viernes, 31 de julio de 2015

Lecturas de vacaciones

Mario Méndez—

Mi amigo Mauricio me toma de sorpresa, una vez más: se acerca el cierre de la revista digital  unoytres, que él dirige, y en la que me gusta colaborar, y no tengo nada para enviarle. Para colmo, estoy de vacaciones, ¿qué hacer? Pienso entonces en lo que me he traído para leer, y lo que andan leyendo mi mujer y mis hijas, y se me ocurre que por ahí puede haber una punta.
Los viajes son largos, y todos nos llevamos libros. Violeta, que acaba de cumplir los 13, leyó El hombre que quería recordar, magnífica novela juvenil de Andrea Ferrari; En el arca a las ocho, libro im-per-di-ble, de Ulrich Hub, un alemán. El libro, publicado por Norma en Torre de papel roja, no anda demasiado bien en ventas: los tres pingüinitos protagonistas se plantean, entre otras cosas, algunas dudas sobre la existencia de Dios, la justicia divina, la creación: una genialidad, tan graciosa como incómoda. Y además, me sorprende mi pequeña con una lectura para adultos, de una novela que yo creo destinada a ser un clásico juvenil, como pasó con El guardián en el centeno (o El cazador oculto), de Salinger: me refiero a El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon: el relato de Christopher, que padece (y no sé si decirlo así es correcto) una suerte de autismo, y hace una investigación policial, es atrapante, inolvidable.

Martina, que tiene 15, que no lee tanto, pero que a veces se engancha y lee o relee, se metió con dos clásicos de mi niñez y de la suya propia: releyó dos de los episodios de Asterix, esa maravilla: Los laureles del César (sí, la aventura más ferpecta de los heroicos galos) y Asterix en Bretaña, otra genialidad burlona, más una novela que ya lleva leída varias veces, y con la que cada vez se vuelve a reír: Nunca seré un Superhéroe, del amigo Antonio Santa Ana.
Rosana, influenciada por mí, soportó con bastante estoicismo las primeras lentas cien páginas de Expiación, de Ian Mc Ewan, tan decimonónicas, tan poco atractivas (perdón por el sacrilegio) con mi promesa de que, luego de la famosa carta, no la podría dejar. Y ahí está, en este preciso momento, mientras yo escribo: leyendo atrapada todo lo que sobreviene luego. (Dicho sea de paso, y ya que esta nota se está pareciendo a una lista de recomendaciones, no dejen de ver la película basada en la novela, de Joe Wright: es brillante).
Finalmente, mi propia lista: no pude evitar releer los Asterix que trajo mi hija, estoy releyendo 1984, de Orwell (preparándome para un ciclo sobre cine y literatura distópicos, que haremos en Bibliotecas para armar), una novela que me encanta, pero que tiende a deprimirme. Y para matizar, me metí con Historias a Fernández y El libro de los prodigios, de Ema Wolf: me río y me preparo para entrevistarla. Por último, lapicera en mano (siempre son bienvenidas las opiniones mutuas), me puse a leer un original de mi amigo Jorge Grubissich, cuyo título no adelanto porque sé que lo mandará a un concurso, y le tengo fe.

Lectura y vacaciones. Para mí, y para mi enorme contento también para mi familia, son dos términos inseparables. 

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