Mauricio Epsztejn—
Cuando en la mañana del domingo 25 de octubre se habilitaron
los lugares de votación, a nadie le cabían dudas —fueran oficialistas,
opositores, encuestadores y a este mismo columnista—, sobre quién obtendría más
votos. La única discusión pasaba por si Scioli superaría el 40%, con diez
puntos de ventaja sobre el segundo, lo que le permitiría consagrarse
automáticamente presidente o si no cumpliría alguna de las dos condiciones y
obligara a una segunda vuelta. Al final del día la realidad pulverizó las especulaciones
y, aunque Scioli sacó más votos, descendió relativamente respecto a las PASO y la
diferencia con Macri se redujo a casi el margen de error que se dan los
encuestadores. Entonces, la celebración y las esperanzas se mudaron al bunker
amarillo.