viernes, 29 de noviembre de 2013

HANNAH ARENDT Y EL JUICIO DE JERUSALEN

Mauricio Epsztejn

“Cuando no recordamos lo que nos pasa,

nos puede suceder la misma cosa.

Son esas mismas cosas que nos marginan,

nos matan la memoria, nos queman las ideas,

nos quitan las palabras... oh... “

Litto Nebbia

Hannah Arendt
En varios cines de Buenos Aires estuvo hasta hace poco en cartel la película “Hannah Arendt”, dirigida por la alemana Margareth von Trotta. Su contenido da pie para algunas reflexiones que válidamente se pueden extrapolar a la realidad argentina a la luz no sólo de la tragedia de la última dictadura, sino de un par de hechos recientes que aún resuenan sobre la realidad argentina.
Uno lo protagonizó Jaime Durán Barba, el principal asesor de imagen e influyente ideólogo del círculo íntimo de Mauricio Macri, quien calificó a Hitler como un individuo “espectacular”; el otro fue la provocación de un fanático grupo lefevrista que interrumpió la ceremonia ecuménica en la Catedral metropolitana, donde se conmemoraba “la noche de los cristales rotos”, ocurrida en noviembre de 1938 en Alemania, durante la que los nazis asesinaron a centenares de judíos,
destruyeron sus templos y organizaron la deportación de más de vente mil personas después de robarles sus pertenencias, un anticipo de lo que se transformaría en el Holocausto.

Ese mismo día, bandas de ultraderecha causaron destrozos en comercios e instituciones judías de Buenos Aires y agredieron a personas pertenecientes a esa comunidad, lo que en buena medida explica el por qué después de la guerra numerosos jerarcas del régimen encontraron refugio y abrigo en nuestro territorio, protegidos por sectores con poder político y económico. También explica por qué las últimas palabras del criminal fueron: “Viva Alemania, viva Argentina, viva Austria”. La excelente película del nuevo cine argentino Wakolda, recientemente estrenada, ficcionaliza otro caso en el sur.

Una de las fuentes que usó el guionista del film de von Trotta fue el libro de Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén – un estudio sobre la banalidad del mal”, al que en esencia respetó, donde la filósofa alemana-estadounidense hace la crónica y comenta el juicio que culminó con la ejecución de Eichmann.

Esta columna no se propone hacer un detallado análisis del libro, sino sólo destacar algunos puntos que cree insoslayables por sus implicancias respecto a la historia argentina y su proyección más allá de nuestras fronteras. Empecemos por uno.

Acerca de “la banalidad del mal”

Independientemente de a quién le correspondan los derechos de autor, este concepto presupone que el ejecutor actúa con frialdad, sin pasión, sin odio hacia la víctima, casi como si ejecutara un acto mecánico-burocrático propio de la división del trabajo en la producción fabril, industrial. Visto desde el punto de vista instrumental, asesinar durante un tiempo limitado a millones de personas indefensas no se podía llevar a cabo sin una planificación y organización de ese tipo, porque así lo exigía la multiplicidad de tareas y actores involucrados. Eso implicaba recolectar a las víctimas; concentrarlas primariamente; después transportarlas a centros mayores; disponer de vehículos adecuados a las distintas necesidades; construir los lugares físicos de exterminio, abastecerlos de insumos para que puedan cumplir su misión de la manera más económica y eficiente; tener equipos técnicos para las reparaciones y mantenimiento; deshacerse de los restos; agrupar, seleccionar, dar destino y transportar lo arrebatado a los eliminados; capacitar al personal de relevo. Todo eso requiere organización, planillas, registros, diagramas de flujo y una planificación en la cual cada eslabón debe cumplir su tarea para que el conjunto funcione de manera armónica, como eslabones de una cadena en cuyo extremo superior se encuentra el jefe principal y al final quien debe apretar el botón que libera el gas y cierra el circuito. Es un esquema válido tanto para transportar vacas, producir cerveza, recolectar papas o eliminar personas a gran escala.

La primera cuestión es lograr deshumanizar a las víctimas, para que ellas mismas sientan que no valen nada y se entreguen resignadas y sin ofrecer resistencia. Un estadio previo es conseguir que los distintos eslabones de la cadena los vean del mismo modo, cosa de liberarlos de cualquier sentimiento piadoso o de odio y consideren que manipulan cosas, no a gente. Entonces, los encargados de cada “tarea” sólo deben preocuparse de garantizar la salida de los trenes a horario para no entorpecer el resto del tránsito; que los camiones no se paren por falta de neumáticos; que las cámaras de gas, tengan el stock necesario de insumos para que la cadena de “producción” cumpla con el diagrama previsto. De ese modo cada uno podrá cumplir a conciencia su jornada de trabajo, para después ir a la taberna y emborracharse junto a sus amigos, sin sentir culpa.

En consecuencia, tales tareas no requieren individuos pensantes, pues con burócratas eficientes alcanza.

Sin embargo, ¿en la realidad las cosas funcionaron así? ¿Las tropas SS, a las que Eichmann perteneció y condujo en el cumplimiento de esa misión, eran simples burócratas, sin ideología, sin intereses, sin ambiciones ni odios, sin objetivos de rapiña?

Es un punto clave, donde el razonamiento de Arendt se interna en un terreno resbaladizo, demasiado peligroso para reducirlo a un tema instrumental. Refiriéndose a Eichmann y lo expresado por él durante el proceso, escribe:

“Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad de pensar, particularmente para pensar desde el punto de vista de otra persona”.

Si para tal personaje admitimos la minusvalía intelectual que le atribuye Arendt, la misma consideración debería extenderse a todos los criminales de guerra que justificaban sus actos en el “cumplimiento de órdenes”, dejando a Hitler como único responsable (el espectacular, según la expresión de su admirador local, Durán Barba) y el resto pasaría a la condición de inocente majada de corderitos conducida por un malvado pastor. Es decir, considerarlos una legión de deficientes mentales y por lo tanto inimputables, que en lugar de terminar en la horca o a la cárcel, como sucedió, deberían haber sido remitidos a una colonia para que los trataran sicólogos hasta alcanzar su rehabilitación.

Quien escribe esta columna cree que, de seguir hasta el final por esa línea argumental, se llega a tal absurdo.

¿…y a nosotros qué?

Este punto permite una extrapolación hacia nuestra historia reciente.

¿Cuál sería la diferencia intelectual entre aquellos genocidas, respecto a Videla, el resto de su aparato uniformado, sus mentores civiles y el resto de los que aquí padecimos, con los que aún no se hizo plena justicia de acuerdo a las leyes argentinas e internacionales? ¿Hicieron lo que hicieron, por desquiciados mentales o en pos de determinadas metas que involucraban a actores con nombre y apellido e intereses tangibles?

Tanto el libro como la película eluden dos temas que exceden el caso Eichmann y pueden tentar a extender la responsabilidad por las atrocidades del nazismo sobre todo el pueblo alemán. Uno es olvidar que el entronizamiento del régimen en Alemania fue posible por las persecuciones previas que sufrieron todos los movimientos democráticos y de izquierda en el interior de ese país, tanto sociales, como políticos y gremiales, a las que una parte de la sociedad asistió en silencio o miró con indiferencia, mientras los sectores vinculados a las finanzas y la gran industria de Alemania e incluso de varias potencias extranjeras llamadas “democráticas”, manipulaban la situación y orientaban el crecimiento del monstruo.

El otro nos remite al monopólico aparato propagandístico montado por los sectores dominantes, que con su campaña envenenaron ideológicamente y sin oposición a la mayoría de la población.

¿Encuentra el amigo lector alguna matriz parecida con lo sucedido por estas pampas a partir del lopezreguismo y su continuación, la pura y dura dictadura?

Por eso, en estos meses en que la Argentina cumplen sus treinta años de recuperación democrática, es necesario no cansarse de insistir en la importancia de sostenerla, aún con todas sus imperfecciones, lo que incluye impulsar con fuerza la plena aplicación de la ley de medios, cuya constitucionalidad confirmó recientemente la Corte Suprema de Justicia de la Nación y avanzar en que se haga justicia sobre el caso de Papel Prensa.

¿Son condiciones necesarias? Sí. ¿Son indispensables? Sí. ¿Son suficientes? No, porque hasta eso y otras conquistas democráticas se pueden perder si la gente no se organiza más y mejor aún, si no participa más y mejor aún, si no debate y, en resumen, si a través de los instrumentos que brinda la legalidad y la Constitución, no la defiende y la recrea de modo permanente.

En Alemania a no todos le cupo la misma responsabilidad, pero muchos cerraron los ojos cuando todavía había tiempo. Así como sucedió allá, en la Argentina tuvieron aventajados discípulos.

Por eso cada uno de nosotros debe asumir su parte y saber que no vale aquello de “a mi me mandaron”, “a mi la política no me importa”, “yo sólo me ocupo de trabajar” y otras lavadas de manos por el estilo.

Y aunque algunos pregonen que “están podridos de escuchar hablar de dictadura” y otros digan lo mismo con palabras distintas, como las de ese pregón de que hay que dejar de mirar el pasado y sólo prestar atención al futuro, desde esta columna adherimos a los versos del poeta y pensamos que aprender de nuestro pasado no es vivir penando, sino sacar conclusiones y recordar lo que nos sucedió para no cometer, como sociedad, los errores del pasado que nos lleven a terminar estrellados contra la propia historia.

3 comentarios:

  1. [...] banalidad del mal”. La nota de Mauricio, imperdible, salió en el número anterior de unoytres. (http://unoytres.com.ar/2013/11/29/hannah-arendt-y-el-juicio-de-jerusalen/). Mi crítica de la película, en cambio, se demoró: cuando al fin encontré el tiempo para ver el [...]

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  2. Demasiados títulos y elogios, Mario.

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  3. Excelente artìculo y totalmente de acuerdo con el ùltimo pàrrafo amigo Mauricio!

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