Por Mauricio Epsztejn—
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Sintonía fina |
Ni místico ni ingenuo, el autor de esta nota es además
escéptico en cuanto a la amigable relación entre las buenas intenciones que
cualquier gobierno puede tener y la realidad política que le permite
concretarlas. No es necesario obtener un Nobel en política para saber que existe
una categoría llamada “relaciones de
fuerzas”, una construcción humana y cambiante, que condiciona la concreción
de los programas de gobierno. En esa relación no sólo juegan propios y
adversarios o enemigos, sino que entre los considerados propios es necesario
ver quienes realmente lo son en cada momento, sea por intereses, por
capacidades o porque han sido buenos para una etapa y dejan de serlo en otra.
Para no divagar, vamos a abordar ciertos temas de la vida
cotidiana, los estados de ánimo colectivos y la incidencia que pueden tener en
las elecciones de 2015, para los que faltan menos de dos años, pero cuyo
resultado se construye en el día a día de un debate político y cultural y los
ciudadanos deciden respecto a un gobierno o proyecto político que ya tiene a todas
las fuerzas políticas en la mira.
Desde esta columna, por ahora sólo se van a plantear
inquietudes sobre tres temas —precios acordados, crisis del sistema eléctrico y
transporte. Sería deseable que en algún escalón del Estado se estén analizando
las causas de los cuales estos son sólo un emergente y se participe de ello al
público en un lenguaje accesible, cosa que los ciudadanos de a pie también podamos
opinar
.
Precios acordados:
Sobre esto, con independencia de las actas y compromisos
firmados recientemente, el proceder que tendrán los principales actores
privados lo dejó claro el señor Alfredo Coto, líder de la cadena que lleva su
nombre y presidente de la asociación de los principales supermercadistas
nacionales y extranjeros. Cuando todavía no se había secado la tinta con su
firma, puso en duda la posibilidad de cumplirlo. Ante eso, uno se pregunta:
¿Qué credibilidad merece el nuevo acuerdo?
¿Cuántas veces estos mismos actores se comprometieron con
Guillermo Moreno o el que fuera, de palabra o por escrito y no cumplieron?
¿Qué consecuencias tuvieron los anteriores incumplimientos y
qué se hizo ante las campañas de los principales medios opositores contra
quienes salieron a controlar, como hizo La Cámpora y otros sectores políticos o
sociales y las asociaciones de consumidores, a los que acusaron de juventudes
hitlerianas, chavistas, castristas, populistas o algún otro integrante de la
galería de fantasmas con que asustan a los incautos?
Además, ¿qué precios tenían los mismos productos unos meses atrás
y por qué se fueron para arriba?
La experiencia de este cronista como consumidor, lo hace
descreer de la sinceridad de esos firmantes y va a confiar recién cuando
conozca las herramientas económicas que tiene el Estado para regular los
precios, así como las medidas que tome ante el menor amague de trampa respecto
a lo firmado. En esta oportunidad vio algo alentador: ante el desafío público
de Coto, la inmediata respuesta del Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich y la
intervención de los productores de tomate que desnudó la mentira, sirvieron
para desinflar la amenaza y encarrilar las cosas. De todos modos, como el
futuro es una incógnita, la experiencia indica la necesidad de estar atentos y
no dejarse sorprender.
Este es un tema picante que debería priorizarse en el campo
de la sintonía fina.
Crisis del sistema
eléctrico:
La actual estructura política estatal tiene una serie de
ministerios a cargo de las distintas áreas de gestión. Para esta nota sólo nos
interesa la forma de relacionarse entre tres: el de Industria, que controla y
mide la producción de electrodomésticos; el de Economía, que conoce e informa
la marcha del PBI; y el de Planificación Federal, el que, entre otras cosas, es
el encargado de seguir al sector que genera y distribuye la electricidad. A la
vista de los resultados, en el actual esquema algo no funciona.
Si el Ministerio de Industria anuncia el incremento
constante en la producción de electrodomésticos, datos que avalan las Cámaras
empresarias, se cae de maduro que eso repercutirá en el consumo minorista de
electricidad. Si el Ministerio de Economía informa el crecimiento del PBI, principalmente
sostenido por el mercado interno, la conclusión es idéntica a la de su par de
Industria. Si el Ministerio de Planificación dice que la generación eléctrica
es suficiente para cubrir ese crecimiento y la capacidad de distribución y
transporte mayorista está en sintonía, ¿qué se hizo para que distribuidoras
minoristas, como EDENOR, EDESUR y otras, hicieran lo que debían hacer o, en su
defecto, se las pusieran en vereda y les hicieran cumplir los contratos? Ningún
funcionario puede alegar sorpresa, ni echarle la culpa de los cortes a las
altas temperaturas recientes, porque son hechos recurrentes, que se repiten
porque aquellas retacean las inversiones.
Aquí también es necesario hablar de la sintonía fina anunciada en 2011.
Si son necesarias inversiones para poner la red en
condiciones de enfrentar el aumento del consumo y hasta ahora las empresas no
lo hicieron, incluso en contra de la elemental lógica capitalista donde el
empresario primero invierte, si pretende obtener rentabilidad. Acá las cosas se
dieron al revés: piden que el Estado le garantice tarifas altas y luego verán
si les conviene invertir, siempre con lo mínimo posible.
Además, durante demasiados años las tarifas estuvieron
subsidiadas para todos por igual, para quienes lo necesitaban por el nivel de
sus ingresos y para quienes no; para particulares con altos consumos y para los
que tienen dos foquitos de 25 wats. Hace un tiempo hubo un primer avance sobre
unas pocas zonas de altos consumos y se paró. ¿Por qué el Estado debe seguir
subsidiando altos consumos, si ese dinero se puede destinar a resolver
necesidades más acuciantes?
Ante el incumplimiento de los privados y hasta su desidia en
emplear los fondos fiduciarios acumulados para las obras, el Estado debió
hacerse cargo de administrarlos, ejecutar lo que aquellos no hicieron y
conseguir los préstamos del Banco Nación para completar el resto. ¿Quién va a
pagar ese préstamo si las concesionarias lo único que saben es reclamar aumento
de tarifas? ¿No será hora de revisar cómo aquí también se retoma el suspendido
camino de la sintonía fina?
Además, si el Estado pone la plata y debe controlar en qué y
cómo se emplea; si para eso debe asignar personal; si es el constitucionalmente
responsable de garantizar que tal derecho ciudadano se cumpla y recibe las
justificadas bofetadas si no lo hace, ¿para qué se necesita a los privados?
¿Por qué no se procede igual que con AYSA, el Correo, Aerolíneas Argentinas,
YPF, el sistema previsional y otros casos similares?
Entonces, ¿no habrá llegado el momento de aplicar aquí el mismo
criterio de sintonía fina?
A esta altura no alcanza amenazar con la rescisión de los
contratos o aplicar multas, porque el daño evitable ya está hecho y el costo
político lo pagará en un 100% el gobierno nacional. Alguien debería responder
por eso y compartir la culpa en un ministerio que ya reporta los casos de
Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi, que estuvieron a cargo de la Secretaría de
transporte y fueron removidos y procesados, uno por corrupción y el otro, considerando
su actuación de modo benevolente, por negligencia en el control y estupidez,
cuando le echó la culpa de la tragedia de Once que costó 51 muertos, unos 700
heridos y cuantiosos daños materiales, a las víctimas, a los pasajeros del
tren.
Y por los reiterados incumplimientos en el servicio
eléctrico ¿se escuchó alguna autocrítica y algún funcionario responsable fue
eyectado de su cargo?
Autos, camiones y
tren:
La destrucción del sistema ferroviario comenzó a fines de la
década del ´50 del siglo pasado, bajo el gobierno de Arturo Frondizi y su
ministro Álvaro Alsogaray, en aplicación del Plan Larkin, diseñado por ese
general norteamericano e impuesto aquí por el Fondo Monetario Internacional.
Tal destrozo lo completó durante los años ´90 el gobierno de
Carlos Saúl Menem.
Un país con la extensión de Argentina, sin aviones ni
ferrocarril, está condenado a depender del automotor. El tema de los aviones se
empezó a resolver a partir de la exitosa recuperación de Aerolíneas Argentinas
para el patrimonio público nacional. Sin embargo, el del ferrocarril recién se
empezó a abordar con fuerza después del accidente en la estación Flores, con
muertos, heridos y daños y la ya señalada de Once.
Si gran parte de la salida de divisas se destina a importar
combustibles para sostener el funcionamiento del parque automotor, a esta altura
en que parecen superadas las urgencias de la primera etapa kirchnerista, uno se
pregunta si no habrá llegado la hora de considerar una prioridad para la
soberanía económica resolver la relación equilibrada entre los distintos tipos
de transporte.
¿La producción de autos va a seguir teniendo un peso tan
grande en el crecimiento industrial o habrá que poner el acento, en cuanto al
transporte de pasajeros y carga, en diseñar una integradora red ferroviaria y
una industria que la abastezca, como alguna vez tuvimos y destruyeron?
Por lo que el ciudadano común alcanza a ver, esta cuestión
recién se empezó a plantear a partir de que el tema del transporte abandonara
la órbita ministerial donde estaba alojada y pasara al ámbito que ahora ocupa.
Entonces, ¿no será que este también es un ítem que se debería
incluir de manera permanente y no espasmódica, en la sintonía fina?
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