miércoles, 5 de diciembre de 2012

Clase media, ¿ángeles o demonios?

Mauricio Epsztejn--
Familia tipo
La prudencia aconseja no idealizar, no esquematizar, no ser ingenuos. Hablar de la “clase media” se ha convertido en un tema de debate referido a un actor presente en muchas manifestaciones de la vida política y social moderna. Se suele englobar bajo esta caracterización a sujetos que van desde trabajadores asalariados que pueden mandar a sus hijos a la universidad, consumen video cable, mantienen un auto, disponen de un aire acondicionado o un plasma comprados en cuotas, viven en una sencilla casa propia, veranean durante las vacaciones y están cubierto por una obra social porque tienen un empleo registrado (en blanco) y su sueldo está por encima de la línea de pobreza, hasta pequeños, medianos y grandes empresarios de la ciudad y el campo, cuyos ingresos, nivel de vida y capacidad de acumulación dependen del tipo y envergadura sus actividades económicas, junto a profesionales, técnicos y una variada pléyade de trabajadores autónomos. A este heterogéneo conjunto, la literatura socio-política los suele encuadrar bajo la denominación de “clase media”, un sector al que Max Weber, a fines del siglo XIX, dedicó buena parte de sus investigaciones y que, a diferencia de Carlos Marx, no encara a las clases según el lugar objetivo que ocupan en un sistema de producción históricamente determinado, sino toma en cuenta otros aspectos producidos por la estratificación social en esa etapa del desarrollo capitalista, tales como la percepción que de sí mismo tienen los individuos y los grupos, donde adquieren particular relevancia no sólo los factores objetivos, sino los subjetivos, tales como el nivel cultural y de instrucción, tipo de tarea desarrollada por individuos ante quienes se abre la posibilidad de aspirar a un cambio de estatus económico y acceder a un círculo social al que quieren pertenecer, lo cual redunda en identificación política y demás cuestiones relacionadas.

Aunque escapa al objeto de esta nota sacar conclusiones generales para la época actual, no cabe duda que la revolución informática iniciada en la segunda mitad del siglo pasado y que de manera acelerada penetra hasta los más recónditos rincones de la vida cotidiana, produjo cambios en todo el sistema de producción y circulación económica, así como en el conjunto de las relaciones humanas que conformaron ese heterogéneo fenómeno social, político y cultural genéricamente llamado “clase media”.

¿Y en la Argentina qué…?

Citroen símbolo de la clase media por los ´70
A esta altura de la nota, el lector se preguntará qué sentido tiene esta introducción, si el objeto no es meterse en un debate académico.

Y lo tiene porque es el de reflexionar sobre el momento que vive el país, un momento atravesado por las tensiones de una disputa de hacia dónde avanzar y quienes sostendrán el timón durante ese proceso. De cómo y por qué la Argentina llegó donde está, dejó de ser un tema teórico para dirimirse en el terreno de la lucha política en la cual no siempre los contendientes se manifiestan como lo que son, ni los intereses que defienden. Actúan como jugadores taimados, acostumbrados a ganar siempre por su poder para elegir dónde y con qué mazo de cartas marcadas jugar y se niegan a aceptar las reglas de la soberanía popular. Son pocos, pero con recursos que emplean a discreción para conservar sus privilegios. Eso los hace peligrosos. Sólo pueden vencer a la democracia si consiguen atraer aliados que vuelquen a su favor la relación de fuerzas, para lo que no escatiman los medios: dinero, mentira, calumnias, prejuicios, mimetización, amenazas que a veces llegan a ejecutar, espejitos de colores para los incautos que los suelen comprar y que descubren el engaño cuando el daño está consumado. Parafraseando al filósofo y al clásico, nada de lo humano les es ajeno.

Si bien no es una exclusividad argentina, hoy y aquí atraviesan una muy virulenta. En este país pareciera no existir la derecha, o por lo menos nadie se reconoce como tal. A lo sumo, los que realmente lo son confiesan ser de centro derecha o republicanos, empeñados en defender las instituciones republicanas amenazadas por el populismo y en nombre de la libertad defienden históricos privilegios conseguidos de modo poco transparente. Ellos también se consideran clase media agredida por quienes quieren abolir las libertades individuales e instaurar un régimen basado en la “dictadura de los votos”.

Desde el lado del llamado campo nacional y popular hay quienes, para enfrentar esa catarata de patrañas los combates con eslóganes y caen en la trampa de considerar de derecha cualquier reclamo de una clase media que toman como bloque sin fisuras. Tal simplificación puede ahorrarles trabajo intelectual, pero resulta completamente ineficaz a la hora de identificar las causas del malestar, real o supuesto, deslindar los campos y dar un serio debate político.

No sirve despotricar contra la “clase media” en bloque, sin analizar quienes son, qué intereses los mueven, sin son sólo mimetizaciones o causas reales, cuál es el núcleo duro de opositores refractarios a cualquier reflexión positiva y quienes se le suman por perjuicios o, incluso, errores propios, desinformación, manipulación o sincera confusión.

¡Ojo con la dirección del viento!

Mafalda y Susanita
Además, a los emisores de tales denuestos les puede suceder como a los que escupen contra el viento, ya que muchos defensores del gobierno encabezado por la Presidenta pertenecen a esa misma clase media que descalifican.

Entre los defensores del proceso iniciado por Néstor Kirchner en 2003 hay quienes suponen que —el hasta ahora inorgánico movimiento opositor, sin estructura ni liderazgos visibles, pero capaz de poner mucha gente en la calle aunque carezca de propuesta política unificada —, es sólo un fenómeno de una clase media acomodada. Tal explicación simplista es contradictoria con lo explicitado por la propia Presidenta que proclama tener entre los objetivos de su gobierno el crecimiento de esa clase media vilipendiada por algunos de sus seguidores.

De ser consecuente con ese punto de vista, se llega a la conclusión que el gobierno actúa de un modo por demás extraño, porque el éxito de su política tiende a achicar la supuesta única base de sustentación social con que cuenta —los pobres —e indirectamente ayuda a la oposición más extrema. Entonces, en términos de elemental aritmética político-electoral, trabaja en contra de sus intereses.

Según esa lógica del anti-Perogrullo, la legitimidad y subsistencia de Cristina y del movimiento político que la respalda, está atado al aumento de la pobreza. De allí, a plantear que la estabilidad del gobierno de Cristina depende de la cantidad de choripanes y tetrabrikes que pueda repartir entre los pobres, hay sólo un paso.

Preguntas

A esta altura de la nota, cabe interrogarse:

1)  ¿Son los más pobres el único soporte del kirchnerismo?

2)  ¿Todos los pobres apoyan a Cristina?

Quien afirme que existe una correspondencia automática entre la situación económica y el alineamiento político-ideológico de la sociedad se va a encontrar en figurillas para responder a esas preguntas y explicar por qué en un aspecto medular que caracterizó la política kirchnerista a partir de 2003, como el de los derechos humanos, fueron principalmente los sectores de la clase media quienes con más firmeza la sostuvieron y por qué un partido de derecha como el PRO, encabezado por el ingeniero Mauricio Macri, obtuvo el respaldo de hasta del 64% del electorado de la Ciudad de Buenos Aires, en una votación que cruzó de manera pareja y transversal a todos los barrios y estratos sociales, incluyendo al de los más pobres.

Reducir la política a la fórmula atribuida a Bill Clinton de que “es la economía, estúpido”, no sólo minimiza hasta el desprecio al factor ideológico y cultural, sino que hace bajar los brazos de quienes aspiran y luchan por un porvenir mejor para todos, pues subordinan los sueños y la voluntad de cambios al resignado fatalismo economicista de lo establecido.

Recordar de dónde vinimos, qué fuerzas, qué personajes e ideas nos condujeron al desastre del 2001, es imprescindible, porque ante cada encrucijada reaparece por cuanta pantalla y radio convoca sus saberes, el elenco estable de gurúes de la mala onda para publicitar sus recetas y anunciar el apocalipsis si no se las tiene en cuenta. Eternos vendedores de milagros y conductores de fracasos y derrotas, repiten un discurso redactado por los centros del poder mundial y son la muestra viviente de una Argentina decadente que se resiste a dejar la escena.

No olvidar el pasado es fundamental.

¿… y entonces?

Sin embargo hoy, sólo con eso ya no basta. No estamos en 2001/2002 sino en 2012, con una sociedad distinta, más compleja, mejor, más exigente, a la que se llegó bajo la conducción política de quienes no aceptaron seguir los cánones tradicionales sino recrearon la esperanza e impulsaron el desarrollo de nuevos paradigmas. Por eso, para seguir avanzando por el mismo camino son insuficientes hasta las mejores respuestas y herramientas que ayudaron a salir del infierno, porque ante los nuevos desafíos del mundo globalizado es necesario impulsar con más energía el debate político e ideológico, sin excluir ni etiquetar de antemano, en todos los ámbitos, para encontrar respuestas concretas ante las nuevas situaciones concretas, sin recurrir a eslóganes que aparten a quienes objetivamente deberían marchar por la misma avenida plural que se abrió en el 2003 y que si aún no están allí o con argumentos y paciencia se los convence de por qué deben estarlo, en los momentos decisivos van a jugar en contra.

¿Cuántos pueden ser? Nadie está en condiciones de asegurarlo sin antes hacer el intento, desechando el recurso fácil de recurrir a eslóganes para justificar la pereza intelectual de quienes creen que con sólo aferrarse a lo conocido, alcanza.

1 comentario:

  1. Considero que es indispensable analizar la realidad desde una pluralidad de lecturas, esto será muy difícil mientras las grandes corporaciones mediáticas a las que, lamentablemente, accede una gran mayoría sean las formadoras de opinión. No olvidemos que no hay verdad más difícil de defender que la que habita entre cuatro mentiras y no hay mentira más difícl de denunciar que la que se esconde entre cuatro verdades.

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