lunes, 1 de abril de 2013

37º aniversario del golpe cívico-militar

Mauricio Epsztejn--

El último 24 de marzo se cumplió el 37º aniversario del golpe cívico-militar de 1976 que instauró la peor dictadura terrorista de la historia argentina. Decenas de miles de hombres y mujeres de todas las edades se volcaron a las calles y plazas del país para refirmar su voluntad de vivir en paz, donde la memoria y la verdad sirvan para que nunca se vuelva a repetir semejante etapa y para que la justicia cumpla de una vez por todas con la función de castigar por sus crímenes a los instigadores,
responsables y ejecutores civiles y militares del genocidio, fueran actores económicos, mediáticos, eclesiásticos o corporativos de cualquier tipo.

En ese rango, el documento leído por Estela de Carlotto enumeró a un conjunto de empresas que no sólo se beneficiaron con la política económica que implementó Martínez de Hoz, sino que sus
directivos participaron directamente en casos de torturas y desapariciones de trabajadores y militantes populares.

La principal manifestación, calculada en 130.000 personas, se concentró en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, a la que convocaron las Abuelas de Plaza de Mayo, Familiares de desaparecidos y detenidos por razones políticas, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y las agrupaciones Hermanos e H.I.J.O.S.

Este año, a los reclamos que ya se venían haciendo, se incorporó la fuerte exigencia dirigida al Poder Judicial, especialmente a su Corte Suprema, para que acelere la resolución de los casos sobre los que todavía no se pronunció, que ya llevan demasiado tiempo cajoneados, a pesar de las pruebas contundentes y la solidez con que se argumentaron las sentencias de los tribunales inferiores. Si no lo resuelven pronto, también serán responsables que suceda, como en el caso de Martínez de Hoz, que murió inocente porque todavía no tenía condena firme.

El documento también se sumó al clamor por la democratización de la justicia, para que se transparente, se ponga de cara a la sociedad y deje de apañar a los grupos de poder como en el caso de Clarín que se niega a cumplir la ley, que se depure de jueces que actuaron al servicio de la dictadura, como uno de sus brazos ejecutores, magistrados que hasta hoy siguen en sus puestos y amparan a sus cómplices.

Como en otras oportunidades, la solemnidad del acto y sus planteos no implicó rodearlo de seños adustos que suelen esconder hipocresías. La seriedad con que el acto recordó y homenajeó a los asesinados, a los desaparecidos, torturados, encarcelados, expatriados y en general los perseguidos por la dictadura, estuvo colmada de una juventud desbordante de entusiasmo y alegría, cada vez más comprometida con el futuro de su país; del resonar de tambores para que el mundo se entere que aquí hay un pueblo decidido a construir su destino junto a la Patria Grande y sin tutores; una seriedad que canta, baila y le ríe a la vida, sin las cuales no florece la esperanza que alienta la participación, la militancia y la lucha por construir un mundo mejor.

Quien escribe esta nota, veterano de aquella generación por la que se reclama justicia y se recogen sus banderas recuerda el mensaje de un periodista, poeta, político y guerrillero checo, Julius Fucik, que poco antes de ser fusilado por los nazis alcanzó a escribir: “Por la alegría he vivido, por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea unida nunca a mi nombre”.

Y por eso, cuando en los actos se invoca a los 30.000 compañeros desaparecidos, se une al coro que responde:

¡Presentes, ahora y siempre!

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