domingo, 30 de junio de 2013

ATAHUALPA, ÚLTIMO EMPERADOR INCA, Y PRIMER AJEDRECISTA AMERICANO

Por el profesor  José Pecora—
En la negra historia de la conquista española de América, ya que no todo fue tan maravilloso como nos enseñaban en la escuela primaria, debemos prestarle una especial atención al caso del Inca Atahualpa, quien fue traicionado por los conquistadores españoles, que se hacían llamar sus amigos.
Ellos, lo hicieron prisionero, lo acusaron de una multitud de falsedades y finalmente lo asesinaron cruelmente, después de hacerle pagar a su pueblo una generosa recompensa por su libertad.
Además, tampoco nos contaron cuando éramos niños, que el último emperador Inca era un diestro ajedrecista, juego que aprendió de los colonos españoles y con los cuales disputó varios encuentros, derrotándolos a todos.
Veamos ahora una pequeña biografía de Atahualpa, antes de pasar a su relación con el ajedrez:
Atahualpa
Atahualpa fue el decimotercer emperador Inca, y aunque tuvo sucesores nombrados por los españoles es considerado como el último emperador inca. Nació en 1497 en Cuzco, ciudad  capital del Imperio Inca, que actualmente fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que es una de las ciudades más pobladas de Perú.


Atahualpa  estaba enfrentado con Huáscar su hermanastro, ya que ambos se disputaban el imperio y en 1532 en Quipaypan, cerca de Cuzco, se enfrentaron en dura batalla. Atahualpa salió triunfante de ella, tras lo cual se proclamó Inca o emperador. Después de haber ganado la guerra se dirigió de inmediato a Cajamarca (ciudad ubicada en la zona norte de Perú) para conocer a los españoles, que bajo el mando de Francisco Pizarro acababan de llegar a esa región, en su afán de conquista.

                                                 Francisco  Pizarro, conquistador del Perú
En un comienzo, la relación con los españoles era buena, pero al poco tiempo, por medio de un inesperado ataque, fue hecho prisionero por Francisco Pizarro.

En prisión mantuvo algunos privilegios: se le permitió seguir administrando el imperio, y aprendió a leer y a escribir. Sin embargo, a los pocos meses fue acusado de traición por los españoles, quienes lo acusaron de ocultar un tesoro, conspirar contra la corona española y matar a Huáscar.
Para que le den la libertad, Atahualpa ofreció pagar un rescate. Prometió entregar dos habitaciones llenas de plata y una de oro, hasta la altura de su brazo extendido hacia arriba y aunque cumplió con su oferta, fue ejecutado de todas formas.

Escogió ser ahorcado después de bautizarse como cristiano; la otra opción que le ofrecieron los españoles era morir quemado sin bautizarse.

Estando prisionero, para no aburrirse, presenciaba las partidas de ajedrez que diariamente realizaban sus captores.

Los capitanes Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes, en Cajamarca, en el aposento que servía de prisión al inca Atahualpa.
Allí, para los cinco nombrados y tres o cuatro más, había dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesa de madera. Las piezas estaban hechas con el mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de ídolos y demás objetos de alfarería.
Atahualpa todas las tardes tomaba asiento junto a don  Hernando de Soto, su amigo y protector, sin dar señales de comprender el juego.
Una tarde, en el final de una pareja partida entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo y el inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:
-No, capitán, no... ¡El castillo!
La sorpresa fue general. Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después Riquelme recibiría un mate inevitable.
Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de respetuosa cortesía, el capitán don Hernando de Soto invitaba al inca a jugar una partida, y al cabo de un par de meses jugaban de igual a igual.
Los otros ajedrecistas españoles, con excepción de Riquelme, invitaron también al inca y éste jugaba y les ganaba a todos.  
La tradición dice que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en esa memorable tarde.
En el famoso consejo de veinticuatro jueces, convocado por Pizarro, para juzgarlo, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos a once.

La votación iba doce a once y Riquelme fue quien con su voto final, confirmó la pena.

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