Osvaldo Riganti—
La presidenta de la República depositó el sable corvo de San
Martín en el Museo Histórico Nacional. Representación significativa de nuestras
luchas, lo empleó en su campaña liberadora de Chile y más tarde se lo legó a
Rosas como reconocimiento por su defensa de la soberanía nacional.
El largo recorrido del sable estuvo asociado a la
resistencia peronista durante 18 años de dictaduras y proscripciones. En 1963
todavía gobernaba el país José María Guido, en los tiempos que el historiador
Félix Luna denominó “ficciones legalistas”. Electo Arturo Illia, una operación
comando de la Juventud Peronista lo secuestró y emitió el comunicado que decía:
“Desde hoy, el sable de San Lorenzo y Maipú, quedará custodiado por la juventud
argentina, representada por la Juventud Peronista”. Condicionaban la devolución
al retorno de Perón, la restitución del cadáver de Evita y la libertad de los
presos políticos. Recuperado antes de asumir Illia, en 1965 se lo volvió a
secuestrar, reclamando ahora la ejecución de los programas de La Falda y Huerta
Grande y aludiendo a los riesgos que entrañaba lo que se dio en llamar el
Partido Militar, que se entronizó al año siguiente. Onganía lo recuperó, a
cambio de su promesa de no adoptar represalias.
El derrotero del sable no está disociado de la trayectoria
del Libertador, que encarnó la línea independentista ante las vacilaciones de
los gobiernos que sucedieron a la Primera Junta.
Tras su retorno a la patria en mayo de 1812, fundó con
Alvear la Logia de los Caballeros Racionales, que después se conocería como
Logia Lautaro, una organización político militar que propugnaba el “plan de la independencia
de América, obrando con honor y procediendo con justicia”. A través de la Logia
Lautaro contribuyó al derrocamiento del Primer Triunvirato, al que se entendía
como fruto de trampas de la Asamblea que excluyó diputados de las provincias.
Fue la única intervención suya en el derrocamiento de un gobierno. Aclararía:
“Querer contener con la bayoneta el torrente de la libertad, es como pretender
esclavizar a la naturaleza. El empleo de fuerza armada, siendo incompatible con
nuestras instituciones, es el peor enemigo que ellas tienen”. No estuvo más en
una revolución interior. Su correspondencia con algunos caudillos demuestra que
era su propósito dejar a cargo de estos la consolidación interna, mientras él
concebía la emancipación y unidad latinoamericana.
Habiendo vivido el levantamiento español contra el invasor
francés, comprendía la importancia de las insurrecciones populares y
comprometió a la población en esa lucha. Gobernando en Cuyo ejecutó un plan
económico sustentado en un sistema que incluía empréstitos voluntarios,
impuestos forzosos, confiscaciones y multas, estas últimas especialmente
impuestas a los contrarios a la causa libertadora y a todos los españoles
residentes en San Luis y San Juan. Se apropió en calidad de préstamo de los
capitales religiosos en algunas cofradías.
Modificó el sistema impositivo, preocupándose que pagaran los más ricos.
Advertía la inexistencia de una burguesía nacional progresista que impulsara
las reformas necesarias para la lucha revolucionaria. Por eso articuló un
diseño estatista que combinó con la movilización social. Así fue incluyendo la
puesta en explotación de tierras fiscales e hizo posible el desarrollo de
cementeras estatales.
A medida que fue creando el Ejército lo utilizó como eje de
esas tareas desde el campamento que instaló en Plumerillo.
Su vocación igualitaria lo llevó a buscar la incorporación e
integración en el ejércitos de los negros y blancos. “El mejor soldado de
infantería que tenemos es el negro y el mulato” sostenía. Reivindicó a los
indígenas y estableció contactos con los indios asentados en el sur de Mendoza,
cuya colaboración requirió, poniéndolos al tanto que los españoles “van a pasar
de Chile con su ejército para matar a todos los indios y robarles sus mujeres e
hijos (…) como yo también soy indio voy a acabar con los godos, que les han
robado a ustedes las tierras de sus antepasados, para ello pasaré Los Andes con
mi ejército y con estos cañones”. Tras tomar Perú dijo: “En adelante no se
denominarán los aborígenes indios o mulatos. Ellos son hijos y ciudadanos del
Perú y con el nombre de peruanos deben ser conocidos”. En una proclama a las
comunidades indígenas señaló: “Compatriotas, amigos descendientes de los Incas:
ya llegó para nosotros la época venturosa de recobrar los derechos que son
comunes a todos los individuos de la especie humana y de salir del horrible
abatimiento a que os habían condenado los opresores de nuestro suelo”. En su
proclama al Ejército antes de ingresar a Chile apuntó: “La guerra la tenemos
que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de
tabaco no nos ha de faltar. Cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con
las bayetitas que trabajen nuestras mujeres, y si no andemos en pelota como
nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que lo demás no importa nada”.
Cuando demoró el lanzamiento de la entrada a Chile fue
considerado como sospechoso de ser agente inglés. Sin embargo tuvo posiciones
centrales decididamente contrarias al interés británico, como su antagonismo
con los sectores de nuestro suelo vinculados a los intereses de Inglaterra, su
posición de unificar a la América Española en oposición a la actitud
divisionista de Su Majestad y su apoyo a la Confederación rosista en 1845, ante
la agresión anglo francesa.
Su lucha y triunfo en los combates de San Lorenzo,
Chacabuco, Maipú, su campaña liberadora son mojones de su gesta, a cuyo fin no
vaciló en cruzar la cordillera en camilla, desafiando su estado de salud,
fueron hitos del gobierno revolucionario.
La gestión de gobierno que desarrolló en Perú se caracterizó
por su enfrentamiento con la Iglesia reaccionaria y las familias más
acaudaladas. Sus acciones más importantes fueron: eliminar la servidumbre de
los indios, abolir la esclavitud, la inquisición y los castigos corporales, el
derecho a la libre expresión, medidas de desarrollo industrial distantes de la
economía liberal ortodoxa. Impulsó el crédito, fundando un banco auxiliar de
papel moneda. Estableció un impuesto menor a las mercaderías transportadas por
buques que llevaran la bandera nacional colombiana, chilena o argentina. A los
españoles ricos les dejó la opción de emigrar, debiendo dejar el 50% de sus
bienes. Tomó medidas para impulsar la educación y la cultura. “La biblioteca es
más generosa que nuestro ejército para sostener la independencia” opinaba.
Al no arribar a un entendimiento con Bolívar, le cedió la
dirección para terminar la gesta liberadora. San Martín entendía que se iba
hacia un enfrentamiento entre su proyecto de monarquía constitucional y el de la
Gran Colombia que quería Bolívar. Por eso, ante las intrigas de los directoriales
(Valentín Alsina creía que mandarle soldados sería despoblar Buenos Aires y eso
significaría “la ruina de la agricultura, que es la única fuente de nuestra
riqueza”) se alejó. “Bolívar y yo no cabemos en el Perú” confesó a su amigo
Tomás Guido. En Chile confesó a O’Higgins: “Ya estoy cansado de que me llamen
tirano, que en todas partes digan que quiero ser rey, emperador y hasta
demonio”.
Bolívar vio la revolución desde una óptica republicana, las
ideas monárquicas de San Martín eran comunes en una época en que la única
república federal era Estados Unidos.
Escribió a Bolívar en su renuncia: “Presencié la declaración
de la independencia de los Estados de Chile y el Perú: existe en mi poder el
estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el imperio de los incas, y he
dejado de ser hombre público. He aquí diez años de revolución y de guerra”.
También renunció a la jefatura del Ejército de los Andes. Hubo conjeturas en el
sentido de que estaba en minoría dentro
de la Logia sosteniendo la posición independentista. Lo acompañaban Zapiola,
Manuel Moreno, Donado y pocos más, frente a la mayoría adversa encabezada por
Alvear y que contaba con el apoyo de los viejos masones Posadas, Vieytes, Monteagudo,
Azcuénaga, Rodríguez Peña, Valentín Gómez, Larrea y otros. A estar por tales
consideraciones la masonería le exigió obediencia para retirarse de los campos
de batalla americanos y ceder todo el espacio a Simón Bolívar.
“El general San Martín jamás derramará la sangre de sus
compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la
independencia de América” dijo.
Sucre obtuvo la victoria definitiva de las Guerras de la
Independencia en Ayacucho. San Martín se proponía instalar en Francia pero en
principio no pudo. Su pasado revolucionario lo hacía persona no grata. Pasó a
Londres y a Bruselas.
El sabotaje de los sectores portuarios terminaría con el
proyecto de Bolívar de ir hacia la gran nación latinoamericana.
Llegó a la conclusión de que en nuestra capital “se
encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, porque
el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se procura satisfacer sin
reparar en medios”, definiendo a sus habitantes como queriendo vivir “a costa
del Estado y no trabajar”. “Yo odio a la aristocracia y todo lo que es lujo”,
decía.
Planeó su retorno pero al llegar al puerto se encontró con
el estallido revolucionario de 1828. No quiso servir a la causa de Lavalle, el
fusilador de Dorrego, que él sabía manejado por los intereses del puerto. Por
eso expresó a Tomás Guido: “Por otra parte, los autores del movimiento del 1º
son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta los inmensos males que estos
hombres han hecho no sólo al país sino al resto de la América, con su infernal
conducta. Si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta
ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos
hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de
bien a un malvado”. Consideraba –según
su carta a O´Higgins – a Rivadavia “el hombre más criminal que ha producido el
pueblo argentino”. Acotaría: “Sería yo un loco si me mezclara con esos
calaveras. Entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he
fusilado de lástima cuando estaba bajo mis órdenes en el Perú”. Hablaba de
“hombres desalmados”.
Ya en su exilio, ancló en París, adonde las revueltas
chocaban con su espíritu y se fue a morir a Grand Bourg.
Sus combates, su acción cuando le tocó ser gobernante, se
inspiraron en la Revolución democrática y nacional, aquella que provocaron su
viaje de España al Río de la Plata en 1812. Las banderas que la Logia llevó a
impulsar en la Asamblea del año XIII.
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