jueves, 31 de octubre de 2013

ALQUIMIA MUSICAL

Ma. Mercedes Alemán--

Ya es octubre y empiezo a percibir que siempre es más lindo hacer entrevistas en esta época del año. Los lugares suelen ser más lindos cuando uno nota su reverdecer, los olores del aire renuevan cualquier esperanza y los entrevistados gozan de cierto entusiasmo que se mezcla con el balance del año y las expectativas por cierres y comienzos que se aproximan.

Esta vez no hay excepción. El lugar de la entrevista es una escuela de música que hace siete años abrieron un par de amigos. En Bella vista, San
Miguel, a pocas cuadras de la estación Agneta del ferrocarril Urquiza, una esquina, un jardín elevado.
Es de noche  y con el frio se intensifica la mezcla de olores de todas las plantas. La música se escucha una cuadra antes de llegar y desde el ventanal que da a ese jardín se ve a la entrevistada. Un amigo suyo toca un arpa africana, ella canta algo a lo que no le encuentro idioma ni palabras. Hay en ese encuentro un dejo mágico, quizá lo más parecido a la definición de música que más tarde nos va a dar quien entona. No me animo a entrar por miedo a cortar la solemnidad del momento. Entonces me encuentro con Clemente “¿Buscás a mamá? Está cantando. Ahora le aviso que llegaste”. El niño de 8 años irrumpe la copla de su madre y le comunica mi llegada. Victoria Lorenzo abandona la sala, sirve un vino, se pone una esencia de no sé qué en la frente y unos almohadones en el piso. Se acomoda para conversar.

Victoria es la profesora de canto de “La fonola” y vive junto a su pareja y su hijo en ese mismo lugar. Además de dar clases individuales, ideó, experimentó, armó, desarmó, combinó, abortó y desarrolló diferentes métodos de aprendizaje e interacción musical. Talleres de música para niños, orquestas varias de improvisación y grupos de improvisación vocal. Y como si todo eso resultará poco, a través de Anikili —ese alter ego que hasta se jacta de ser una gran alquimista —da a conocer sus composiciones.

Podría dividir a Vicky en tres. Una más mundana, la del supermercado, la que lleva a Clemente al colegio; otra, la profesora/chamana que genera vínculos muy fuertes con la mayoría de sus alumnos, y la tercera, más mística y alquímica, la que explora su interioridad, esa es Anikili.

“Actualmente intento integrar todas las vickys. La mundo, la saca mundo y Anikili. Ser una en mi misma. Anikili es mi producto, pero sigo siendo yo. La que de clases, la que se sube al tren para hacer un viaje a Chacharita y se pone oleos en la frente ante el quilombo”.

A los 9 años empezó estudiando batería pero la pasaron a guitarra “El profesor consideraba que la batería era un instrumento poco femenino” El otro conflicto estaba en el coro escolar. “Tenía un vozarrón incontrolable, no afinaba un tono, entonces me hacían actuar para que no cantara, pero yo quería cantar” Como buena ariana una vez decodificado el objetivo los obstáculos quedaron chicos. El profesor le grabó un par de casetes de los Beatles que escuchó todo un el verano en el walkman que le habían regalado sus padres. Cuando empezó el año siguiente se abrió la convocatoria del coro y esta vez participó cantando. “Afiné mi oído. Yo quería cantar y no podía, por eso me ponía atrás de  la bata, del piano, de la guitarra. Pero yo quería cantar y no podía por esa voz descontrolada”.

La vida siguió, terminó la secundaria, viajó,  dejó inconclusas algunas carreras, dio clases en el colegio al cual había ido. A los 25 tuvo a Clemente y al poco tiempo se separó, volvió al pueblo y junto a algunas personas que conoció en la escuelita donde estudió batería de niña, armaron Fonola. “Era una casa sola para nosotros. Era el exceso de información todo el día, todo el día  haciendo, aprendiendo cosas por doquier. Música, pintura, libros. Tejidos copados. Hoy Fonola es como un templo. La música necesita expresarse y nosotros estamos al servicio de eso. No lo podemos dejar, es como un sacerdocio. Creemos y creamos esto porque es lo que deseamos. La música nos lleva. Nos pone acá, nos hace bien hacerla, compartirla. La música hace bien. A veces pienso que sería más fácil ser católica, ir los domingos a misa y fue. Pero acá estamos comulgando música en este templo”

Se hace un pequeño silencio, interrumpido por Clemente que anuncia irse a dormir. Vicky lo saluda. Nuevo silencio, cara concentrada sigue.

“En las clases busco que se entienda eso, que canten y que entonen, pero que encuentren en la música eso que eleva, que libera y quema karmas. No hay casi mundo sin música”

—¿Cómo transmitís esa idea en una clase?

“Yo propongo un espacio de conexión. Aflojo mis propias tensiones e invito al alumno a atravesar la música y la vida juntos. Qué siento, cómo está mi garganta, qué tenso cuando canto. Después el otro flashea lo que flashea. Algunos están en un plano más racional y no conectan, otros  se abandonan a la cuestión. Creo que todos entran al menos un ratito y ahí está el espacio. Quien no quiere abrirlo se va. Me pasa que a veces vienen a dos clases y se van”.

Tal vez, como dice una de sus canciones, se trate de “empatizar con el sol y con la hormiga” que hay en cada uno o, como también dijo durante la conversación, “de ser independiente de uno mismo, reconociéndose”. De ahí parte la ceremonia musical que en los grupos de improvisación muestra cierto parecido a un ritual ancestral.

Empezó a explorar la improvisación musical por medio de Santiago Vázquez, director de La Bomba de tiempo. “Me encantó el lenguaje, la música me parecía increíble. Había gente que tenía conocimientos de música re-zarpados, yo sabía muy poco. Igual me sentía parte de lo que se hacía. Me resultó sanadora la experiencia, por eso la repito, la enseño y difundo. Es como el dulce de leche, comés y decís y –qué rico, qué bien que me hace–. Bueno, así”.


—¿Y los alumnos cómo viven ese proceso?

“La improvisación te hace libre a la hora de tocar. Te hace libre con tus limitaciones. Se trabaja ser lo más vos posible, genera armonía en uno mismo. Es como organizar una zapada en cierto  marco de contención que permite el pifie y que el error suene bien, por más que se encuentren armonías. Porque uno siempre está en armonía con unas cosas y en desarmonía con otras. Creo en la música para sanar porque experimento eso. Experimento la sanación. En la ejecución y no en la idea. Cuando uno ejecuta ella es vos. Ella es el canal”.

La idea de la música como algo medicinal no es nueva. Se estudia desde principio del siglo XX y la modernidad trajo como disciplina la músico terapia. Además de otras terapias como la biodanza, que confirman la idea terapéutica medicinal o reparadora que tiene la música. Vicky explota esa idea a cada rato.

“La música que conceptualmente es inabordable, no se determina, se siente. Cómo hago para que lo que siento se convierta en una palabra. Es indefinible, inabordable.

Creo que con Anikili se genera algo impersonificable, algo nuevo. Es de sentidos, no del lenguaje. Creo que cuando toco saco mi leoncito. Nos une la música que pasa por está vibración y estamos ahí. Surge de lo genuino. De un proceso creativo súper espontáneo, es un día y medio en que baja la data. Después eso tarda años en ser la canción que es. Las canciones transcurren en el tiempo para ser, las dejo macerar, son como hierbas para hacer medicina”.

Vicky hace un nuevo silencio y le sirve agua al gato que hace un rato entró por la ventana. Tiene sueño y su parte mundana sabe que mañana hay que madrugar para llevar a Clemente al colegio y después dar clases. La vida del mundo pide sostener eso, mientras se intenta encontrar al Sol y a la hormiga para después empatizar con ambos.

1 comentario:

  1. me encanto esta entrevista! me llevo a ese lugar,mi lugar, tal cual uno se siente ahi, en la fonola, con vic en ese espacio de luz y armonia, genia bebi!

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