Proyecto de inclusión social que genera trabajo y promueve ecología
Miriam Bigliano--
Entrevista a Patricia Frankel, kinesióloga de profesión
y fundadora del proyecto*
Con mis manos haré
bolsas para guardar mis sueños.
Con tus manos
construiremos un camino diferente
que permitirá que algún
día puedan ser realidad.
Así se presentan quienes lo integran. Jóvenes que
viven en situación de calle, voluntarios que se comprometen realizando acciones
concretas para mejorar la calidad de vida de aquellos con mayor vulnerabilidad
social y su fundadora, que un día sintió la necesidad de hacer algo al respecto.
“Ecobolsas nació
en el año dos mil nueve. Mi marido y yo participábamos de una olla popular en
barrancas de Belgrano y después de vivirla durante tres años, nos dimos cuenta
que los hijos de éstas personas, crecían repitiendo la misma situación de
pasividad, el mismo camino hacia la dependencia y la caridad, se iban
estructurando dentro de lo que podían recibir sin hacer más que esperar”.
Y así surgió la idea de generar algo para que esos
jóvenes pudieran recuperar la confianza en ellos y dignificarse con el trabajo.
El tema era qué cosas hacer, fáciles de
implementar y que a su vez fueran bien recibidas por la sociedad.
“Algo
ecológico dijimos —nos cuenta Patricia
—y entonces surgió la idea de hacer bolsas de tela”.
Partieron de una total ignorancia sobre cómo
hacerlo. Nadie sabía coser, no tenían un lugar físico, no tenían elementos ni
experiencia, pero sí la profunda
convicción que había que ponerse en marcha.
Comenzaron por conectarse con diferentes
organizaciones capaces de ayudarlos. Algunos docentes y alumnos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se
interesaron con el proyecto. Allí crearon el logo ECOBOLSAS – ESTA BOLSA DIO
TRABAJO y así se diseñó la primera.
“Algunos
conocidos nos aportaban telas y de a poco fuimos consiguiendo los elementos
necesarios: esténcils, pinturas y un taller en Flores que las cosía. A la
asociación de vecinos de la estación Coghlan le interesó mucho nuestro trabajo,
entonces nos pasaron una donación que habían recibido para destinarlo a un
proyecto ecológico. Fueron esos dos mil pesos el puntapié para empezar el
camino”.
Con lo conseguido volvieron a la olla popular para
contarles la idea a los jóvenes e impulsarlos a participar.
“Era pleno
agosto, ya casi noche, con mucho frio y mucho entusiasmo compartimos el
proyecto y tímidamente una jovencita de 17 años dijo yo quiero. Entonces hicimos espacio sobre una mesa, le dimos
algunos elementos y empezó a dibujar. Así, de a poco, se fueron sumando otros.”
Al día siguiente se dirigieron al taller de Flores
donde terminaron de pintarlas y las dejaron para que las cosieran.
Cuando tuvieron algunas ya terminadas, montaron
unas mesitas en las calles del Barrio Chino de Belgrano y trataron de
venderlas. No fue nada fácil lograr que la gente se acercara.
“Nos dimos
cuenta que producía cierto impacto el ver trabajar a personas en situación de
calle. Siempre se cree que no quieren trabajar o que si se acercaban podían
robarles”.
El trabajo se hacía complicado al no tener un
lugar fijo, hasta que con la ayuda de Dora, de la Asociación de Vecinos y
actual coordinadora del proyecto, pudieron instalarse en un sector de la estación
de trenes de ese barrio.
“La
asociación nos prestaba la mesa, las sillas y nos guardaba los elementos en el
baño. Y así fue como empezamos a recibir más donaciones: por ejemplo, máquinas
de coser…era bárbaro, pero nadie sabía usarlas. Algunos de los chicos fueron a
un centro de capacitación, el Centro Garrigos, que da becas por asistencia. Uno
solo se quedó y aprendió, después fue enseñándole a los otros.
Las
primeras bolsas fueron terribles, hubo que esforzarse mucho para perfeccionar
el trabajo: aprender a pintar, a coser, a vender.
Formamos un
grupo básico de cuatro o cinco jóvenes de entre dieciocho y treinta y cinco
años y los otros van rotando. No trabajamos con más de diez, primero por una
situación económica y también por un tema grupal. No es fácil mantener la
armonía. Son chicos muy anárquicos y si hay roces se pueden generar situaciones
muy violentas. Tratamos de movernos en un clima comprensivo y tolerante pero
con reglas y la más firme es que no pueden venir ni alcoholizados, ni drogados.
Esto los obliga a cuidarse, por lo menos un día antes de los encuentros. Todo
el tiempo generamos tareas y cuando no hay nada que hacer, inventamos. Nunca
hay que dejar de hacer”.
Los voluntarios y coordinadores se llevan el
dinero, los chicos lo administran y cada uno cobra según la tarea que realiza.
Siguen tratando de conseguir subsidios pero es
algo que no han logrado hasta el momento. “La
gente mira para otro lado, no te ven, no existís…”.
Por suerte desde hace unos meses, les han dado un
aula dentro de la Parroquia de Jesús Misericordioso, en Coghlan, calle Rivera
4755, Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), donde se los puede encontrar todos
los martes y jueves de 9,30 a 13,30 de la mañana.
Ahora están bajo techo, con reparo del frio y del
clima adverso, a la espera de nuevos voluntarios y de todo aquél que quiera
colaborar desde el lugar que pueda.
“Estos
chicos viven el día a día, pero Ecobolsas les abre una ventana chiquita que los
acerca a un proyecto de vida, a saber que tienen un lugar de pertenencia, que
se los contiene y por ahí pasa lo más importante”.
Me voy con la imagen fuerte de Patricia, quién a
pesar de conocer lo duro del camino elegido, nunca abandonó la sonrisa, ni la
dulzura en el relato. Ojalá más gente se vaya sumando a esa elección de no
mirar para otro lado, de hacer de una buena vez visible lo invisible y seguir
creyendo que es posible…lo imposible.
“Ese gesto
de una mano
imposible
olvidarlo
porque se
parece
a la melodía
de los sueños.
Una mano que
toma una mano
una mano que
aprieta y atrae
hacia la
forma perfecta de la dicha”
Gustavo
Roldán.
*Contactos.
Patricia Frankel
celular 15 5835 1467
patriciafrankel@yahoo.com.ar
Dora
celular 15 5328 0815 dorajoven@gmail.com
Facebook
f/ecobolsas.coghlan.
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