Una obra que se enuncia en femenino
Docente:
Cristian Emiliano Valenzuela Isaac—
Noche
de sábado porteño, 21 hs. Por fuera del circuito de obras teatrales de la Av.
Corrientes, en el barrio de Villa Crespo, en una pequeña sala llamada La Sede, en Jufré 476. Allí, desde hace
5 meses se representa la obra Hijas. Una obra dirigida por Bárbara Molinari, una
invitación a ser partícipes de una trama vívida: la del vínculo complejo
presente en la relación madre/hija.
La sala llena, como amerita, mas
curiosamente con una capacidad que no supera las 20 personas. La obra no
pretende ser masiva, ciertamente. Tal
vez porque su sensualidad necesita de espectadores cercanos.
La Sede, por lo demás, es un espacio
teatral oportuno que te invita a una experiencia privada, y la obra Hijas, no casualmente, se aloja allí. Y
el espectador está adentro, la puerta se cierra, las luces se apagan, y
nuestras miradas sólo pueden percatar a las tres mujeres protagonistas. Las
luces ausentes inquietan, enmudecen, y la sala se invade de un sonido, el del
golpe de un cuerpo que cae una y otra vez. Caer duele, dirá una voz en escena,
y más aún si el abismo está muy alto.
Hijas nos
mantiene expectantes, y de a poco entrevemos tres situaciones, tres espacios
que se enmarañan, tres soledades que interactúan, tres edades distintas: una
jovencita poetisa, la hija; una mujer bailarina, la embarazada; una señora
actriz, la madre.
Los límites son difusos. Como el
horizonte de un mar que parece estar en algún lugar, pero que es inalcanzable, más
aún en la oscuridad de la noche frente a un faro llamado luna. Horizonte se
escribe con “h”, la letra muda. Hijas
se escribe con “h”, como hastío, horror, hambre, herida, himen, hombre. Hay
algo que no se dice, pero sí hay una “h” trazada en un poco de arena sobre el
escenario, y palabras que giran alrededor de la “h”, y un lápiz clavado sobre
la arena. Ese lápiz allí erecto como un símbolo de la ficción escrita,
representada, montada.
Hijas, una
obra que se enuncia en femenino, como una toma de posición firme. No hay
hombres ni en escena ni por detrás de la escena, lo cual hasta puede resultar
provocador. Es como ese vínculo del parto, en el que el hombre participa desde
afuera; como el amamantamiento, que funde a la criatura con el pecho materno;
como el cordón umbilical que enlaza dos vidas en un solo respiro.
Hijas, tres mujeres artistas
que representan a tres artistas: una madre actriz que actúa de madre; una
embarazada que baila al son de su caja de música vacía, que encarna esa
bailarina de juguete que esperamos que esté ahí dentro, pero no está; una hija
poetisa que escribe y recita en el marco de una obra escrita y recitada. La
ficción que se parodia a sí misma, la ficción dentro de la ficción, como las
mamushkas, como esa mamá que sale de una mamá, como la infinitud (que quizás no
ha sido infinita) de vidas que nos han alojado como hijos e hijas, como ese
miedo de ser la mamushka vacía, la última mamushka, el último eslabón del
cordón que ata y deja ser a la vez.
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