domingo, 30 de diciembre de 2012

UNA REVOLUCIÓN EN LA ESTÉTICA MASCULINA

El Che Guevara habría tenido el hábito de depilarse las axilas

Cristian E. Valenzuela Issac - Docente

Natalia Perrotti – Lic. en Psicología

Son míticas las fotos de Ernesto “Che” Guevara y de su mirada al horizonte del ideal, de su boina negra y su estrella de comandante, símbolos de un hombre de revolución. Es extraño, aunque no imposible, por lo demás, encontrar el rostro del Che afeitado. De modo tal que la barba, e incluso el pelo largo (!), han devenido en símbolos de liberación, imitados en mayor o menor medida por generaciones de jóvenes de izquierda.

Paco Casal (un hombre peludo)
Seguramente, sin embargo, el pelo largo en el hombre haya podido resultar indignante para distintos sectores conservadores de la época, tanto dentro como fuera de la milicia. Aunque, sin duda, un nuevo modelo de masculinidad pudo imponerse sobre las cabezas y los rostros de los hombres. No asombra que hoy en día “los hombres de pelos largos”, de barba y melena, puedan percibirse por los pasillos de facultades y bajo la bandera de marchas reivindicadoras sin que ningún operativo los obligue a ser formales y corteses, cortándoles el pelo una vez por mes –como se alude en la canción Aprendizaje (1973) de Sui Generis. Pero, ¿qué impacto generaría en los hombres si investigaciones -por así decirlo- “antropológicas” afirmaran que el Che Guevara se habría depilado el pecho, las axilas, las piernas o incluso el cavado? Se pensaría que se trata, sin lugar a dudas, de una broma de la revista Barcelona, de una parodia de las afirmaciones hipotéticas de los programas de chimento, o de una nueva estrategia de marketing para aumentar las ventas de prestobarbas… Pero que el Che se haya depilado, eso nunca. ¡Peludo, o muerte!
Al margen de la licencia paródica que nos tomamos sobre la depilación guevarista, deseamos reflexionar sobre el impacto de las nuevas campañas de depilación masculina por parte de renombradas empresas de productos para hombre. Desde hace unos meses, por medio de distintos canales de comunicación, se está fomentando que los hombres “dejen de ser primates” y empiecen a depilarse; enormes carteles en las calles con mujeres que miran deseosas a hombres lampiños, y rechazan a los que no han pasado por la rasurada de sus piernas; nadadores que con sus sonrisas resplandecientes y máquinas depiladoras en sus manos te invitan a deshacerte del vello púbico; y la intromisión de estas empresas en las redes sociales de miles de hombres, haciéndote encuestas sobre si todavía estás entre la minoría masculina que no se ha animado a evolucionar y, por consiguiente, a depilarse. Hasta enfrente de los mingitorios el público masculino es coartado para recibir la “buena nueva” sobre qué es ser un hombre bello (sin vellos). Pero el colmo de esta inversión en publicidad para derribar el paradigma del hombre peludo en pos de vender millones de prestobarbas más por semana se encuentra en los videos instructivos que las empresas difunden sobre cómo depilarse la entrepierna (con sus prestobarbas) de un modo eficiente y seguro. Y justifican descaradamente la afeitada genital de un modo hasta proverbial: “porque cuando los arbustos no están, el árbol parece más grande” (!).

¿Vale la pena reír, o ser cautos frente al esfuerzo del mercado por combatir el imaginario social preponderante sobre la belleza masculina? Theodor W. Adorno, un filósofo alemán de principios del siglo XX, muy preocupado por el vínculo entre la estética (más que nada de las artes) y la política, nos aporta categorías conceptuales que nos sirven para dar cuenta de los intereses ocultos de este fenómeno. Según el filósofo, podemos denominar industria cultural a la intervención del mercado en la cultura. En otros términos, habría determinados tipos de intervenciones que manipularían elementos sociales y/o culturales (en este caso, de la construcción de género sobre la masculinidad). La finalidad de esta manipulación sería la comercialización, la posibilidad de generar más ventas, más consumo. De este modo, mediante la industria cultural, los propósitos capitalistas avasallan a la sociedad y la someten a sus reglas. No nos sorprendería que, en 20 años, los adolescentes hombres de nuestra sociedad no se jacten de tener vellos en las piernas, sino que se digan los unos a los otros “¡qué asco!”, tengan vergüenza de mostrar sus cuerpos, y quieran que sus padres les enseñen a depilarse lo más antes posible.

Por otro lado, ¿no resulta hasta paradojal que lo que podía ser visto como un logro de liberación de los hombres sobre sus propios cuerpos ahora sea cooptado por los intereses mercantiles? ¡Cuántas mujeres, y con razón, luchan contra el mandato social de tener que parecer lindas, arregladas, maquilladas, agradables, suaves y depiladas! ¡Cuántas rechazan el mandato de belleza que somete sus cuerpos a horas de preparación para estar “divinas” y “plenas”! ¡Cuántas han sido las mujeres que en los años ’60 y ’70 en Canadá y Estados Unidos han quemado sus corpiños –cárcel de sus corazones- como protesta al patriarcado!

Asimismo, Adorno nos advierte del peligro de que determinados ímpetus revolucionarios sean captados por las fuerzas sometedoras y opresivas del capital: por ejemplo, menciona los cuadros de arte abstracto que son subsumidos a tener una funcionalidad instrumental y decorativa en la decoración de las oficinas de grandes empresarios. Según el pensador, la obra de arte debe molestar y manifestar tensión, porque es portadora de una libertad no sofocada por el sujeto, de una vida no dañada por la opresión; y ni el ícono del Che Guevara plasmado en ese cuadro de oficina -señala también Adorno con picardía en su Teoría Estética- podría restituir al arte su fuerza corrosiva silenciada por la violencia normalizadora de la industria cultural.

Y si la opresión del mercado que intenta formar nuestras cabezas (y nuestros pechos, y nuestras entrepiernas) vence, sólo nos quedará mantener el espíritu de cambio, buscar el intersticio, la fisura de los totalitarismos, las grietas de la hegemonía, los resquicios del deber ser, y luchar desde allí. Si hace unos años la belleza “molesta” del hombre depilado podía ser justamente como un grito a favor de la diversidad de construcciones de la masculinidad, los intereses mercantiles se están encargando de encauzar esos brotes de contra hegemonía a sus cuentas bancarias. Sólo basta no dejar de resistirnos al control de nuestras emociones, de nuestros pensamientos y de nuestros cuerpos. Quizás, en cambio, deberíamos atrevernos a depilarnos proletariamente con cera, para así poder burlarnos, y gritar, ante el rostro del enemigo oculto.

1 comentario:

  1. muy gracioso y sobre todo muy acertado, soy de la generaciòn que impuso el pelo largo, como fuera, lacio, ruliento, lido o feo....y nos miraban como si fueramos seguidores de Lucifer.... jajajaja.... igual con el tiempo de ser una cosa poco masculina se convirtiò en algo sensual y justamente muy sensual, que se yo... lo mismo que Rubens con sus señoras llenas de celulitis y Modigliani con sus señoras afinadas y muy delgadas.... nada es para siempre.... abrazos

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