Mauricio Epsztejn—
Mientras esta nota se está escribiendo, en el recinto del
Senado empezó a sonar la campanilla convocando a sesión para discutir el proyecto
del Poder Ejecutivo, con los módicos cambios introducidos por los Diputados, para
derogar las leyes de Cerrojo y Pago Soberano que le permitan al Ejecutivo pagar
lo que piden los buitres, endeudando otra vez al país en el exterior y abriendo
un nuevo ciclo, como los ya conocidos, con la promesa oficialista de que eso
permitirá un futuro derrame venturoso después del manoseado latiguillo sobre “el
sacrificio al que obligó la herencia recibida”. En esa empresa el oficialismo cuenta
con el acompañamiento de un variopinto espectro de aliados que, como ya sucedió
en Diputados, incluye a no pocos integrantes que fueron elegidos en las listas
del Frente para laVictoria y no honran el mandato que les fue conferido por
sus electores sino que aceptan cumplir con el de Thomas Griesa, sin tener en
cuenta las reales consecuencias negativas que sufrirá la inmensa mayoría de la
población, como ya conocemos y venimos padeciendo desde el primer préstamo
contraído por Bernardino Rivadavia en 1824, hace casi dos siglos y terminado de
pagar ochenta años después por una cifra fabulosamente superior. El ciclo que
precedió al ahora iniciado fue el de 1976 con la dictadura cívico-militar, aun no
cerrado ni con visos de cerrar si, como todo hace prever, se impone la política
económica propugnada por el macrismo.(*)
En medio de lo que se juega en el Parlamento con el debate sobre
los buitres y el decidido alineamiento del macrismo con la estrategia global estadounidense,
no casualmente llegó Obama para darle un explícito respaldo al gobierno en este
tema, mientras en los tribunales de Nueva York ahora sí se presenta el gobierno
norteamericano invocando la figura de “amigo del tribunal”, para remover las trabas
impuestas por el juez Griesa que le impide a los bonistas ingresados en las
reestructuraciones de 2005 y 2010 cobrar lo ya pagado por el kirchnerismo.
Eso y los acuerdos que ambos gobiernos firmaron durante la
visita de Obama, cuyo contenido aún no se publicó en Argentina, pero se puede
leer en inglés en la página de la Casa Blanca, de donde lo obtuvo y reveló el
periodista Horacio Verbitsky (ver Página 12 del 27/03/2016), explican posiblemente
el motivo más importante de la visita llegada desde el norte y su regreso a
Washington el 24 de marzo por la noche, haciendo casi una simple escala técnica
en Buenos Aires, el mismo día que en la ciudad y en el resto del país se hacían
marchas y concentraciones multitudinarias como ejemplo de que se mantiene viva
la memoria y el reclamo de verdad y justica respecto a los crímenes del terrorismo
de Estado sobre los que los gobiernos de Estados Unidos tuvieron y aún tienen
mucho que ver.
En vista de lo señalado más arriba, llaman la atención las
declaraciones que, sobre la visita de Obama, vertió Daniel Scioli, ex candidato
a presidente del Frente para la Victoria, después del acto en Zárate donde
acompañó a despedidos de la Central nuclear de Atucha. Allí dijo que “Su
presencia fue positiva, ahora tenemos que bregar para que su visita potencie
inversiones productivas que ayuden al desarrollo argentino”—según consigna
Página/12 el reciente 30 de marzo—; palabras similares expresó durante el
programa “Animales sueltos”, de Alejandro Fantino.
La Alianza Cambiemos y su gobierno
Hay dos temas que, en la Argentina por lo menos, a partir
del 10 de diciembre pasado vuelven a determinar y condicionar al resto por sus perdurables
consecuencias: uno es el del nuevo endeudamiento y el tipo de relaciones que
ello implica con el capital financiero internacional más concentrado y su
máximo representante institucional, el Fondo Monetario Internacional; el otro
es el de los derechos humanos, entendidos tanto en el sentido restringido, el
de las libertades ciudadanas, como en el ampliado: el derecho al trabajo, a la
vivienda, a la salud, a la educación y otros que se vinieron incorporando
durante la última década y que el proyecto neoliberal actualmente en el poder
ya empieza a cercenar.
Sobre esos temas conviene no tener una mirada simplista, ni
guiarse sólo por los porcentajes obtenidos en las elecciones del 22 de
noviembre: 48,60% por Scioli y 51,40% por Macri; o los índices de aceptación o popularidad
del candidato, del gobierno o del que sea, medidos cada tanto por diversas
consultoras, que sólo son orientadores de lo que sucede en un determinado
momento como datos estáticos, pero insuficientes para indicar cuál es la proyección
local o nacional, que no es un estado sino un proceso dinámico. Tampoco sirve absolutizar
una movilización, por masiva que sea, y extrapolarla como si fuera el indicador
de una tendencia nacional.
Lo concreto es que la Alianza Cambiemos, liderada por el PRO
de Macri, ganó las elecciones nacionales sorprendiendo no sólo al Frente para
la Victoria, sino a la inmensa mayoría de los observadores locales e
internacionales, incluyendo a buena parte de propia dirigencia triunfante a
quién desorientó el resultado y obligó a improvisar. Buen ejemplo es el de la
Provincia de Buenos Aires, donde después de derrotar sin atenuantes a los
candidatos del kirchnerismo, debió hacer malabares para cubrir puestos claves
del aparato estatal y lo logró, demostrando una solvencia en el manejo del arte
político que, hasta ese momento, muy pocos le reconocían.
Otro ejemplo es el de la Ciudad de Buenos Aires, donde el
PRO, aliado con el radicalismo y otras fuerzas de extracción peronista va por
su tercer período consecutivo de gobierno y designó al frente de la embajada
argentina en Washington al candidato contra el que en el último balotaje por el
gobierno de la ciudad compitió como opositor por la alianza ECO.
Es decir, aunque la Alianza Cambiemos encabeza el gobierno
nacional y el de los dos distritos más importantes, pero no ganó en el resto de
las provincias, supo arreglárselas para que éstas en su mayoría acompañen sus
principales políticas o cedan ante las presiones de “la caja”, como sucede en
el tema buitres, en que sólo dos gobernadores provinciales confluyeron en una
curiosa oposición durante la reunión con el Poder Ejecutivo nacional: el de Santa
Cruz y el de San Luis (**).
Estos ejemplos, aunque parecieran menores, están lejos de
serlo por el volumen de los actores involucrados. De lo anterior cabe inferir
que el Frente para la Victoria subestimó a Macri y al macrismo, sin tomar en
cuenta que lo sucedido en Argentina está lejos de ser un fenómeno local, sino
que, por encima de las conducciones nacionales visibles, la derecha tiene a
nivel global un comando ideológico que planifica estrategias a largo plazo y
las aplica creativamente y sin esquemas, ante cada realidad concreta. Ya no recurre
sólo, ni principalmente, a los golpes militares. Ahora usa técnicas e
instrumentos más sofisticados para someter masivamente las conciencias, como
nunca antes sucedió, entre los que figura el control sobre los medios de
comunicación y demás instituciones de la cultura, como el cine, las modas, las redes
sociales, las costumbres y hasta las festividades tipo “Halloween”, importadas
para intentar reemplaza las vinculadas con las raíces de cada pueblo por la uniformidad
de un modelo global que incide sutil e incesantemente en el cambio de valores
humanos básicos y le permite ir rediseñando el mundo en beneficio del capital
más concentrado, donde hasta las fronteras de los países representan un
obstáculo para su dominio global.
Basta echar una mirada sobre lo que sucede en nuestro
vecindario continental para darse cuenta que el “Gran Hermano” dejó de ser una
simple ficción literaria de George Orwell y que, si las fuerzas nacionales y
populares pretenden enfrentarlo usando las mismas concepciones políticas e
iguales métodos que vienen resultando ineficaces para evitar las derrotas, lo
más probable es que obtengan iguales o similares resultados.
El panorama por estos lares
Por eso es bueno que en Argentina el debate sobre tales
temas haya comenzado a desbordar el ámbito de comités, unidades básicas,
ateneos o como se llamen los lugares cerrados y privados donde hasta ahora lo
llevan a cabo las estructuras políticas tradicionales que dicen reconocerse
como integrantes del campo nacional, popular y democrático, y empiezan a trasladarse
de modo creciente a los espacios públicos abiertos, si el estado del tiempo lo
permite, o cubiertos, pero siempre de cara a la gente y buscando el aporte
creativo de los ciudadanos. Posiblemente, abrir la discusión a través de estos
mecanismos sea el principal desafío metodológico que deba enfrentar el Frente
para la Victoria, que hoy no se sabe muy bien qué es, ni quienes están adentro
y quienes afuera o cuáles son sus liderazgos (***). Lo mismo sucede con el
Partido Justicialista, una fuerza que si bien sería muy importante que forme
parte de cualquier alternativa popular imaginable, con él solo no alcanza y
menos en el estado en que se encuentra, donde abundan las invocaciones a la
unidad, pero escasean las respuestas sobre la unidad para qué, con quienes y a
qué precio. Es evidente que en el espacio nacional y popular todavía prima la
dispersión, el atontamiento por la derrota y eso se agudiza por la falta de
discusión política para sacar conclusiones de lo ocurrido, porque no alcanza ni
resuelve nada etiquetar o poner motes y calificativos a los que, conciente o
inconcientemente bajaron las banderas, si no se encuentran y resuelven las
causas que llevaron a semejante desbande de un sector tan numeroso de la
dirigencia. Y no es recomendable empezar a buscar esas falencias en la base. Además,
a lo mejor algo se podrá aprender del magmático crecimiento por fuera de las
estructuras tradicionales de corrientes como “Resistir con aguante”, aún a pesar
de sus insuficiencias. También habrá que tener en cuenta los éxitos y fracasos
de otras experiencias como las del Frente Amplio uruguayo, del Partido de los
Trabajadores brasileño o del Podemos español.
Al campo popular le aguarda un arduo trabajo y un no corto
camino por delante.
(*) Cuando esta nota se cerró.
(**) Sus representantes terminaron votando el proyecto
oficialista en el Senado.
(***) La votación en el Senado dio que una amplia mayoría
del bloque lo hizo a favor del proyecto oficialista y sólo 16 en contra.
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