Osvaldo Riganti—
El 16 de
junio de 1955 se cumple un nuevo aniversario del intento de golpe de Estado y bombardeo
a la Plaza de Mayo y sus aledaños de Buenos Aires y sus por parte de la
aviación naval.
El
peronismo, en el poder desde 1946, había modificado el paisaje político, social
y económico del país. Enriqueció la seguridad social con normas como el régimen
jubilatorio universal y una legislación de avanzada; nacionalizó los depósitos
bancarios, los servicios públicos, el comercio exterior y canceló la deuda
externa.
El
antiperonismo buscaba minar su base de sustentación con acusaciones sobre
venalidad administrativa, restricciones a la libertad de prensas y la
organización de orgías en la quinta de Olivos con chicas adolescentes de la
Unión de Estudiantes Secundarios.
La situación con la Iglesia era conflictiva,
por el proyecto de Ley de Divorcio y la posible quita de subsidios y sueldos a
la curia. Perón había denunciado a los "malos curas", empecinados en
una actitud de obstrucción a la acción de gobierno. La actitud del clero era
hostil y desde el Vaticano se difundían noticias que mostraban a los eclesiásticos
como víctimas de persecuciones. El 14 de junio el Poder Ejecutivo decidió
exonerar a monseñor Manuel Tato de los cargos de previsor y vicario general,
obispo auxiliar y canónico y a monseñor Novoa, del cargo de canónigo diácono.
El sábado
11 de junio la Iglesia católica realizó la procesión de Corpus Christi, pese a
que estaba autorizada para el 9. Durante la marcha se escribieron consignas
como "Muera Perón", "Viva Cristo Rey" y "Nerón
basta". Tras cartón se quemó una bandera argentina y se la reemplazó por
una del Vaticano, hecho sobre lo que a la mañana siguiente informó el gobierno.
"La enseña de un Estado extranjero" la definió el ministro de
Interior, Ángel Gabriel Borlenghi. La tirantez con la Iglesia derivó en el
alejamiento de algunos funcionarios ligados a ella, como el ministro de
Comercio Antonio Cafiero.
El 16 de
junio la Iglesia excomulgó a Perón. Dos días antes la CGT cumplió un paro de
actividades en desagravio a la bandera y a la memoria de Evita.
El 15 de
junio el presidente anunció en la reunión de gabinete: "Me quedo a vivir
en la Casa de Gobierno. Voy a atender los asuntos de Estado pistola al
cinto".
En 1951
se produjo el primer intento de golpe de Estado en su contra que encabezó el
general retirado Benjamín Menéndez.
Aunque en
las elecciones presidenciales de 1952 Perón ganó rotundamente, los sediciosos
permanecieron en estado de conspiración latente.
En 1955 la
Marina de Guerra era el arma hostil a Perón. "Los oficiales de Marina tendían
a identificarse en su gran mayoría con las clases sociales que Perón denunciaba
sin cesar como la oligarquía y miraban con mal disimulada hostilidad sus
programas sociales" escribió el historiador Robert Potash. Sus jefes se
contactaron con algunos del Ejército y acordaron la instalación de una Junta
cívico militar con los civiles Miguel Ángel Zavala Ortiz (Unión Cívica
Radical), Adolfo Vichi (Partido Demócrata Nacional), Américo Ghioldi (Partido
Socialista) y Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo (de extracción
nacionalista).
El
batallón de Infantería de Marina se proponía asaltar la sede del Poder Ejecutivo,
al mando del capitán de fragata Juan Carlos Argerich.
El primer
avión que disparó fue a las 12 y 40 y lo comandaba el capitán de fragata Néstor
Noriega. En total participaron 34 aviones. Detrás de Noriega, 150 infantes de
Marina iniciaron a las 13 el asalto a la Casa Rosada desde la Plaza Colón.
Cien
bombas de trotil arrojaron sobre la Plaza de Mayo. La gente que concurría
tranquilamente a sus trabajos huyó despavorida.
Ese día hubo
unas 350 víctimas inocentes entre el público que transitaba la zona y
militantes peronistas. Una de las primeras bombas impactó en un trolebús que
circulaba por Paseo Colón y mató a todos sus pasajeros, entre ellos muchos
niños.
Ese día
debía realizarse un desfile aéreo como parte de los actos de desagravio a la
bandera. Pero la jornada amaneció con una niebla que cubrió Buenos Aires por lo
que se suspendió.
El
presidente de la República —informado de la inminencia de la intentona por el
embajador de Estados Unidos —abandonó minutos antes la sede oficial y se
dirigió hacia el Ministerio de Guerra, desde donde vio caer las bombas sobre la
Casa Rosada y otros edificios, que llenaron de fuego y sangre lo que hasta
momentos antes fue un día normal de actividad en el centro de la ciudad.
El
edificio de la CGT fue uno de los principales puntos de concentración de los
obreros que acudieron a defender al General al grito de "¡La vida por
Perón!". De allí salieron hacia la Plaza en camiones. Unos pocos iban armados
con carabinas y revólveres calibre ´22; la mayoría agitaba puños y palos. No
tenían las armas que había comprado Evita en su viaje a Europa, previendo una
intentona golpista. Perón las había enviado a los arsenales de Gendarmería.
A las 15
horas tuvo lugar el segundo bombardeo el que los aviones dejaron caer 33 bombas
más contra la Casa Rosada.
Las fuerzas
leales sofocaron el movimiento subversivo tras cuatro horas de lucha. Los
generales Valle y Wirth, el coronel Cogorno (cayó herido en una pierna) y el
teniente coronel Calzón entraron con sus hombres al Ministerio de Marina (que
había servido de cuartel general a los rebeldes y rindieron a los cabecillas).
Eran las 17 y 50.
Los
aviones huyeron a Montevideo una vez fracasada la intentona, no sin antes
volver a tirar bombas sobre la población indefensa. Uno de los partícipes de la
intentona, el vicealmirante Benjamín Gargiulo se pegó un tiro alrededor de las
19.
El
almirante Olivieri, uno de los conspiradores y hasta entonces ministro de
Marina, fingió estar enfermo se hizo internar, tras despedirse del ayudante que
tenía en ese momento, el teniente de navío Eduardo Emilio Massera.
Perón
habló por la cadena oficial, enrostró de movida la barbarie a la Marina y señaló
"la debilidad y deslealtad de otros comandos"
Una
manifestación popular imponente se congregó en la Plaza para testimoniar el
apoyo a Perón, que habló por la cadena radial pidiendo calma, para "no ser
nosotros asesinos como ellos". "Es indudable que pasarán los tiempos,
pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio", agregó.
El
Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas juzgó a los sediciosos. Perón hizo
llegar al titular de este organismo Armando Verdaguer, la advertencia de que no
estaba dispuesto a refrendar ninguna pena capital: "Sería invadir una
esfera que sólo compete a Dios; sólo él puede quitar la vida que el mismo ha
dado", dijo.
A todo
esto el almirante Isaac Rojas comunicaba desde Río de Santiago su
"lealtad" al gobierno, en diálogo con el comandante en jefe del
Ejército, general Franklin Lucero, según memorias y testimonios de éste. Pocas
semanas después, Rojas sería uno de los jefes del nuevo golpe.
La UCR decía respecto de la barbarie que
mientras no se terminase con "el sistema totalitario" continuarían
"las causas del estallido", pero no lo condenaba.
La
indignación popular derivó en desbordes violentos. Se incendiaron edificios y
esa noche corrieron igual suerte algunos templos católicos (cuatro iglesias y
dos capillas). Luego del llamado a un paro para el día siguiente, realizado por
Hugo Di Pietro, secretario adjunto de la CGT, fueron incendiados los templos de
San Francisco, Santo Domingo y la Curia Metropolitana. La oposición cargó las
culpas a Perón, cuyo gobierno atribuyó los hechos a "dos centenares de
indocumentados que desde la central masónica de míster Drysdale salieron a
prender fuego a media docena de lugares sagrados". Esa madrugada Perón
habló por radio y deploró la quema de las iglesias, que atribuyó a
"elementos comunistas", que no respetaban "el recinto de los
templos religiosos".
El día
del bombardeo Perón tenía previsto entrevistarse con Crisólogo Larralde en
busca de un acercamiento. Este lo aguardaba en el Salón de Invierno cuando se
produjo el estallido. Larralde era dentro del radicalismo el único dispuesto a
admitir que el peronismo rescataba las banderas populares y revolucionarias del
yrigoyenismo.
Tres
meses después de estos hechos, sectores militares y la oposición casi en bloque
lograron consumar sus propósitos e instalaron otra de las dictaduras que
asolaron al país en el siglo pasado. La Sociedad Rural testimonió su adhesión
al golpe con un comunicado emitido al día siguiente. En su libro "Historia
de la Sociedad Rural Argentina" Alejandro Tarrulla pone de manifiesto que
expresó "su más ferviente apoyo a la cruzada de libertad". El general
Perón escribió en "La fuerza es el derecho de las bestias" acerca de
"la absoluta evidencia de que los curas tomaron parte activa y directa en
la revolución". Asimismo en "La violencia evangélica-De Lonardi a
Onganía" Horacio Verbitsky señala que "la Iglesia Católica tuvo una
participación decisiva en su caída. En setiembre de 1955 los soldados de un
Ejército católico tomaron el poder con la promesa de realizar el ideal de una
Cristiandad".
Al fin y
al cabo fueron "los conocidos de siempre" a los que denunciara Raúl
Alfonsín poco tiempo antes de acentuarse su enfermedad y a semanas de iniciarse
la acción desestabilizadora impulsada por la jerarquía ruralista y los grupos
económicos que instrumentan a los grandes medios, como señala Daniel Cecchini
en "Miradas al Sur" del 5 de abril de 2009: "Alfonsín, los
Kirchner y los enemigos comunes de ambos".
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