Por Mario M. Méndez—
A
mediados de 2013 Lucía Laragione publicó Vidas
opacas, su primera novela para adultos. Mario Méndez, que la recibió de su
mano, con una dedicatoria que lo enorgullece, le propuso a unoytres esta
reseña, acompañada de una entrevista en la que la autora recorre algunos de los
puntos más intensos de su trabajo.
Meterse
con la propia historia, la familiar, no es nada fácil. Con valentía, Lucía
Laragione nos lleva, en Vidas opacas, de
recorrida por una serie de eventos que al lector (al menos a este lector)
avisado de la existencia histórica de Raúl Larra, lo invitan a preguntarse por
las relaciones entre ficción y realidad, por la compleja reelaboración de los
hechos históricos, reales, que, se sabe, se vuelven ficción al ser contados.
Ese es el eje que he elegido para reseñar una novela que me gustó mucho y para,
a la vez, elaborar una entrevista que la acompaña.
Lucía
Laragione es una reconocida autora de
cuentos y novelas dedicados al público infantil y juvenil, y una premiada
dramaturga. En 2013 publicó esta, su primera novela para adultos, Vidas opacas. Primera novela que costó,
seguramente, mucho trabajo. Ya en 2007, cuando tuve la oportunidad de
entrevistarla para un ciclo de encuentros con autores de literatura infantil y
juvenil, organizado por el Programa Bibliotecas para Armar, Lucía me había
dicho que estaba “intentando
escribir una novela para adultos, que amenaza ardua. Espero llegar a buen
puerto, aunque me lleve tiempo”.
Así que la primera pregunta que se me ocurre, casi siete
años después, es si es esta la novela de la que hablaba, y cómo fue de arduo el
trayecto: “Sí, esta es la novela. Fue un
trayecto arduo porque tuve que ir descubriendo aquello que quería contar y lo
fui sabiendo en el proceso. Y me costó también encontrar la manera para poder
hacerlo. La abandoné más de una vez y demoré en volver a retomarla”.
Dura,
intensa, conmovedora, esta breve novela (107 páginas) que publicó la editorial
Biblos, es realmente recomendable. Acerca de la brevedad, se me ocurre
preguntarle a Lucía por esta reflexión cercana al final, en la que aparece la posible
opinión de editor de su padre, Raúl Larra: “No
alcanza, diría mi padre. No es una novela. En todo caso, apenas una nouvelle,
un librito”.¿Realmente, Lucía, tras leer esta pequeña gran novela, creés
que eso diría tu padre, el editor? ¿Y cómo te llevás con lo que sigue, acerca
de que es una “versión obscena del que
fue el padre amado”?
LL: “Es muy difícil
saber lo que mi padre en verdad diría. En todo caso se trata de una ironía de
mi parte. De todos modos, lo que sí puedo decir es que cuando se refería a mis
libros para chicos y adolescentes, solía llamarlos “libritos”, diminutivo que
los que nos dedicamos al género conocemos bien”.
En cuanto a la “obscenidad”, sin duda que se muestra un
fuera de escena donde se desnuda al padre.
En la
contratapa, Alicia Dujovne Ortiz afirma que “Es como si en este relato escrito
con las vísceras se rescataran del olvido muchas otras vidas injustamente
opacadas que el devuelve a la luz”. A eso, a ponerle luz a unos cuantos
episodios oscuros de nuestra historia y de la historia familiar, creo yo, parece
haberse dedicado Lucía, cosa que logra holgadamente: la novela ilumina, saca de
la sombra, devela, aunque el foco que pone sobre las duras cuestiones que
tienen que ver con las contradicciones de un padre brillante (intelectual,
dirigente político, editor, escritor) pero también distante, proclive a la
infidelidad, por momentos sorprendentemente débil, no es la luz de un
reflector, no es la lámpara cruenta de los interrogatorios. La luz que proyecta
Lucía Laragione ilumina sin escandalizar, es una luz que no está exenta de
ternura, que nos permite ver, pero que también respeta el valor de las sombras.
Me pregunto, y le pregunto a Lucía, cuanto hay de construcción literaria en la
pintura que hace de su madre, de su padre, del hermano suicida y de los
“invasores”, los que “toman la casa”, es decir la India y su hijo Carlos.
LL: “Cuando se narra,
siempre hay una construcción literaria. Uno elige un recorte, unos aspectos por
sobre otros aunque lo haga sobre un fondo de verdad biográfica. En todo caso,
se trata de mi versión de esa familia”.
La
novela comienza en un momento clave, el posterior al golpe del ´55, con la
caída del peronismo, la represión de la mal llamada Revolución Libertadora y la
organización de la resistencia peronista. Charlando con Lucía yo le decía que
me hace recordar un poco, esa familia judía y progresista enclavada en un
barrio de clase media baja, a la pintura que hace Alicia Steimberg en Músicos y relojeros. Me pregunto si
Lucía coincide.
LL: “Leí “Músicos y relojeros” hace muchos años
atrás y no la tengo presente. Sin embargo podría decir que, sin duda, había un
aire común en las familias judías y progresistas”.
Luego
la historia va y viene durante la segunda mitad del siglo, para terminar en los
festejos de finales de 1999. Atraviesa, así, la llegada del frondizismo y sus
traicionadas promesas, el oscuro onganiato, el regreso de Perón y los trágicos
sucesos de Ezeiza y los terribles años del proceso, especialmente el ´82, cuando
el hermano de la narradora protagonista, que ya lo ha intentado antes, logra
finalmente su propósito suicida. En ese trayecto de medio siglo desfilan algunos
personajes inolvidables, como Argelia, la amiga y vecina de la protagonista,
peronista devenida marxista y militante de un ejército popular, cuyo nombre,
unos años después, aparecerá en los listados de la CONADEP; ¿Hay también algo
autobiográfico en esa chica, la hermana del Ñato, el amor platónico de la
niñez?
LL: “Argelia existió, vivía en el conventillo y tenía un hermano llamado Ñato. Eran una familia
peronista. Los sucesos son inventados”.
Finalmente,
volviendo a los grandes personajes de la historia familiar, quisiera hacer
hincapié en el libro que, supuestamente, ha escrito y publicado, en la
juventud, la madre de la narradora. Un libro de cuentos titulado, justamente,
“Vidas opacas”. Si existió el “Vidas opacas” de la madre (y al menos, en tanto
construcción de la novela, sí existió), y vos opinás sobre él, ¿qué creés que
opinaría tu madre de este, tú Vidas
opacas, que a la vez la critica y la rescata?
LL: “El libro de mi
madre existe. Se pueden encontrar ejemplares a través de Mercado Libre y hay
alguno en una biblioteca de EE.UU.
El libro ha envejecido
tanto desde el punto de vista del contenido como del lenguaje. Tiene un valor
histórico.
En cuanto a lo que
ella pensaría de mi “Vidas opacas”, no podría decirlo. Ella fue y seguirá
siendo para mí el enigma”.
Queda
el otro eje de la novela, la historia del hijo, del hermano, el suicida. Es lo
más duro y fuerte del relato. ¿Cómo fue narrarlo, cómo fue inventarlo, si es un
invento, o re-construirlo?
LL: “Hay invención y
reconstrucción. Y escribirlo fue duro y necesario”.
Sólo me resta una última felicitación, por una novela
valiente, que me atrapó de entrada. Y una última pregunta, acerca del paso del
mundo editorial de la Literatura Infantil al de la edición de libros para
adultos. ¿Cómo fue la llegada a Biblos? ¿Cómo está resultando la llegada del
libro a las librerías, a los lectores?
LL: “Conocía a Javier
Riera, el dueño de Editorial Biblos, porque hicimos algunos trabajos juntos.
Eso me facilitó la llegada a él. En cuanto a la llegada a los lectores, tuve algo
de prensa y eso un poco ayuda aunque todavía no sé cuánto se movió en las
librerías. De todos modos, estoy segura de que debe haber sido una cantidad
modesta, muy por debajo de las cifras a las que estamos acostumbrados en el
género infantil y juvenil”.
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