Mario Méndez—
Martín Blasco |
Martín
Blasco es un joven escritor argentino, muy talentoso, que ha ganado premios
internacionales con sus excelentes novelas En
la línea recta y Los extrañamientos,
reconocimientos que se suman al más importante, el de los muchos lectores,
niños, adolescentes, jóvenes y adultos que disfrutan leyéndolo.
Hacia
fines del año pasado, Martín publicó la novela La oscuridad de los colores en Zona Libre, colección juvenil de la
editorial Norma que se caracteriza, entre otras cosas, por sus propuestas
vanguardistas, bastante osadas. Y su novela hace honor a esa característica de
cierta osadía de la colección, porque está, podría decirse, en un difuso
límite: tranquilamente, en mi opinión, podría haberse publicado en una
colección de literatura dirigida al público adulto.
Ambientada
en los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, en una Buenos Aires
cosmopolita llena de inmigrantes y, por esos días de 1910, anfitriona de
ilustres visitantes europeos, la novela es, como lo anticipa su título, oscura.
Policial extraño, Martín Blasco plantea una investigación que el joven
periodista Alejandro Berg realiza de otra investigación (científica y brutal),
realizada 25 años antes, en 1885, por lo que hoy llamaríamos un “científico
loco”, pero que en esos años –solo en esos años y quizá hasta mitad
del siglo
XX– se nos hace posible, verosímil. Mientras investiga los extraños sucesos que
comenzaron con el robo de cinco bebés, todos hijos de inmigrantes, Alejandro se
compromete más y más con la historia de esos chicos utilizados como cobayos y
también se involucra sentimentalmente con una sobreviviente de los raptos. Y el
lector se involucra junto con él, porque la novela tiene un ritmo y un “gancho”
tales que cuesta soltarla: uno quiere saber qué pasa, qué va a pasar. Qué ha
pasado con esos chicos robados veinticinco años antes y reducidos a sujetos de
experimentación, con qué se encontrará Alejandro, tantos años después. Y la
resolución no decepciona: esta a la altura de las expectativas que el relato ha
creado.
Habiendo
leído La oscuridad de los colores con
avidez y (huelga decirlo) recomendándola mucho, nos contactamos con Martín
Blasco para realizarle esta entrevista que hace eje en su novela.
—Mario Méndez: La primera pregunta, casi
obligada, es ¿cómo se te ocurrió un ambiente y una época tan originales para
desarrollar el relato?
—Martín: cada tanto me enamoro de una
época determinada y me dan ganas de escribir una historia que use ese momento
histórico como escenario. Me pasó con la España musulmana y El bastón de plata. En el caso de La oscuridad de los colores, 1910, año
en el que trascurre la novela, es un momento clave de la historia, donde nacen
todas las vanguardias artísticas, el psicoanálisis, los grandes movimientos
políticos, los cambios industriales y tecnológicos, los movimientos migratorios,
etc. Y la Buenos Aires de esos años es apasionante, por eso la elegí para este
relato, que no podría haber ocurrido en ningún otro momento.
—M.M.: La segunda pregunta, sabiendo
que hubo varios borradores, idas y vueltas previas, mucho tiempo de trabajo, tiene
que ver precisamente con el proceso de escritura. El que tenés en general y el
que tuviste en particular con La
oscuridad de los colores.
—Martín: No tengo un proceso de
escritura, lamentablemente. Sería más fácil. Más bien, cada proyecto que encaro
crea su propio proceso de escritura. Algunos libros me llevaron años y otros
semanas. A veces escribo de corrido muchas horas, a veces un poquito cada día. Por
épocas escribo de día o de noche, en casa o en un bar, a mano o en la compu. Busco
que cada proyecto tenga su propia vida y eso empieza en el proceso de escritura.
Creo que tiene que ver con que cambio mucho de libro en libro. No me identifico
con eso de “buscar la voz propia” o el estilo propio, prefiero evitar mi voz
(me aburre, es la vocecita que escucho todo el día en mi cabeza), me gusta probar
otras, así nacen proyectos como “La
oscuridad de los colores”, que no tiene nada que ver con los libros anteriores,
mi voz natural supongo que sería la de “En
la línea recta” o “Los extrañamientos”,
un trhiller no era zona segura para mí. Y para encarar esos cambios, es bueno
que cada libro tenga su propio proceso. Además, si la voz propia existe, que aparezca
como límite, como algo que no se puede evitar aunque uno quiera.
—M.M.: Esta novela tiene un aire
decimonónico no solo porque está ambientada, respectivamente, en 1885 y 1910:
hay algo, un clima, un aire entre gótico y victoriano que remite a autores como
Conan Doyle o tal vez Stevenson. ¿Reconocés estas influencias? ¿O hay otras?
—Martín: Stevenson, Stevenson y Stevenson. Soy fan perdido y es una gran
influencia en todo lo que escribo, ahí acertaste. Doyle no me gusta demasiado. Pero
si bien hay influencias góticas y decimonónicas como decís, hay otras, que puedo
confesar sin problemas: El perfume de
Patrick Süskind fue un modelo, por la combinación de thriller y relato
histórico; luego el manga y el anime, por el juego con lo onírico y el límite
entre lo fantástico y lo real, creo que el manga es de lo más importante que
sucedió en la cultura popular en los últimos treinta años.
—M.M.: En la introducción a esta nota,
digo que La oscuridad… es una novela
en el límite. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Podría haber sido una publicación
dirigida al público adulto? Si es así, ¿qué creés que la hace de interés de un
público juvenil como el que mayoritariamente lee las publicaciones de Zona
libre?
—Martín: No me gusta pensar en la edad
de los lectores. Odio que nuestros libros de literatura infantil digan para
nueve, siete o quince años. Entiendo que es necesario, pero no me gusta. En
cuanto a la diferencia entre juvenil y adulto, yo escucho rock y escucho música
clásica ¿El rock es juvenil y la música clásica adulta? Cuando tenía quince
años también me gustaba el rock y la música clásica ¿Hay que leer a Cortázar en
la adolescencia o a los treinta? ¿Hay que leer El Quijote a los 16 cuando te lo
dan en el colegio, o los 58 cuando lo escribió Cervantes? Hay productos específicamente
juveniles y solo juveniles, no creo que un adulto escuche One Direction o mire
Disney Channel, pero fuera de eso, hay un mundo de límites difusos por suerte,
y sinceramente, cuando yo era adolescente, no me gustaban los productos para
adolescentes, de hecho mis gustos no eran tan distintos a los de ahora.
—M.M.: Imagino que hacia el final de
la historia, y sin hacer spoiler,
además de sorprender a más de un lector, tuviste que tomar una decisión
difícil. Optaste, creo yo, por un final agridulce. Te dejo el reto de contar el
por qué, sin deschavar nada de lo central de la historia.
—Martín: Creo que una novela de
misterio o policial tiene la obligación de resolver el enigma que plantea y, en
una situación ideal, de la manera más sorprendente posible. Eso creo que la
novela lo cumple o al menos es la idea. Luego está lo que podríamos llamar el
epílogo, que como bien decís, es agridulce y lo pensé así. Siempre me hace
ruido cuando después del final y superar mil cosas terribles, los protagonistas
de una historia caminan de la mano felices hacía el atardecer como si nada
hubiera pasado. Pienso “todo bien, pero esta gente va a tener pesadillas todos
los días”. Esta es ese tipo de historia, por más que las cosas se resuelvan, no
hay lugar para finales felices, siempre va estar la lucha y el dolor de haber
descubierto una verdad terrible.
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