Mario M. Méndez
Comparaciones que no son odiosas
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Antonio Skármeta |
Yo, como muchos otros espectadores, entre ellos los que nos juntamos los lunes en el ciclo de cine y literatura latinoamericana que organiza Bibliotecas para Armar, vi primero la segunda. Incluso, caso raro, vi la famosa película de Radford (que contó, además, con un Philippe Noiret que nos convenció para siempre de que él era Neruda y con una aparición, también inolvidable, de María Grazia (la) Cucinotta, belleza italiana de esas que cortan el aliento), antes de leer la novela. Por lo tanto leí la historia, y vi la primera de las dos películas pensando, entre otras cosas, en cuánto me había influido la famosa película que compitiera por el Oscar, que tenía fresca en la memoria.
Y puedo decir que si bien las figuras de Troisi, Noiret y la Cucinotta estuvieron presentes, en ambos casos pude olvidarlas casi por completo. Al leer la novela, sencillamente porque esta es excelente, y uno recrea, reimagina a Neruda, al poeta cartero y a su novia adolescente, prescindiendo de la imaginería cinematográfica. Y al ver la película de la que al fin me pondré a hablar, también me olvidé de la otra, porque esta es, comparada con la de Radford, sencillamente otra película, muy distinta, aunque pueda parecer raro. Y es muy distinta porque todo lo chileno, todo lo latinoamericano y lo setentoso que se había perdido en la película de Radford está muy presente en la de Skármeta. El cartero chileno es un cabro de la Unidad Popular, tiene pinta de chileno militante, tiene el pelo largo de beatle latinoamericano y la tonada que hace que uno lo vea y lo crea tomándose un vinito en la costa de Isla Negra. No tiene, este Mario Jiménez, la mirada triste y querible de Ruoppolo/Troisi, pero es más fiel al Mario Jiménez de la novela. Y su relación con la cosa política que era central en los ‘70, es omnipresente, como en la novela.
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Ardiente paciencia |
Puede ser que la película de Radford sea mejor. Y sí, es mejor. Y a mí me gustó mucho, por cierto. Pero esta, del propio Skármeta, filmada en el exilio, con su musiquita de los años ´70, con un Neruda más declamado que actuado y una Beatriz González que jamás estará en los posters de ninguna gomería, a mí me gustó más. No ocurre siempre pero hay veces en que en el arte, en el cine, en la literatura, la emoción se impone.
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