domingo, 30 de junio de 2013

El fallido golpe del 16 de junio de 1955 en Argentina

 Osvaldo Riganti—
El 16 de junio de 1955 se cumple un nuevo aniversario del intento de golpe de Estado y bombardeo a la Plaza de Mayo y sus aledaños de Buenos Aires y sus por parte de la aviación naval.
El peronismo, en el poder desde 1946, había modificado el paisaje político, social y económico del país. Enriqueció la seguridad social con normas como el régimen jubilatorio universal y una legislación de avanzada; nacionalizó los depósitos bancarios, los servicios públicos, el comercio exterior y canceló la deuda externa.
El antiperonismo buscaba minar su base de sustentación con acusaciones sobre venalidad administrativa, restricciones a la libertad de prensas y la organización de orgías en la quinta de Olivos con chicas adolescentes de la Unión de Estudiantes Secundarios.

 La situación con la Iglesia era conflictiva, por el proyecto de Ley de Divorcio y la posible quita de subsidios y sueldos a la curia. Perón había denunciado a los "malos curas", empecinados en una actitud de obstrucción a la acción de gobierno. La actitud del clero era hostil y desde el Vaticano se difundían noticias que mostraban a los eclesiásticos como víctimas de persecuciones. El 14 de junio el Poder Ejecutivo decidió exonerar a monseñor Manuel Tato de los cargos de previsor y vicario general, obispo auxiliar y canónico y a monseñor Novoa, del cargo de canónigo diácono.
El sábado 11 de junio la Iglesia católica realizó la procesión de Corpus Christi, pese a que estaba autorizada para el 9. Durante la marcha se escribieron consignas como "Muera Perón", "Viva Cristo Rey" y "Nerón basta". Tras cartón se quemó una bandera argentina y se la reemplazó por una del Vaticano, hecho sobre lo que a la mañana siguiente informó el gobierno. "La enseña de un Estado extranjero" la definió el ministro de Interior, Ángel Gabriel Borlenghi. La tirantez con la Iglesia derivó en el alejamiento de algunos funcionarios ligados a ella, como el ministro de Comercio Antonio Cafiero.
El 16 de junio la Iglesia excomulgó a Perón. Dos días antes la CGT cumplió un paro de actividades en desagravio a la bandera y a la memoria de Evita.
El 15 de junio el presidente anunció en la reunión de gabinete: "Me quedo a vivir en la Casa de Gobierno. Voy a atender los asuntos de Estado pistola al cinto". 
En 1951 se produjo el primer intento de golpe de Estado en su contra que encabezó el general retirado Benjamín Menéndez.
Aunque en las elecciones presidenciales de 1952 Perón ganó rotundamente, los sediciosos permanecieron en estado de conspiración latente.
En 1955 la Marina de Guerra era el arma hostil a Perón. "Los oficiales de Marina tendían a identificarse en su gran mayoría con las clases sociales que Perón denunciaba sin cesar como la oligarquía y miraban con mal disimulada hostilidad sus programas sociales" escribió el historiador Robert Potash. Sus jefes se contactaron con algunos del Ejército y acordaron la instalación de una Junta cívico militar con los civiles Miguel Ángel Zavala Ortiz (Unión Cívica Radical), Adolfo Vichi (Partido Demócrata Nacional), Américo Ghioldi (Partido Socialista) y Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo (de extracción nacionalista).
El batallón de Infantería de Marina se proponía asaltar la sede del Poder Ejecutivo, al mando del capitán de fragata Juan Carlos Argerich.
El primer avión que disparó fue a las 12 y 40 y lo comandaba el capitán de fragata Néstor Noriega. En total participaron 34 aviones. Detrás de Noriega, 150 infantes de Marina iniciaron a las 13 el asalto a la Casa Rosada desde la Plaza Colón.
Cien bombas de trotil arrojaron sobre la Plaza de Mayo. La gente que concurría tranquilamente a sus trabajos huyó despavorida.
Ese día hubo unas 350 víctimas inocentes entre el público que transitaba la zona y militantes peronistas. Una de las primeras bombas impactó en un trolebús que circulaba por Paseo Colón y mató a todos sus pasajeros, entre ellos muchos niños.
Ese día debía realizarse un desfile aéreo como parte de los actos de desagravio a la bandera. Pero la jornada amaneció con una niebla que cubrió Buenos Aires por lo que se suspendió.
El presidente de la República —informado de la inminencia de la intentona por el embajador de Estados Unidos —abandonó minutos antes la sede oficial y se dirigió hacia el Ministerio de Guerra, desde donde vio caer las bombas sobre la Casa Rosada y otros edificios, que llenaron de fuego y sangre lo que hasta momentos antes fue un día normal de actividad en el centro de la ciudad.
El edificio de la CGT fue uno de los principales puntos de concentración de los obreros que acudieron a defender al General al grito de "¡La vida por Perón!". De allí salieron hacia la Plaza en camiones. Unos pocos iban armados con carabinas y revólveres calibre ´22; la mayoría agitaba puños y palos. No tenían las armas que había comprado Evita en su viaje a Europa, previendo una intentona golpista. Perón las había enviado a los arsenales de Gendarmería.
A las 15 horas tuvo lugar el segundo bombardeo el que los aviones dejaron caer 33 bombas más contra la Casa Rosada.
Las fuerzas leales sofocaron el movimiento subversivo tras cuatro horas de lucha. Los generales Valle y Wirth, el coronel Cogorno (cayó herido en una pierna) y el teniente coronel Calzón entraron con sus hombres al Ministerio de Marina (que había servido de cuartel general a los rebeldes y rindieron a los cabecillas). Eran las 17 y 50.
Los aviones huyeron a Montevideo una vez fracasada la intentona, no sin antes volver a tirar bombas sobre la población indefensa. Uno de los partícipes de la intentona, el vicealmirante Benjamín Gargiulo se pegó un tiro alrededor de las 19.
El almirante Olivieri, uno de los conspiradores y hasta entonces ministro de Marina, fingió estar enfermo se hizo internar, tras despedirse del ayudante que tenía en ese momento, el teniente de navío Eduardo Emilio Massera.
Perón habló por la cadena oficial, enrostró de movida la barbarie a la Marina y señaló "la debilidad y deslealtad de otros comandos"
Una manifestación popular imponente se congregó en la Plaza para testimoniar el apoyo a Perón, que habló por la cadena radial pidiendo calma, para "no ser nosotros asesinos como ellos". "Es indudable que pasarán los tiempos, pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio", agregó.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas juzgó a los sediciosos. Perón hizo llegar al titular de este organismo Armando Verdaguer, la advertencia de que no estaba dispuesto a refrendar ninguna pena capital: "Sería invadir una esfera que sólo compete a Dios; sólo él puede quitar la vida que el mismo ha dado", dijo.
A todo esto el almirante Isaac Rojas comunicaba desde Río de Santiago su "lealtad" al gobierno, en diálogo con el comandante en jefe del Ejército, general Franklin Lucero, según memorias y testimonios de éste. Pocas semanas después, Rojas sería uno de los jefes del nuevo golpe.
 La UCR decía respecto de la barbarie que mientras no se terminase con "el sistema totalitario" continuarían "las causas del estallido", pero no lo condenaba.
La indignación popular derivó en desbordes violentos. Se incendiaron edificios y esa noche corrieron igual suerte algunos templos católicos (cuatro iglesias y dos capillas). Luego del llamado a un paro para el día siguiente, realizado por Hugo Di Pietro, secretario adjunto de la CGT, fueron incendiados los templos de San Francisco, Santo Domingo y la Curia Metropolitana. La oposición cargó las culpas a Perón, cuyo gobierno atribuyó los hechos a "dos centenares de indocumentados que desde la central masónica de míster Drysdale salieron a prender fuego a media docena de lugares sagrados". Esa madrugada Perón habló por radio y deploró la quema de las iglesias, que atribuyó a "elementos comunistas", que no respetaban "el recinto de los templos religiosos".
El día del bombardeo Perón tenía previsto entrevistarse con Crisólogo Larralde en busca de un acercamiento. Este lo aguardaba en el Salón de Invierno cuando se produjo el estallido. Larralde era dentro del radicalismo el único dispuesto a admitir que el peronismo rescataba las banderas populares y revolucionarias del yrigoyenismo.
Tres meses después de estos hechos, sectores militares y la oposición casi en bloque lograron consumar sus propósitos e instalaron otra de las dictaduras que asolaron al país en el siglo pasado. La Sociedad Rural testimonió su adhesión al golpe con un comunicado emitido al día siguiente. En su libro "Historia de la Sociedad Rural Argentina" Alejandro Tarrulla pone de manifiesto que expresó "su más ferviente apoyo a la cruzada de libertad". El general Perón escribió en "La fuerza es el derecho de las bestias" acerca de "la absoluta evidencia de que los curas tomaron parte activa y directa en la revolución". Asimismo en "La violencia evangélica-De Lonardi a Onganía" Horacio Verbitsky señala que "la Iglesia Católica tuvo una participación decisiva en su caída. En setiembre de 1955 los soldados de un Ejército católico tomaron el poder con la promesa de realizar el ideal de una Cristiandad".

Al fin y al cabo fueron "los conocidos de siempre" a los que denunciara Raúl Alfonsín poco tiempo antes de acentuarse su enfermedad y a semanas de iniciarse la acción desestabilizadora impulsada por la jerarquía ruralista y los grupos económicos que instrumentan a los grandes medios, como señala Daniel Cecchini en "Miradas al Sur" del 5 de abril de 2009: "Alfonsín, los Kirchner y los enemigos comunes de ambos".

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