miércoles, 5 de diciembre de 2012

A cuarenta años del retorno de Perón

Osvaldo Riganti--
Perón y Balbín
Hace cuarenta años culminaba el largo período de diecisiete y pico de expatriación impuesto a Perón, cuando el avión depositaba en Ezeiza  a la nutrida comitiva encabezada por el viejo General. "Con tanques en las calles o con elecciones tramposas el régimen jugó todas sus cartas. Cuando pudo proscribir, proscribió, cuando pudo anular elecciones las anuló", dijo Héctor Cámpora en su discurso de asunción como presidente unos meses después. Efectivamente, el régimen había apelado a toda la gama de variantes que iban desde dictaduras desembozadas hasta variantes electorales proscriptivas.

El último intento había sido el gobierno de facto impuesto una madrugada de junio de 1966, que sacó con cajas destempladas al doctor Arturo Illia. Aquel engendro dictatorial concebido como solución de largo alcance, denominado Revolución Argentina, bajo la jefatura del general Onganía comenzó a ser jaqueado por revueltas populares y quedó herido de muerte con el recordado "Cordobazo".
Un año después la Junta de Comandantes desalojó del gobierno a aquel hombre de bigotazos e instaló en su reemplazo al general Levingston, que entró en colisión con los factores de poder cuando designó al frente del Palacio de Hacienda, al doctor Aldo Ferrer. Como remate, en Córdoba tuvo lugar el "Viborazo", un nuevo levantamiento de masas desarrollado en las calles de la "docta”, que rápidamente tumbó al gobernador Uriburu.

Levingston fue eyectado de la presidencia y la Junta de Comandantes impuso a su hombre fuerte, el general Lanusse, para conducir el desemboque hacia un régimen constitucional. Sempiterno conspirador, creyó que había llegado su hora para regir los destinos del país como resultado de la institucionalización. Para eso Lanusse convocó al "Gran Acuerdo Nacional", que sería sin "trampas ni exclusiones", pero sus pasos se orientaban en otra dirección, en pos de lograr el renunciamiento de Perón que a él lo catapultara al liderazgo político-militar con el favor de las masas populares.

La relación se fue tensando, ya que Perón insistía con su prédica antidictatorial  mientras el pueblo argentino ganaba las calles. Gestos como la devolución de los restos de Evita y el envío a Puerta de Hierro de emisarios para negociar, jalonaban los intentos del "lanussato" por acercarse en busca de apuntalar sus propósitos de continuidad.

Lanusse tomó el poder en marzo de 1971, pero su estrategia comenzó a naufragar un año después, cosa que Perón festejó con una burla: "Lanusse —dijo — tiene las mismas posibilidades de ser presidente por el voto popular que yo de ser rey de Inglaterra". Enfurecido, el dictador se despojó de sus harapos "populistas" y dejó entrever sus pilíferos "gorilinos". Era, al fin y al cabo, el mismo hombre que participó de la intentona golpista de 1951 y como Jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo convalidó la destitución de Lonardi para facilitar el arribo de Aramburu a frente del gobierno.

Ahora impuso una convocatoria electoral amañada, decretó que quien deseara postularse a la presidencia de la República debía estar en el país a más tardar el 25 de agosto de ese año, en un torpe intento por bloquear a Perón, que permanecía en su largo exilio de Puerta de Hierro. Buscaba desacreditarlo al decir que no quería volver a la patria y que, afirmó, "…para mis adentros pensaré que no le da el cuero".

Perón no convalidó su imposición, aunque se aprestó para retornar a la Argentina, haciéndolo tres meses después.

Un Lanusse desencajado le advirtió a Cafiero en una reunión secreta que, "Si Perón vuelve yo no voy a permitir que la negrada me haga otro 17 de octubre", como lo reveló el dirigente justicialista en su libro "Desde que grité ¡Viva Perón!".

Las cartas estaban echadas.

La dictadura cercó el aeropuerto de Ezeiza e impidió que la gente volcada hacia allí se contactara con el líder. Es más, producido el temido arribo, un emisario de la Junta Militar trepó a la nave y se dirigió a Perón en forma claramente intimidatoria:"Buenos días señor — le dijo—, ¿va a descender?". El "señor” implicaba desconocerle su grado militar, tras la degradación impuesta por la subversión cívico-militar de aquel fatídico 1955. Y sus dudas sobre el descenso apuntaban a que el jefe de las mayorías nacionales tuviera una visión angustiante, cercado por tropas de un régimen hostil. Con su habitual gracejo, Perón le respondió:"Pero claro m´hijo ¿para qué se cree que hemos venido?", palabras reveladas más tarde, por varios testigo.

Poco después, acompañado por Isabel, López Rega, Cámpora y Abal Medina (padre), el hombre que concitaba la devoción de millones de argentinos pisó suelo argentino. Llovía esa histórica mañana y el secretario general de la CGT José Rucci corrió a cobijarlo con su paraguas, entre las exclamaciones de júbilo de la comitiva.

Perón se alojó en el Hotel Internacional, donde sufrió presiones regiminosas que condicionaron su libertad de desplazamientos a una entrevista y/o a pacto previos. Como él rechazó el apriete, no se lo autorizó a salir, una situación que denunció como detención, cosa que el gobierno refutó de plano. Entonces, para demostrar la verdad de sus dichos, el recién llegado le pidió a los periodistas presentes que lo acompañaran hasta la salida del hotel. Cuando se dispuso a hacerlo, los efectivos militares empuñaron sus armas y lo apuntaron, por lo que se volvió hacia los azorados periodistas que presenciaban la escena y les señaló: "como verán, estoy detenido".

Allí el gobierno advirtió que se derrumbaba su carta final y le permitió trasladase a su flamante casa de Gaspar Campos, en Vicente López, comprada con fondos partidarios y donaciones de seguidores.

Una multitud delirante ganó las calles. "La Casa Rosada / cambió de dirección / está en Vicente López / donde vive Perón", fue uno de los cánticos preferidos. El desfile popular duró varios días y obligó al ex presidente a asomarse continuamente a los balcones de su flamante residencia para saludar a sus partidarios.

También se sumaron visitas de los más variados sectores de la vida nacional. Una de las más conmocionantes fue la del jefe radical Ricardo Balbín que, hostilizado por sectores peronistas, ingresó a la casa saltando una tapia. Allí tuvo un cordial encuentro con su viejo adversario, en una actitud que selló el pronunciado aporte a la convivencia de las dos fuerzas mayoritarias. Perón y Balbín coincidieron en los objetivos para la democratización y liberación del país.

El restaurante Nino le sirvió a Perón como recinto para reunir a las fuerzas de signo nacional y avanzar en una estrategia común ante las elecciones en ciernes.

Frente a la condición proscriptiva impuesta por Lanusse, Perón no quiso forzar la ruptura. Convalidó la candidatura de Héctor Cámpora, por lo que volvió transitoriamente a España, no sin antes recorrer países vecinos en los que habían surgido gobiernos que sostenían posiciones similares a la que en sus tiempos él sustentaban como concepción latinoamericanista.

Lo que siguió, ya forma parte de otra etapa, de otra historia.

Esta nota sólo busca reflejar el momento de júbilo que produjo la vuelta tan largamente esperada.

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