Mauricio Epsztejn—
El reciente 24 de marzo se conmemoró con actos, marchas y
concentraciones en todo el país el 40º aniversario del golpe de estado que dio
nacimiento a la dictadura cívico- militar más sangrienta de la historia
argentina. En el multitudinario acto de Plaza de Mayo se leyó un documento
elaborado por las organizaciones convocantes, cuyo texto completo se publica en
otro lugar de esta edición.
Este aniversario se desarrolló en un contexto nacional y
regional muy particular, donde los países de este subcontinente que durante las
últimas dos décadas vienen tratando de abrirse paso hacia un camino de
desarrollo independiente y favorable a sus pueblos, sufre el ataque convergente
del poder plutocrático y concentrado mundial. En esta lucha, los movimientos
nacionales, populares y democráticos que encabezaron esos procesos han sufrido
reveses en Honduras, Paraguay y recientemente en Argentina, nuestro país. Ahora
aquellos grupos de poder concentrado van por más: tienen en la mira a Brasil,
Venezuela, Ecuador y Bolivia. La novedad es que en lugar de recurrir a los
tradicionales instrumentos desgastados, como las Fuerzas Armadas, ejecutan los
mismos fines con instrumentos más sutiles, pseudo democráticos: tuercen el mandato
de parlamentarios y cooptan a un sector de jueces aristocráticos y con mucho
poder, unificados ambos bajo el control de la prensa hegemónica y el comando
transnacional que apunta a restablecer el anterior poder omnímodo usando medios
adecuados a cada situación y país.
Sin embargo, en Argentina este objetivo no les resulta fácil
porque enfrentan una resistencia creciente, como se demostró este 24 de Marzo
de 2016 donde las plazas del país receptaron multitudes, muchos de cuyo
individuos se empiezan a recuperar del efecto derrota y que tuvieron como
epicentro la histórica Plaza y sus alrededores donde se congregaron unas
300.000 personas, cálculo cuya veracidad respaldan especialistas y el absoluto
silencio de Clarín junto al coro de la prensa dominante.¿Qué mostró la Plaza?
Lo que se vio en la Plaza y su entorno hasta la Avenida 9 de
julio, además del abigarrado gentío, fue una diversificada concurrencia donde
alternaban desde pequeños grupos y familias con chicos, hasta compactas
columnas de gremios, agrupaciones políticas, centros de estudiantes,
asociaciones profesionales, artistas y demás representantes de la cultura, que
en conjunto aportaron al variado y multicolor espectro de la concurrencia donde
convivían el dolor por el recuerdo de las víctimas, con la alegría y esperanza
al verse multitud.
Una novedad destacable fue la participación conjunta de dos
importantes centrales obreras: por primera vez estuvo la CGT, varios de cuyos
dirigentes marcharon codo a codo en acuerdo con los de la CTA de los
Trabajadores, de reiterada presencia en estos eventos, y lo hicieron detrás del
mismo cartel, a la cabeza de columnas gremiales que dieron el presente con sus estandartes,
banderas y dirigentes.
Esta presencia también tuvo su expresión en el documento que
las organizaciones de Derechos Humanos convocantes leyeron al finalizar el acto
que, junto a las tradicionales y permanentes demandas de Memoria, Verdad y
Justicia, incorporaron las nuevas, propias de una etapa donde el cambio de gobierno
avanzó sin escrúpulos a favor de los grupos del privilegio y en contra del
salario, las fuentes de trabajo y los derechos adquiridos por los trabajadores
y el pueblo.
Otra fue la adhesión y presencia del Partido Justicialista,
sobre todo de los dirigentes bonaerenses como Daniel Scioli, Fernando Espinosa,
Verónica Magario, Cristina Álvarez Rodríguez y otros.
En el conjunto, se destacó sobre todo la presencia juvenil,
lo que, en palabras de Taty Almeida, garantiza la continuidad de la memoria.
Acerca de verdad, justicia y soberanía
El documento leído al cierre expresa la preocupación de los
organismos de Derechos Humanos por la continuidad de los juicios a los
represores uniformados y a los civiles involucrados, a pesar de las promesas
del gobierno macrista intentando despejar dudas, sobre todo teniendo en cuenta
que si la acción de los jueces no es concreta y prácticamente respaldada por
otros organismos del Estado, tales compromisos se transforman en palabras
huecas. Y el desmantelamiento de las estructuras estatales y las cesantías del
personal que venían investigando y reuniendo pruebas en respaldo de la acción
judicial desde la Comisión Nacional de Valores, el Banco Central y el
Ministerio de Justicia, abonan las más que sospechas de que Macri intenta
clausurar el desarrollo de los juicios.
Las intenciones están mucho más claras cuando por parte del
oficialismo reimpulsa la teoría de los dos demonios, mantiene a Lo Pérfido en
el gabinete porteño, nombra como “violencia política” lo que fue el terrorismo
de Estado, desfinancia los espacios estatales de memoria y avanza en el intento
de reimplantar la doctrina de la seguridad nacional.
Por si hacía falta un respaldo a ese mensaje, llegó Obama precedido
por un mensaje de su gobierno en el que habla de “guerra sucia”, ergo, la misma
teoría de los dos demonios, términos que el huésped recién enmendó en suelo
argentino sin aclarar el supuesto equívoco ni hacer una autocrítica de la
acción de los gobiernos norteamericanos de promoción y apoyo a las dictaduras
anteriores ni a la acción desestabilizadora que su país lleva a cabo en el
presente. El contenido que hasta ahora se conoció sobre los acuerdos que Macri
y Obama firmaron respecto a la nueva injerencia en nuestro país de la DEA, la
CIA y las Fuerzas Armadas norteamericanas, refuerzan las prevenciones que los
organismos de DDHH mantienen respecto a la sinceridad y eficacia de los
documentos secretos a desclasificar por parte de Estados Unidos. El explícito
respaldo al gobierno de Macri, respecto al retaceo de colaboración con los gobiernos
kirchneristas no necesitan más explicación de por qué el gobierno macrista
nombra como “relaciones maduras”, lo que en tiempos menemistas se designaba de
manera menos elegante como “carnales”.
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