miércoles, 6 de enero de 2016

El 10 de diciembre y después

Mauricio Epsztejn––
Revolución de la alegría
El segundo turno que definió la elección presidencial en Argentina ya pasó y dejó un ganador, por estrecho margen, pero así lo determina la legalidad vigente y todo el mundo debe acatar. Tal fue la conducta de los perdedores y, si aspiran a una revancha deberán esperar el próximo turno.
Ahora se abre una etapa en que quienes no comparten la visión del mundo del ganador, reflexionarán sobre lo sucedido, aunque no sean militantes orgánicos del espacio derrotado. Esta nota intenta hacer su aporte en esa dirección.
Para los distraídos o ingenuos que dudaban sobre los dos proyectos de país que estaban en juego durante la reciente disputa electoral, los hechos posteriores al 10 de diciembre los deben haber despabilado con el contundente aterrizaje sobre una realidad sin maquillajes que a partir de entonces vienen descubriendo. Eso no significa pensar que quienes en noviembre votaron en amarillo lo hicieron engañados, porque no lo fueron –ya que el macrismo y sus aliados de Cambiemos nunca ocultaron lo fundamental de su ideología–, ni que ahora mágicamente cambien de opinión y le retiren la confianza, firme o tímida, que depositaron en el gobierno consagrado por las urnas.
Hasta es posible que durante un tiempo suceda lo contrario, como ya pasó frente a otros cambios de gobiernos: que un sector de los votantes sciolistas se sumen a quienes le otorgan a Macri los elásticos y ya famosos “cien días de gracia”, para después tomar posición.
Lo concreto es que en circunstancias semejantes a esta se produce un desfasaje entre las primeras medidas del gobierno entrante, y la percepción sobre las consecuencias que las mismas tendrán sobre la vida cotidiana y el futuro de los individuos y grupos. Hasta entonces, cuando su impacto es manifiestamente negativo, el latiguillo de la “herencia recibida”, funciona como poderoso sedante que morigera la reacción social. Si a eso se le suma la sistemática labor desinformadora de los monopolios mediáticos, que ahora pasaron a actuar en un potenciado bloque unificado de privados y estatales, el combo actúa con una fabulosa eficacia.
Sin embargo, a diferencia de otras épocas, no todo el plan conservador funciona como pretendían los nuevos inquilinos de la Casa Rosada, porque se han encontrado con que los recientes derrotados tardaron poco en reaccionar y demostrar que no le será nada fácil a la maquinaria neoliberal en el gobierno imponer su dominio y reimplantar el orden vigente antes de 2003. El primer atisbo lo tuvieron tempranamente el 9 de diciembre, cuando en la Plaza de Mayo se congregó una multitud nunca vista en circunstancias parecidas, para despedir a una presidenta y su gobierno recientemente derrotados por estrecho margen en las urnas. Fue una respuesta fervorosa y contundente de una multitud abigarrada que desbordó el espacio y cuyo ánimo estaba más cerca del compromiso para redoblar la apuesta, que de bajar los brazos frente al infortunio. Fue una presencia multicolor, integrada principalmente por “empoderados”, que superaron las vacilaciones e inconsecuencias de los tradicionales aparatos partidarios, autoconvocados y decididos a enfrentar en el marco de la ley y en
Congreso de la Nación en receso por DNU
la calle, la ofensiva por arrasar con los derechos adquiridos. En buena medida eso explica la respuesta enfurecida, cargada de odio, desplegada por la derecha más cerril, que a pesar de su triunfo se lanzó, aun violando la ley y la Constitución, a destruir todas las conquistas sociales y las instituciones de la República. Una verdadera contrarrevolución reaccionaria.
Sin embargo, esa concentración y otras que luego se sucedieron en la Ciudad de Buenos Aires y otros lugares del país, con ser importantes para mostrar una moral vigorosa y una militancia en condiciones de dar batalla en defensa de los logros de la etapa kirchnerista, no puede ni debe obviar que el campo nacional, popular y democrático ha sufrido una derrota, por estrecho margen, pero derrota al fin. Y aún si hubiera triunfado por esa mínima diferencia, representaría una caída estrepitosa que amerita una profunda reflexión autocrítica que, al momento de escribir esta nota, sólo se insinúa en las zonas marginales del espacio, sin la cual será muy difícil corregir los errores cometidos que van más allá de esta campaña electoral y que incluyen tanto la concepción del propio campo, su construcción y gestión, como los producidos en ejercicio del poder estatal, un análisis que excede de lejos el reciente período electoral. Lo dicho no significa salir a cazar culpables sobre quienes descargar la exclusiva responsabilidad del resultado, que seguramente los hubo y ocuparon lugares prominentes, sino aprender de las falencias para retomar la iniciativa con vista a los desafíos de la próxima etapa.
Este imprescindible debate debe ayudar a desentrañar y entender cómo es y cómo funciona la actual sociedad en la que el espacio político englobado genéricamente como nacional, popular y democrático se propone actuar y hegemonizar, los cambios objetivos que allí se dieron durante las últimas décadas, que tienen un fuerte componente económico, pero lo exceden e incluyen aspectos de no menor importancia, como los ideológicos, culturales, institucionales y estructurales que atraviesan a toda la sociedad en esta época de globalización.
Excede el marco de una nota periodística abordar en combo, cuestiones tan vastas como la estructura del país, la etapa mundial que la Argentina transita junto a otros países de la región y la coyuntura electoral reciente. De todos modos, quien esto escribe intentará hacer un somero punteo de por dónde, a su criterio, cabe empezar a buscar la explicación de lo que aquí ha sucedido.
La coyuntura
Lo primero es señalar que los doce años de gobiernos kirchneristas permitieron un fabuloso crecimiento en la calidad de vida de los argentinos, posible gracias a una más justa distribución de la riqueza, una notable reducción de la pobreza y de la desocupación a valores desconocidos desde hace por lo menos seis décadas. Todo sumado a un endeudamiento externo que –a la fecha del reciente cambio de gobierno– no superaba el 8% del PIB.
Ese fenómeno positivo, que “no fue magia”, elevó a “clase media”, con todas las estratificaciones imaginables, a sectores antes postergados, pero también significó cambios profundos en la propia estructura de los asalariados, que empezaron a diferenciarse hasta en la propia rama de actividad o empresa, por su calificación, su nivel de instrucción, los lugares físicos donde desarrollan sus tareas, sus expectativas personales y de grupo, la aparición de nuevas demandas sociales posibilitadas por el mejoramiento económico y el desarrollo tecnológico, etc.
Entre otras cosas, un lugar destacable y que no se puede obviar porque incidió mucho en el voto de la clase trabajadora más allá de lo económico, es el significado que tuvo el reclamo contra la retención del impuesto a las ganancias, que repercutió e involucró no sólo a los directamente afectados, sino a otros, aún a aquellos que no estaban alcanzados por el tributo.
Otra cuestión a pulir en el futuro es la forma de transmitir el mensaje. A los candidatos del FPV era común verlos hablar desde la tribuna, desarrollando conceptos profundos en medulosas arengas, pero con cierta lejanía respecto a los oyentes que tenían enfrente; en cambio la imagen que se esmeraron por dar Macri y sus candidatos era la de charlas amigables, hasta insustanciales, donde ellos estaban al ras del piso junto a los vecinos.
También habrá que ver si los actos masivos del FPV, donde abundó la épica que, sobre todo, entusiasma a los convencidos, fue el recurso más adecuado frente al de “la revolución de la alegría”.
Y, por si faltara la frutilla para el postre de una derrota que escasos meses antes el FPV consideraba una irrealizable utopía de sus oponentes, se la facilitaron los cuestionamientos a Scioli originadas por voces de su propio espacio que resonaron casi hasta el día previo al comicio.
Estructura y etapa
Sin embargo, hay cuestiones estructurales que al no haberse logrado cambiar de raíz siguieron manteniendo la incertidumbre sobre la estabilidad y continuidad en el tiempo de los avances conseguidos. Esto se refiere a que a pesar de los avances, en doce años no ha cambiado el dominio que ejercen sobre las principales palancas de la economía los grupos monopólicos multinacionales concentrados, debido a lo cual cualquier estrategia de desarrollo nacional independiente choca permanentemente con la estrategia global de los mismos. Eso se da con la mayoría de los bancos, con la gran industria, con las firmas que manejan lo principal del comercio exterior, con los grandes propietarios de tierra que sólo miran hacia afuera y con las sucursales de las principales cadenas comercializadoras de consumo masivo, cuyos objetivos son incrementar sus ganancias y el dominio del mercado, para remitir las primeras a sus casas matrices y colocar lo otro al servicio de sus objetivos globales. Además, esas mismas firmas suelen funcionar como canales para fugar capitales y extorsionar a los gobiernos con irse si no se satisfacen sus exigencias o el ciclo económico no los satisface. Mientras esa relación de fuerzas no se revierta de raíz a favor de los sectores nacionales y populares, cualquier gobierno que impulse una política que privilegie el interés nacional en favor de una más igualitaria distribución de la riqueza será pasible de conspiración con el fin de desplazarlo o derrocarlo.
El dilema que arrastra el país es el de dilucidar quién debe hacerse cargo del rol que en su momento debió jugar la burguesía y que ya le es imposible asumir. La única posibilidad de poner en vereda a los referidos grupos dominantes es que lo haga el Estado democrático, en alianza con sectores de la pequeña y mediana burguesía nativa y así intentar alcanzar una posición dominante en cada uno de esos sectores claves para desarrollar una política alternativa consecuente. Pensar que ese rol hoy lo puede jugar la gran burguesía nativa, tal como históricamente debió ser es, por lo menos, una ingenuidad que la práctica nacional y latinoamericana demostraron inviable. Esa burguesía, hace rato que ha renunciado a ser nacional para transformarse en parasitaria, fugadora de capitales y socia del gran capital transnacional.
Hasta ahora, por lo menos en lo que va desde principios del siglo XX, los únicos intentos por construir una nación soberana e independiente corrieron por cuenta del Estado. Sin embargo, como la evidencia muestra que tales intentos quedaron reiteradamente truncos, cabe preguntarse las razones de tales desenlaces. Lo más probable es que las fuerzas progresistas que en su momento accedieron transitoriamente a la conducción del Estado no hayan tenido el vigor suficiente para aguantar el embate de la recompuesta coalición de reaccionarios externos e internos, después de finalizadas las dos guerras mundiales y el enfrentamiento global entre el bloque soviético y el encabezado por los EEUU.
Sin embargo hoy, a pesar de la globalización, el mundo dejó de ser unipolar y hay fuerzas en nuestra América criolla capaces de reagruparse y retomar su avance, a pesar de los golpes recibidos, porque no sólo conservan al capacidad de reflexionar sobre sus errores y corregirlos, sino también y sobre todo, porque no se han desmoralizado ante los éxitos de la derecha.
Apostilla conceptual
Volviendo al rol del Estado, la cuestión no es si él debe sustituir el rol que la burguesía declinó y se le pasó su cuarto de hora para arrepentirse, sino qué tipo de Estado es necesario construir para cumplir con tal tarea.
Porque plantear una relación excluyente entre Estado y mercado, es FALSO. Ambos existen desde que los seres humanos se organizaron como sociedades y probablemente subsistan condicionándose mutuamente, por mucho tiempo.
Es inconcebible que los productores de tomates, de cuchillos, de pantalones, de bicicletas o los que llegan allí como simples poseedores de fuerza laboral, cubran sus necesidades de intercambio sin recurrir a algún tipo de mercado, regulado por una organización con poder, llamada estado, que fija y hace respetar determinadas reglas del juego. Pero así como no es lo mismo un estado despótico que uno democrático, no es igual un mercado dominado por monopolios que uno donde estos no existan.
Esta es la verdadera discusión presente hoy en la Argentina. Los monopolios, que por naturaleza tienden a la concentración de la riqueza y el poder destruyendo a quienes les intenten disputar o limitar tal situación, son, también por eso mismo, enemigos de la democracia.

De allí que cualquier proyecto de país más inclusivo y justo, que aspire a una mejor y más igualitaria distribución de la riqueza material y cultural, debe  necesariamente plantearse la transformación del estado actual en uno más democrático y participativo en todas sus ramas, incluyendo la de los jueces, que conservan privilegios propios de regímenes predemocráticos.

1 comentario:

  1. Cuando se habla en la coyuntura de los logros económicos de los últimos doce años me parece que sería importante también destacar los científicos y culturales: creación de universidades, centros culturales, Tecnópolis, ARSAT,computadoras en las escuelas, etc.

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