Mauricio Epsztejn—
Cuando en la mañana del domingo 25 de octubre se habilitaron
los lugares de votación, a nadie le cabían dudas —fueran oficialistas,
opositores, encuestadores y a este mismo columnista—, sobre quién obtendría más
votos. La única discusión pasaba por si Scioli superaría el 40%, con diez
puntos de ventaja sobre el segundo, lo que le permitiría consagrarse
automáticamente presidente o si no cumpliría alguna de las dos condiciones y
obligara a una segunda vuelta. Al final del día la realidad pulverizó las especulaciones
y, aunque Scioli sacó más votos, descendió relativamente respecto a las PASO y la
diferencia con Macri se redujo a casi el margen de error que se dan los
encuestadores. Entonces, la celebración y las esperanzas se mudaron al bunker
amarillo.
Ahora sólo quedaron dos opciones, que se corresponden
explícita e implícitamente a los dos proyectos de país en pugna:
Uno es el encabezado por Macri, que prioriza la valorización
financiera con nuevo endeudamiento externo y predominio del “mercado”, es decir,
las clásicas recetas del FMI, de los grandes bancos y los buitres, que procuran
la apertura de la economía, con destrucción de la industria y desempleo, todo envuelto
en un discurso plagado de palabras marketineras que intentan ocultarle al grueso
de la ciudadanía sus verdaderos objetivos. En ese sentido es bueno recordar la
confesión de Menem cuando terminó abrazado con Alsogaray y Bunge y Born: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer, nadie
me votaba”.
¿Se acuerda, amigo lector cómo empezó y cómo terminó eso?
Empezó con la gente eufórica cobrando sus indemnizaciones e
invirtiéndolas en kioscos, verdulerías, parripollos y taxis o viajando a Miami
y Brasil para traer televisores y calzoncillos, mientras hasta las banderitas
argentinas se fabricaban en Taiwan. Y terminó estallando la burbuja del uno a
uno, con saqueos, ollas populares, mercado del trueque, fábricas cerradas,
comercios fundidos, un desempleo del 25% y un presidente huyendo en helicóptero
de la Casa Rosada mientras dejaba un tendal de asesinados detrás.
Eso sucedió aquí, en la Argentina, el país que ahora quieren
redimir con una “revolución de alegría” los mismos personajes y proyectos.
Actualmente “Cambiemos”, representa a ese proyecto y espacio, explícitamente antipopular
y antiperonista aunque le inaugure monumentos a su fallecido líder. Por eso no
es casual que por él militen Luis Espert, Carlos Melconián, Federico
Sturzenegger y otros, como Domingo Cavallo, que sucesiva y consecuentemente
fueron funcionarios de la dictadura, de Menem y de De la Rúa. En boca de estos
personajes, las palabras de preocupación por la suerte de los jubilados nos
trae a la memoria la burla de cuando Cavallo lloró ante las cámaras de
televisión al enfrentar a Norma Pla que reclamaba por la mísera asignación que
cobraban los jubilados. Aunque por piantavostos, hoy esos personajes hayan sido
corridos del centro de la escena por los asesores de imagen de “Cambiemos” —el
nombre que adoptó la nueva Alianza—, son los verdaderos artífices de la oculta propuesta
de Macri.
Para los
jóvenes que no vivieron aquella etapa y para los flacos de memoria, los videos
que ilustran esta nota les resultarán muy útiles.
El otro proyecto es el del plural campo nacional, popular y
democrático, cuya ejecución inició Néstor Kirchner, le siguió Cristina y en la
nueva etapa postula para la presidencia a Daniel Scioli con el Frente para la
Victoria, que en doce años ha producido una revolución inclusiva ampliando
derechos, creando trabajo, poniendo de pie una industria que estaba devastada,
multiplicando la producción rural, elevando la educación, la ciencia y la
cultura a niveles nunca antes alcanzados, mejorando la atención sanitaria de
toda la población, reconstruyendo el sistema previsional, impulsando la
integración latinoamericana, siendo ejemplo mundial en los Derechos Humanos, para
hacer sólo una somera enumeración una larga lista en continua expansión. Además,
como lo han demostrado los ya transcurridos tres períodos de gobierno, la
inclusión beneficia no sólo a los más postergados sino al conjunto de la
sociedad y a todas las áreas de la actividad nacional.
¿Que faltan cosas? Por supuesto, pero de esas no se van a
ocupar los causantes de la debacle de 2001, los que propugnan un nuevo
endeudamiento y sometimiento al FMI, al juez Griesa y a los buitres.
¿Qué hay sectores populares beneficiados por este proyecto
político, pero atrapados por los cantos de sirena de quienes antes los sumieron
en el desastre? Lamentablemente sí, pero no se trata aquí y ahora, a tres
semanas del ballotage, de abrir un debate sobre ese fenómeno profundo, que
excede la coyuntura, sino ayudar a ese sector a reflexionar, a tener memoria, porque
si el 22 de noviembre se vuelven a equivocar y ponen un voto equivocado en las
urnas, no hay vuelta atrás y los platos rotos los terminamos pagando ellos y nosotros.
Después de ese día habrá tiempo para desentrañar las causas y corregir los
errores para que no se repitan, pero ahora lo prioritario es que el espacio se
recupere de la helada y sorpresiva ducha de realidad a la que fue sometido hace
una semana.
Lo que cabe esperar hasta el 22 de noviembre por parte de Cambiemos
y los grandes grupos mediáticos, con quienes colabora un sector del Poder
Judicial, es que profundicen el mismo estilo de campaña sucia que vienen usado,
que mientan, deformen y calumnien mientras convocan al diálogo y los buenos
modales; que hablen contra la corrupción y el espionaje, los que como Macri,
Niembro y compañía son expertos en la materia, que lloren por los jubilados,
cuando Patricia Bullrich les bajó un 13% las remuneraciones, que denuncien espionaje
telefónico los procesados por ese delito. A eso le van a sumar tandas de promesas
sin apego a la verdad ni al modo de financiamiento y hacer comparaciones con la
provincia de Buenos Aires, haciendo abstracción de las dimensiones, los puntos
de partida y la dinámica del desarrollo.
Ante tal escenario, el Frente para la Victoria caería en una
trampa si intentara competir en el mismo terreno y replicar a la catarata de
calumnias sin fin, olvidando hablar de lo hecho en estos doce años, de lo que aún
falta, de lo que se puede lograr en el mediano plazo poniéndole nombre y
apellido a cada cosa, es decir, lugar y destinatario. Tampoco eludir ninguno de
los temas que como el de la seguridad democrática y las drogas, en el día a día
machacan con éxito los grandes medios e incluir la discusión sobre el rol del
estado, el tipo de estado y la responsabilidad de los ciudadanos.
A su vez, los militantes del Frente para la Victoria deberían
tomar muy en serio la reflexión de la presidenta sobre no contemplarse el
ombligo, cocinándose en la propia salsa, confundiendo la capacidad de
movilización con votos, porque los votos necesarios para ganar se consiguen
convenciendo a quienes aún no piensan como uno quisiera o no están seguros,
“dialogando de a uno con ellos”, como señalara en un reciente reportaje Alicia
Kirchner, refiriéndose al triunfo en Santa Cruz. Por eso, la consigna estampada
sobre la pared, el cartel, la mesa en una esquina, son importantes para mostrar
presencia, pero los votos se aseguran convenciendo con argumentos al pariente,
al amigo, al compañero de trabajo o estudio, al vecino.
De allí que quien escribe esta columna, que no es apolítico
ni indiferente a pesar de no tener ni buscar un vínculo orgánico con ninguna
estructura partidaria de este u otro espacio, pero como se siente comprometido
con el proyecto de país que promueve la fórmula de Daniel Scioli – Carlos
Zannini a presidente y vice, exhorta a sus lectores que la acompañen con
su voto.
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