Sebastián Jablonka—
Una nota sobre el Mundial a esta altura de los acontecimientos ya puede ser considerada vieja, pero no queríamos dejar pasar esta edición sin hacer una mención a lo acontecido en la segunda mitad del Mundial que finalizó hace casi 15 días y que ubicó a la Selección Argentina en un histórico segundo lugar, luego de ser derrotada agónicamente por 1-0 ante la poderosa y planificadora Alemania.
En el final de la nota anterior quien escribe señalaba que durante los 90 minutos podía pasar cualquier cosa, que los análisis podían quedar derribados y que hasta el plantel más sólido podía llevarse una sorpresa. No fueron 90 minutos sino 450 en el que
el conjunto de Alejandro Sabella derribó uno tras otros los argumentos que pesaban en contra, que decían que esta selección no podía llegar adonde llegó. Claro que ahora fueron reemplazados por otros, con la única función de atacar a un equipo y por sobre todo a un Director Técnico (tal vez por su ideología, tal vez por sus pensamientos políticos, quien sabe). Cosas que pasan en el periodismo, y en el periodismo deportivo en particular, donde la crítica es más despiadada y la autocrítica no existe.
Estuvimos en presencia de un equipo que se armó con el transcurso de los partidos, con los cambios mencionados, sumados a otros, como el ingreso de Lucas Biglia por Fernando Gago para darle solidez al mediocampo. Ahora las críticas cambiaron de lugar. De cuestionar el desempeño defensivo se pasó al ofensivo. Que los delanteros no pueden jugar, que Argentina no ataca, que Messi no dio la cara.
Quizás se pueda disentir en las decisiones tomadas por el entrenador, pero no se puede decir que cada resolución tomada tuvo un argumento futbolístico sólido. Atrás quedaron las peticiones de Tevez, el “elige los jugadores porque eran de Estudiantes” y otros comentarios que de análisis futbolístico carecen.
Quedó, finalmente, una Selección Argentina que supo sobreponerse a las adversidades, que derribó mito tras mito, que construyó un plantel y un esquema sólido y que fue representado por jugadores con mucho carácter, personalidad, amor propio, solidaridad. Que no recurrió a las malas intenciones, que respetó siempre a su rival. Que volvió a una final de un Mundial luego de 24 años y que estuvo a pocos centímetros de la gloria. Y que, por sobre todas las cosas, le devolvió al hincha argentino ese sentimiento por la selección que se había perdido hace mucho tiempo, y que se vio reflejado especialmente en los festejos post victoria ante Holanda, cuando casi todas las ciudades del país se vistieron de celeste y blanco y que no se abandonaron a pesar de la derrota en la final. Tal vez, esa sea la victoria más importante.
Estoy tan de acuerdo que cualquier opinión sería una redundancia; muy bueno, Sebastian!
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