Por el profesor
José Pecora—
En la negra historia de la conquista
española de América, ya que no todo fue tan maravilloso como nos enseñaban en
la escuela primaria, debemos prestarle una especial atención al caso del Inca Atahualpa, quien fue traicionado
por los conquistadores españoles, que se hacían llamar sus amigos.
Ellos, lo hicieron prisionero, lo
acusaron de una multitud de falsedades y finalmente lo asesinaron cruelmente, después
de hacerle pagar a su pueblo una generosa recompensa por su libertad.
Además, tampoco nos contaron cuando éramos
niños, que el último emperador Inca era un diestro ajedrecista, juego que
aprendió de los colonos españoles y con los cuales disputó varios encuentros,
derrotándolos a todos.
Veamos ahora una pequeña biografía de Atahualpa, antes de pasar a su relación
con el ajedrez:
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Atahualpa |
Atahualpa fue el decimotercer emperador Inca, y aunque tuvo
sucesores nombrados por los españoles es considerado como el último emperador
inca. Nació en 1497 en Cuzco, ciudad capital del Imperio Inca, que actualmente fue
declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que es una de las ciudades
más pobladas de Perú.
Atahualpa estaba enfrentado con Huáscar su hermanastro, ya que ambos se
disputaban el imperio y en 1532 en Quipaypan, cerca de Cuzco, se enfrentaron en dura batalla. Atahualpa salió triunfante de ella, tras
lo cual se proclamó Inca o emperador. Después de haber ganado la guerra se
dirigió de inmediato a Cajamarca (ciudad ubicada en la
zona norte de Perú) para conocer a
los españoles, que bajo el mando de Francisco Pizarro acababan de llegar a
esa región, en su afán de conquista.
Francisco Pizarro, conquistador del Perú
En un comienzo, la relación con los
españoles era buena, pero al poco tiempo, por medio de un inesperado ataque, fue
hecho prisionero por Francisco
Pizarro.
En prisión mantuvo algunos privilegios:
se le permitió seguir administrando el imperio, y aprendió a leer y a escribir.
Sin embargo, a los pocos meses fue acusado de traición por los españoles,
quienes lo acusaron de ocultar un tesoro, conspirar contra la corona española y
matar a Huáscar.
Para que le den la libertad, Atahualpa
ofreció pagar un rescate. Prometió entregar dos habitaciones llenas de plata y
una de oro, hasta la altura de su brazo extendido hacia arriba y aunque cumplió
con su oferta, fue ejecutado de todas formas.
Escogió ser ahorcado después de bautizarse como cristiano; la otra opción que le ofrecieron los
españoles era morir quemado sin bautizarse.
Estando prisionero, para no aburrirse,
presenciaba las partidas de ajedrez que diariamente realizaban sus captores.
Los capitanes Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco
de Chaves, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes, en Cajamarca, en el aposento que servía de prisión al inca Atahualpa.
Allí, para los cinco
nombrados y tres o cuatro más, había dos tableros, toscamente pintados, sobre
la respectiva mesa de madera. Las piezas estaban hechas con el mismo barro que
empleaban los indígenas para la fabricación de ídolos y demás objetos de
alfarería.
Atahualpa todas las tardes tomaba asiento junto a
don Hernando
de Soto, su amigo y protector, sin dar señales de comprender el juego.
Una tarde, en el
final de una pareja partida entre Soto
y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo y el
inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:
-No, capitán, no... ¡El castillo!
La sorpresa fue
general. Hernando, después de breves
segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después Riquelme recibiría un mate inevitable.
Después de aquella
tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de respetuosa
cortesía, el capitán don Hernando de
Soto invitaba al inca a jugar una partida, y al cabo de un par de meses
jugaban de igual a igual.
Los otros ajedrecistas
españoles, con excepción de Riquelme,
invitaron también al inca y éste jugaba y les ganaba a todos.
La tradición dice que Atahualpa
pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en esa memorable tarde.
En el famoso consejo de veinticuatro jueces, convocado por Pizarro, para juzgarlo, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece
votos a once.
La votación iba doce a once y Riquelme fue quien con su voto final, confirmó la pena.
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