Ma. Mercedes Alemán—
El jueves 31 de Diciembre pasó Ana por casa a buscar un
vestido que me había prestado. Ya vestida para la fiesta que me esperaba a la
noche, busqué le vestido, lo puse en una bolsa y la esperé un rato. Ana no se
caracteriza por ser la persona más parsimoniosa del mundo. Ana piensa, todo el
tiempo piensa. Piensa y verbaliza rápido, con palabras justas, pero tan
precisas que uno tiene que remitirse al sentido más profundo de la palabra para
llegar a la IDEA. A veces incluso me marea. Aclaro esto porque todo lo que
sigue es a partir de la IDEA que tomé de
lo que dijo ella y tal vez no sea exactamente lo que quiso decir.
Ana contó muchas cosas, una de ellas fue que la aquejaba el estado de la política
actual y que, en ese y en otros aspectos más personales, lo que veía que
fallaba era la idea del otro. Una compañera de trabajo le había dicho que el
problema de la empresa era que sobraba personal. “No hablo de vos Anita, vos
trabajás re bien”, había aclarado su compañera para tranquilizarla.
Unos días antes yo me había juntado con unas amigas con
opiniones políticas completamente opuestas a las mías. Hablando sobre el
trabajo de una de ellas no pude evitar, estúpidamente, hacer referencia a la
cuestión económica. Mi amiga es docente en un colegio privado y ante sus quejas
sobre la austeridad de la institución en los festejos de fin de año argumenté
que los colegios deben estar tomando precauciones. La baja del poder
adquisitivo, sumada los aumentos en los servicios obligaría a cualquier
organización a replantear sus ingresos y sus gastos. Para mi amiga, en el
colegio también sobraba gente. Claro está que no sobraba gente en su área, sino
en otra. Una vez más sobraba el otro. Ni ella, ni yo. Otro.
Cuando Ana contó lo de su compañera de trabajo, yo pensé en
mi amiga. Mi casa, que se la alquilo a un otro,
en la que vivo con otro, que tiene otros 14 pisos y que en cada uno de
esos pisos existen otros 4 departamentos donde viven vaya uno a saber cuántos
otros. En mi casa hay una mesa bastante grande y ahí estábamos con Ana, cada
una en su silla. En seguida imaginé muchas personas circundando esa mesa, todas
mirándose, pensando en el otro que sobraba, pero sin decirlo.
Hoy un noticiero mostraba a las personas que duermen en la
intersección de Juan B. Justo y Santa Fe. El problema, para los informadores,
no estaba en que hubiera gente viviendo en condiciones nefastas, que el sistema
las excluyera, que amenazara el pronóstico de tormenta. El problema era las
molestias de los vecinos, la estética y limpieza de la esquina porteña. Trabajé
mucho tiempo en una oficina de reclamos, uno de los primeros días de trabajo un
señor se fue gritando “El problema es que acá los negros hacen lo que quieren y
nosotros los blanquitos tenemos que bancarnos todas”. Quien me conoce sabe de mi
palidez casi mortuoria, me dieron ganas de retar al señor a hacer un duelo de
pieles. De la misma manera que el día que una señora llamó para preguntar por
qué contratábamos gente sin dientes, quise pedirle que viniera a verme a ver si
se animaba a hacer esa afirmación otra vez. De esas historias hay mil. Los que
se quejan porque hay chicos durmiendo en la puerta de la catedral y queda feo;
los que hacen campaña para que los cartoneros dejen de usar caballos porque
“pobrecito animal” (Como explicarles que zoonosis no puede hacerse cargo del
animal en esos casos, ni sacrificar al cartonero) Todos otros.
En estos días hubo un montón de despidos. Personas, otros
(por ahora otros, cuestión circunstancial)
que se quedaron sin trabajo. Muchos, entre ellos parientes y otras
personas que quiero mucho, festejaron esos despidos o los justificaron. Ñoquis,
planeros, Camporistas y otras cuestiones algo subjetivas parecían ser buen
motivo. Dentro de las personas que se quedaron sin trabajo hay una a la que
aprecio muchísimo y de la cual, precisamente, admiro su amor profesional. No
voy a nombrarlo, prefiero guardar su nombre para cuando escriba sobre él por
motivos mucho más bellos. Sabiendo que muchos de los justificadores conocen su
trabajo, pensé (supuse porque no me animé a preguntarles) que dirían que cayó injustamente en el malón
del sinceramiento laboral. Sin dejar de avalar los miles de otros que perdían sus puestos de
trabajo. Entonces comprendí que así como cuando los medios de comunicación
utilizan “La gente”, el otro sobra siempre y cuando no tenga nombre y, por lo
tanto, no pueda reconocerlo. Se señala y juzga un imaginario, pero a la hora de
reconocerlo y nombrarlo somos menos duros porque asimilamos también su
circunstancia.
¿Por qué nunca creemos que sobramos nosotros? ¿Por qué
creemos que hay personas que sobran? Como si fueran el borde de una masa que no
entra en el molde, entonces se recorta y se tira. ¿Qué nos salva?
En mi casa siempre hubo muchas personas y poco espacio. Nos peleamos por el control remoto, el sillón
cómodo, el equipo de música y la computadora. Cuando mi hermano más grande
tocaba la guitarra en el cuarto del fondo, mirar la tele era imposible.
Nebulizarme a la noche significaba despertar a toda la familia. A pesar de eso,
nunca se me ocurrió pensar que alguno sobraba. E imagino que si le hubiese
dicho a mamá "acá sobra gente", su respuesta hubiese sido
"Bueno, andate".
Pienso entonces que nos falla el otro. La idea de otredad
que tenemos. Sin entender que no existimos si no hay otro. Que otros nos
concibieron y nos nombraron. Que nos definimos a partir de nuestra relación con
otros. Otros que tienen nombres, aunque no los digamos. Otros que son parte de
muchos de los conjuntos que conformamos. Porque, convengamos, que si tanto trabajamos
en buscar las diferencias, es porque lo que nos hace iguales es evidente.
Pensemos que somos el único humano de la tierra, creeríamos
que somos la plenitud de la humanidad. Creería que la plenitud de la humanidad
es medir 1,54, tener dientes grandes y voz aguda. Por suerte existen otros que
abren el abanico de lo posible.
Creí que cuando se publicara esta nota escrita a principio de mes iba a haber perdido actualidad.
ResponderEliminarYo soy tu, vos sos yo... nosotros somos todos... Hermoso relato.
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