Mauricio Epsztejn—
A escasos días de que se devele cuál de los encuestadores
arrimó mejor el bochín a los resultados finales, se puede anticipar que los seis
políticos anotados para el premio mayor parecen haber llegado a un consenso
sobre el que encabezará el pelotón. La incógnita que resolverán las urnas el mismo
25 de octubre será el porcentaje que obtendrá Daniel Scioli y la luz que le
sacará al segundo: si supera el 40% y aventaja por más de 10 puntos al que le
sigue, ese día automáticamente se consagrará presidente; de lo contrario, habrá
segunda vuelta. Si en el mundillo de los políticos ya hay varios que se muerden
los codos, en el más amplio, el de la gente común, proliferan las apuestas que
juegan desde plata hasta asados.
En cambio los candidatos a senadores y diputados nacionales la
tienen más fácil: ese mismo día se acaba la competencia y se resuelve quienes
entran y quienes quedan afuera.
Además de la disputa nacional, el 25 también habrá elecciones
para gobernador y otros cargos en once provincias.
Al momento de escribir esta nota, pareciera que la máxima
apuesta opositora sería la de intentar llegar a una segunda vuelta donde los
poderes fácticos jugaran la postrer carta de unificar los votos del espectro
antiK, opción que no excluye la intervención de la embajada norteamericana,
ducha en estas lides, donde más de un candidato o asesor de la contra es un
habitué de la casa que le ha escuchado buchonear y confesarse.
Durante los días que restan, ¿Puede haber maniobras y operaciones
de última hora que intenten torcer un resultado que aparece como el más
probable? Las diputadas Patricia Bullrich y Laura Alonso tienen muchas millas
por ese recorrido y la experiencia de Tucumán es demasiado reciente para olvidarla
o pecar de ingenuos; y aunque la credibilidad pública sobre las tapas de Clarín
y La Nación está bastante devaluada y vaya a contramano de sus propulsores y la
desesperación sea mala consejera, no cabe descartarlas ni subestimar el daño
que pueden provocarle al sistema democrático.
En tren de debates y
propuestas
Si uno se atiene a lo sucedido a partir de 2011 apenas se
conoció el arrasador triunfo de CFK, verá que la campaña electoral opositora
empezó realmente en ese momento. A partir de entonces, todo el arco antiK se
dedicó obsesivamente a poner palos en la rueda y combatir cualquier iniciativa
de inclusión social o de recuperación del patrimonio nacional impulsada por el oficialismo
con el argumento de que eso nos aislaba más del mundo y que el único objetivo
perseguido era llenarse los bolsillos a través de la corrupción, mientras la
economía del país se iba al diablo. Los políticos dejaron el comando de esa
campaña esmeriladora y golpista en manos de los grandes medios hegemónicos y
del gran capital especulativo que les diseñaron el libreto y la estrategia.
Las conclusiones que sacaron sobre los resultados
electorales de medio término parecieron darles la razón y entonces importaron
la figura del famoso “pato rengo” para anunciar la proximidad del “fin de ciclo”.
Sin embargo, algo falló en tales pronósticos de mal agüero: no hubo pato rengo,
ni fin de ciclo; el apoyo internacional a la Argentina es inmenso, tanto contra
los fondos buitres, como respecto al tema Malvinas y otros, mientras la
valoración positiva sobre el gobierno encabezado por Cristina, a dos meses de
terminar su mandato marca niveles que superan el 50%. Todo augura que ella va a
gobernar plenamente hasta el último minuto constitucional, antes de transferirlo
al nuevo gobernante elegido por la voluntad popular, muy probablemente Daniel
Scioli de su misma fuerza política, quién lo recibirá con un nivel de
estabilidad, gobernabilidad y normalidad institucional pocas veces visto en la
historia de este país.
Frente a estos hechos, a esta realidad y esta trayectoria,
es lógico que hayan caído prontamente en el olvido las dos horas de televisión
donde el pelotón rezagado de cinco pretendientes a la Rosada revoleó
generalidades y macanearon a granel, aunque conservando los buenos modales y
las pautas establecidas.
Algo para tener en
cuenta
Este año hubo una maratón de elecciones de diversos niveles
y categorías. Eso produjo en buena parte de la ciudadanía cierto cansancio y
fastidio por el bombardeo de slogans y candidatos que agitan cuestiones
insustanciales, ajenas a su vida cotidiana, a la de su entorno y a la del país.
Sería erróneo considerar esta reacción como desinterés por las cosas públicas o
por la política. Más bien es saturación ante mensajes percibidos como puro
marketing vacío de ideas, que consideran al ciudadano un consumidor al que son
capaces de venderle un candidato. Es un desprecio y una subestimación del nivel
de conciencia política y social alcanzado por nuestro pueblo. A criterio de
este escriba, es un mérito adicional del kirchnerismo no haber caído en esa
trampa y persistir en la búsqueda de que los opositores discutan de política y exhiban
sus verdaderas propuestas o queden con la anatomía al aire. Por eso, nadie con
dos dedos de frente, se tragó la repentina conversión de Macri al kirchnerismo
y al peronismo. Al contrario, al oficialismo le sirvieron en bandeja la materia
prima para una seguidilla de humor desopilante. Por eso, y en su favor, sería
bueno que los conservadores, la derecha, se presenten como tales y aporten sus verdaderas
propuestas al debate de ideas, donde hasta en algunos casos pueden llegar a tener
razón, una razón que se descalifica sola cuando intenta mimetizarse y engañar a
un adversario que no es tonto.
Por último habría que pensar si no sería conveniente
unificar nacionalmente las fechas electorales de determinadas categorías y no
tener casi un año a todo el país en campaña electoral.
Y por último, último, cuando el amigo lector lea
la presente edición especial, es posible que esté casi con un pie en la calle o
ya en camino a la escuela donde le toca votar. Buena ocasión para festejar los
32 años continuados en el ejercicio de tal derecho, a pesar de los nostálgicos
de un pasado que no debemos olvidar, para evitar que se repita.
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