miércoles, 31 de julio de 2013

HIJAS

Una obra que se enuncia en femenino

Docente: Cristian Emiliano Valenzuela Isaac—
Noche de sábado porteño, 21 hs. Por fuera del circuito de obras teatrales de la Av. Corrientes, en el barrio de Villa Crespo, en una pequeña sala llamada La Sede, en Jufré 476. Allí, desde hace 5 meses se representa la obra Hijas.  Una obra dirigida por Bárbara Molinari, una invitación a ser partícipes de una trama vívida: la del vínculo complejo presente en la relación madre/hija.
La sala llena, como amerita, mas curiosamente con una capacidad que no supera las 20 personas. La obra no pretende ser masiva, ciertamente.  Tal vez porque su sensualidad necesita de espectadores cercanos.
La Sede, por lo demás, es un espacio teatral oportuno que te invita a una experiencia privada, y la obra Hijas, no casualmente, se aloja allí. Y el espectador está adentro, la puerta se cierra, las luces se apagan, y nuestras miradas sólo pueden percatar a las tres mujeres protagonistas. Las luces ausentes inquietan, enmudecen, y la sala se invade de un sonido, el del golpe de un cuerpo que cae una y otra vez. Caer duele, dirá una voz en escena, y más aún si el abismo está muy alto.
Hijas nos mantiene expectantes, y de a poco entrevemos tres situaciones, tres espacios que se enmarañan, tres soledades que interactúan, tres edades distintas: una jovencita poetisa, la hija; una mujer bailarina, la embarazada; una señora actriz, la madre.
Los límites son difusos. Como el horizonte de un mar que parece estar en algún lugar, pero que es inalcanzable, más aún en la oscuridad de la noche frente a un faro llamado luna. Horizonte se escribe con “h”, la letra muda. Hijas se escribe con “h”, como hastío, horror, hambre, herida, himen, hombre. Hay algo que no se dice, pero sí hay una “h” trazada en un poco de arena sobre el escenario, y palabras que giran alrededor de la “h”, y un lápiz clavado sobre la arena. Ese lápiz allí erecto como un símbolo de la ficción escrita, representada, montada.
Hijas, una obra que se enuncia en femenino, como una toma de posición firme. No hay hombres ni en escena ni por detrás de la escena, lo cual hasta puede resultar provocador. Es como ese vínculo del parto, en el que el hombre participa desde afuera; como el amamantamiento, que funde a la criatura con el pecho materno; como el cordón umbilical que enlaza dos vidas en un solo respiro.
Hijas, tres mujeres artistas que representan a tres artistas: una madre actriz que actúa de madre; una embarazada que baila al son de su caja de música vacía, que encarna esa bailarina de juguete que esperamos que esté ahí dentro, pero no está; una hija poetisa que escribe y recita en el marco de una obra escrita y recitada. La ficción que se parodia a sí misma, la ficción dentro de la ficción, como las mamushkas, como esa mamá que sale de una mamá, como la infinitud (que quizás no ha sido infinita) de vidas que nos han alojado como hijos e hijas, como ese miedo de ser la mamushka vacía, la última mamushka, el último eslabón del cordón que ata y deja ser a la vez.

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