Osvaldo Riganti—
Desde aquellos remotos tiempos en que el
Estadio Monumental Antonio V. Liberti abrió sus puertas para la apertura y
cierre del Mundial 1978, ha transcurrido un largo camino.
Un camino que comprendió un período que
no estuvo a tono con las mejores tradiciones de River Plate, cuando se nominó
como socios honorarios a Videla y otros secuaces de la dictadura.
La medida causó consternación en los sectores
democráticos y fue creciendo un período de resistencia a la exaltación de tamaños
personajes.
Es opinión formada en la vida
“millonaria” que las autoridades que tuvieron aquella desgraciada decisión se
vieron presionados por la circunstancia de la época, con más la influencia del
todopoderoso Almirante Lacoste, “hombre fuerte” en el EAM 78 y también en las
filas de la banda roja, al punto que cuando se “destapó la olla” de los manejos
en la entidad en esos tiempos se multiplicaron los dedos acusadores hacia su
persona, imputándole decisiones que tuvieron graves consecuencias como la del
alejamiento de sus ídolos Ángel Labruna (entonces DT) y Norberto Alonso
(principal figura de formaciones campeonas en los ’70), que derivó en un
tobogán que condujo a River a una gravísima crisis en los años 1982 y 1983,
llevándolo al borde del descenso.
Muchas veces se recordó que el vocal
opositor Osvaldo Di Carlo, como su padre (notorio dirigente de la institución,
perseguido y encarcelado por los setembrinos de 1930 por su adhesión al yrigoyenismo)
le advertía al presidente de River: “No nos llene de esta gente, don Rafael, un
día nos van a poner una bomba y vamos a volar todos”. Se refería a la
circunstancia que era continua la afluencia de los jerarcas de la dictadura a
los palcos del club, en medio de la embriaguez del poder.
La bomba no llegó. Pero en medio del
ocaso del gobierno aragonista en el club y del procesista en el país uno de los
tantos conflictos que sacudía a la entidad motivó la mediación de la cúpula
militar, buscando zanjar una situación conflictiva con el recordado arquero
Fillol quién, aparte de su condición de puntal de varios campeonatos ganados en
los ‘70 y comienzos de los ‘80, fue subcapitán de la selección campeona del
mundo. Cuando después de conseguido el título los jugadores formaban fila para
saludar a la Junta Militar genocida que se auto atribuía la fiesta popular,
mientras el capitán Passarella intercambiaba salutaciones con los eufóricos
Videla, Massera y Agosti, Fillol pasó por detrás raudamente hacia los vestuarios,
esquivando el trato con los jefes de la banda gobernante.
El “proceso” agonizaba, un ciclo otrora
glorioso de la institución también y ahora él estaba en conflicto. Cerrando una
reunión de Comisión Directiva el presidente Aragón encomendó a sus pares
puntualidad para que lo acompañen a la
reunión del día siguiente con el ministro de Bienestar Social, Navajas Artaza,
que actuaba como mediador en el tema. En esa circunstancia lo interrumpió Di
Carlo. “Presidente, me va a tener que disculpar. Usted sabe que siendo
oficialista u opositor estuve siempre al lado del club en momentos difíciles.
Pero esta vez no va a poder contar conmigo”. Al preguntarle Aragón el motivo,
el pocos meses después vicepresidente Di Carlo (que llegaría a presidir por 6
meses a River Plate) fue contundente: “En estos 7 años no pisé nunca los
despachos de la dictadura, menos lo voy a hacer ahora que se están por ir”. Una
ovación, seguida de interminables aplausos, subrayó sus palabras.
A partir de las expresiones de Di Carlo
se agitó la conciencia cívica riverplatense. Durante el gobierno del doctor
Davicce, el entonces secretario y después presidente Aguilar (que como Abbatángelo
en el Boca macrista derrotó a los intereses del gerenciamiento) motorizó la
expulsión de Videla y los demás jerarcas del Proceso de Reorganización Nacional
como socios honorarios del club, concretada en una histórica Asamblea de
Representantes, cuya Mesa Directiva integré. En la misma, el entonces diputado
socialista Alfredo Bravo –torturado por
los esbirros del general Camps– tuvo participación en la definición de lo
resuelto.
Ya en tiempos del actual presidente
D´Onofrio, él mismo homenajeó en el centro de la cancha y antes de un partido,
a la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Carlotto, junto a su nieto
Guido Montoya –fanático riverplatense– en lo que se interpretó como una firme
definición institucional en defensa de los valores de la verdad, la memoria y
la justicia. Posición que se refirmó cuando en el Museo del Club tuvo lugar un
acto organizado por su presidente, Rodrigo Daskal –secundado por el vice
Patricio Nogueira– homenajeando a una gloria del club, Claudio Morresi, por su
trayectoria en los Derechos Humanos. Morresi fue una figura importante en el
equipo del River Campeón del Mundo 1986 y durante la presidencia de Néstor
Kirchner, formó parte del gobierno como Secretario de Deportes. Además de
D’Onofrio, el acto contó con la asistencia de su vice 2º Matías Patanián, del
presidente de Fútbol Amateur y 1er. vocal de la CD, Fernando Guarini,
hallándose también presentes el Secretario de Promoción de Derechos Humanos de
la Nación, Carlos Pisoni, y el Senador Abal Medina, ligado a la marcha de la
entidad. Finalizado el acto Morresi (que tuvo un hermano desaparecido en los
tiempos de la dictadura) dejó un mensaje de su autoría enfatizando el NUNCA
MÁS, a efectos de ser guardado en el Museo del club. El presidente D´Onofrio
por pedido expreso leyó en tono vibrante su contenido, entre continuas
manifestaciones de apoyo de los asistentes.
Superado un período de cerrado
oscurantismo y en sintonía con las luchas permanentes por el afianzamiento de
los Derechos Humanos, hoy River Plate tiene una actitud protagónica en la
materia.
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