohibió el uso del bombo y consignas peronistas en las canchas, pero creó una institucionalidad corrupta cuyos personajes son "casi los exclusivos culpables del brote de violencia en las canchas" y con su "silencio cómplice" apañan a esas "barras de pendencieros que todos los domingos siembran el pánico entre los espectadores".

La breve restauración democrática de aquellos años no impidió la irrupción de personajes que alentaron y consolidaron la estructura de las "barras bravas" como acople de estrategias represivas. Así el entonces Jefe de la Policía Federal, Comisario Alberto Villar, se reunía sin pudor con esos personajes y delineaba cursos de acción contra el considerado "flagelo subversivo". Las formas de captación y asimilación de tales elementos violentos fueron profundizadas durante los mundiales de 1978 y 1982. Augusto Conte, diputado nacional democristiano, ya fallecido, denunció en el Congreso cómo las autoridades del Proceso llamaron a los jefes de las barras bravas para decirles que no hicieran desmanes, pero que si alguien se oponía a la dictadura, lo enfrentaran. En su pormenorizada exposición sentenció Conte: "La cúpula militar entronizó políticamente a las barras bravas en el país".

En "Fútbol pasión de multitudes y de élites" Ariel Scher y Héctor Palomino explican: "Distintas fuentes de la época señalan que detrás de la intención de conformar un grupo que alentara a los futbolistas argentinos subyacía el objetivo de contar con un grupo de choque que evitara la difusión de consignas contra la dictadura en los encuentros del Mundial en que actuara la Selección Argentina".

El 15 de abril de 1985, "El Negro Thompson", líder de la barra de Quilmes, contaba como algo natural que durante aquellos años "se me ocurrió la idea de juntar a representantes de las hinchadas para ir a alentar a la Selección en España", consiguiendo "publicidad de Adidas, de la cervecería Quilmes, de la viuda de Fortabat".

Amílcar Romero refiere en el libro "Muerte en la cancha", la "perversa complicidad" de la barra de Gimnasia con el general Camps cuando era Jefe de la policía Bonaerense durante la dictadura de Videla: "A  las órdenes del fallecido y mítico jefe, Marcelo Amuchástegui (alias “El Loco Fierro”), el sector más duro de la barra integraba los grupos de tareas que salían a cazar personas en La Plata". El "Loco Fierro” murió en junio de 1991 tras un tiroteo con la policía. Sus cenizas fueron esparcidas en la cancha de Gimnasia y entre los asistentes estuvo el ex juez y camarista platense Alberto Durán. "Le Monde" se refería al tema y a la justificación del personaje: "Al velorio de Fierro fuimos todos porque él era un guapo de verdad".

Se trata entonces de un estado de cosas que la sociedad argentina ya no aguanta. Pero que no se pueden desatender sus raíces, para no caer en equívocos que lleven a situaciones aún más tristes. Estamos en presencia de un "monstruo" que sentó sus reales cuando nos gobernó durante años  la ley de la selva, bajo el imperio de condiciones de atraso y dependencia, de exclusión y represión. Cualquier conjetura que se haga en pos de delirios fascistoides, falla por la base. Asumida esa realidad, se trata de poner de una vez y para siempre el cascabel al monstruo. Como hicieron sociedades evolucionadas que padecieron el mismo problema y salieron del atolladero por caminos racionales.

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