Mauricio Epsztejn—
Por supuesto que los desafíos que tenían por delante los
pueblos que en 1816 declararon su independencia son distintos a los de la
presente generación. En principio, porque lo que hoy llamamos Argentina ocupa
un territorio notablemente distinto al que entonces se declaró independiente; también
lo es su conformación política y su entidad jurídica. Sin embargo, quedaron
tareas que aquella independencia no resolvió porque las clases más influyentes
de aquella época se quedaron con el poder político y económico que aún conservan
a pesar de haber sufrido algunas mutaciones. Eso les permitió elegir el camino por
el que avanzó el país, el de la asociación subordinada a las potencias mundiales
dominantes, aunque durante breves intervalos aparecieron competidores que
intentaron disputarles el espacio, pero fueron destruidos o cooptados. Un
ejemplo de quienes son los reales detentadores del poder, sin intermediarios, se
comprueba sabiendo quienes integran el actual gobierno y la política que
ejecutan.
Así llegamos a cómo y dónde conmemoró el presidente Macri el
reciente 9 de julio, después de participar en la reunión del G20. Fue en
Hamburgo, a bordo de la Fragata Libertad, amarrada en ese puerto como parte de la
habitual gira de instrucción de los cadetes. Es la misma nave de la Armada que
el 2 de octubre de 2012 fuera embargada por los fondos buitres de Paul Singer, por
la que Macri y sus actuales aliados de Cambiemos impulsaban una colecta para pagar
lo que exigían esos piratas financieros para liberarla y que el gobierno de
Cristina recuperó en diciembre de aquel año sin desembolsar ni un centavo,
después de un juicio internacional que ganó el Estado argentino. A pesar de
eso, cuando Macri y Cambiemos llegaron a la presidencia, pagaron sin chistar por el chantaje de Paul Singer y demás miembros de la mafia financiera internacional,
incluidos los gastos de aquel juicio. Es decir que el pueblo argentino no sólo
paga con su sacrificio una deuda que no contrajo y que sólo benefició a los más
ricos, sino que además, el gobierno lo sometió a la humillación de una
rendición incondicional ante el máximo poder global.
Esa es la esencia de la propuesta macrista, no sólo respecto
a la deuda pasada, sino a la nueva, la que viene contrayendo desde que la nueva
Alianza llegó al gobierno y que deberán afrontar la actual y las futuras
generaciones. Para tener una visión completa, no sería justo cargar la
responsabilidad sólo sobre el gobierno de Cambiemos y sus aliados directos. También
le cabe a la dirigencia de otras fuerzas políticas y sociales que en nombre de
la “gobernabilidad” se lo permiten y/o apoyan, incluida la cúpula de la CGT, e
incluso de numerosos funcionarios, legisladores y gobernadores, que llegaron a esos
lugares y sin pudor siguen allí, aupados en las listas del Frente para la
Victoria.
Este año, en ausencia del presidente le tocó a la vice,
Gabriela Michetti, encabezar la ceremonia oficial en Tucumán. Rodeada por un
vallado y una formación policial a prueba de expresiones de repudio, su
intervención se limitó a repetir el libreto cuyo copyright es conocido. Sin
embargo, esta columna no se quiere privar de recordar algunos puntos del
antológico discurso pronunciado por el presidente Macri hace un año, porque en
aquella oportunidad, a pesar de su conocido y lacónico estilo discursivo, dejó
en claro por lo menos tres pilares en que se apoya la política de su gobierno: su
opinión sobre la independencia nacional, el lugar que le asigna a la Argentina
en el mundo y su concepción sobre los derechos laborales.
La angustia oficial
Por eso, cuando hace un año pronunció su discurso en Tucumán
frente al ex rey de España sinceró su punto de vista y se creyó con derecho a interpretar
las emociones más íntimas de los congresales reunidos en 1816 en la casa
histórica que tenía a sus espaldas, cuando declararon la independencia de
España. Tanta certeza demostró sobre lo que estaba diciendo que les atribuyó una
angustia que supuso debieron sentir cuando se decidieron por la audaz patriada,
algo que, según todo indica, a él aún hoy lo acongoja. “Claramente, deberían de tener
angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España. Los
ciudadanos de 1816 no eran superhombres. Seguro tuvieron miedo y angustia”,
dijo, dirigiéndose al rey emérito de España
que lo miraba impávido —un rey que se vio obligado a resignar el trono corrido
por el escándalo de fabulosos negociados en los que está involucrada toda la
coronada familia y por los cuales varios de sus miembros acreditan méritos como
para disfrutar una holgada temporada entre rejas, un destino reservado a cualquier
plebeyo que haya incurrido en delitos similares, pero poco acorde para
personajes magnos que, seguramente recibirán, un trato digno de su nivel.
Lo que en aquel momento Macri verbalizó, es lo que viene ejecutando
desde que está al frente del gobierno nacional y que, no tan metafóricamente,
parecería querer retrotraernos a un estadio anterior a 1816. La diferencia, no
menor, es que desde entonces, España ya no ocupa el lugar de principal potencia
mundial que debió ceder a Inglaterra, la que a su vez lo resignó frente a Estados
Unidos, cuyo capital financiero ahora lidera el poder mundial más concentrado y
globalizado. Sobre esa deriva del poder mundial, al actual gobierno argentino nadie
le puede achacar culpa, aunque la reiteración de gestos y actos por él mismo, la
fuerza política en que se apoya y la clase que representa, muestran igual vocación:
la de exprimir al propio pueblo, mientras buscan ser reconocidos como segundones,
socios menores y subordinados al mandato de los mandamases mundiales de turno.
Independence according to Cambiemos and friends
Para que nadie acuse a este columnista de propalar un relato
populista, a continuación se apuntan un par de muletillas que integran el largo
rosario enhebrado por el discurso macrista donde, a veinte meses de asumido el
gobierno nacional, no ha resuelto ninguna de las dificultades y males que
encontró de arrastre, sino que los agudizó e intenta justificarlo con el verso
de “la pesada herencia”, un concepto que, si bien remite al gobierno anterior, según
esa línea de pensamiento tranquilamente se llega hasta el Congreso de 1816 y su
declaración de independencia, que tanto abruma al presidente.
Veamos algunas de esas perlas:
-“La Argentina quedó aislada del mundo”.
Cabe preguntar ¿de qué mundo? Los hechos testarudos, que no
son simples palabras u opiniones, aclaran la incógnita.
“Cambiemos” inició desde el gobierno un nuevo ciclo de
endeudamiento externo, el contemporáneo mecanismo de sometimiento colonial, uno
de cuyos primeros hitos fue volver a endeudar al país para pagarle al buitre de
Paul Singer la sentencia del juez Thomas Griesa, un monto que incluye los
honorarios del pleito que habían perdido frente a Argentina cuando
Fragata Libertad |
-A partir de entonces, el ritmo de endeudamiento público se
aceleró y su monto ya supera al de la última dictadura cívico-militar, una
deuda que no se tomó para inversión productiva sino para financiar la fuga de ganancias
obtenidas en la timba financiera, que deberemos pagar los argentinos de varias generaciones.
Entre las nuevas deudas del Estado, contraídas a espaldas del Parlamento, está
la inexplicable a 100 años, no se sabe por qué ni para qué, a un costo
altísimo, cuyo precedente se remonta al empréstito por un millón de Libras
Esterlinas, firmado en 1824 por Bernardino Rivadavia con la banca inglesa Baring
Brothers, cuyo supuesto destino era construir un puerto en Buenos Aires, proveer
algunos servicios públicos a la ciudad y financiar la construcción de
poblaciones en la costa bonaerense. Del ese monto, sólo llegaron al país algo
más de 550.000. El resto ni salió de Inglaterra: una parte sustancial quedó en los
bolsillos de los propios banqueros en concepto del pago adelantado de intereses
y el resto en el de los gestores criollos e ingleses, por comisiones de intermediación.
Sin embargo, aunque ninguna de las obras se ejecutó, el total de lo que se
devolvió superó en más de ocho veces y media lo recibido y la deuda recién se
canceló en 1904. Los únicos favorecidos fueron los banqueros, sus oligárquicos
socios locales y los intermediarios financieros.
Sólo a modo de ejemplos, vale la pena mencionar al azar y sólo
desde mediados del siglo XIX, algunos hechos emblemáticos que amojonaron la historia
nacional y forman parte de una serie que los precede y que frustraron hasta
ahora su desarrollo independiente: la inexplicable retirada de Urquiza en la
batalla de Pavón; la llamada Guerra de la Triple Alianza; el golpe “con olor a
petróleo” que derrocó a Yrigoyen; el pacto Roca-Runciman en 1933; el derrocamiento
de Perón en 1955; el ingreso al FMI en 1956; el golpismo recurrente; el asfixiante
rol de la deuda externa; y hay más… Aunque es una enumeración parcial, no se
indica por casualidad sino porque cualquier semejanza con la actualidad no lo
es, sino que marca una continuidad de actores e intereses.
-Hay otras perlitas, como la del genuflexo pedido del ministro
Alfonso Prat Gay ante empresarios españoles: "Quiero pedir disculpas por los últimos años. Sé de los abusos que han
sufrido los capitales españoles y les agradezco la paciencia" dijo en
Madrid (ver “La Nación”-30/05/2016- edición digital). Entre sus oyentes estaban los que durante el
menemismo y la primera Alianza se confabularon para estafar a la Argentina, como
los directivos de Marsans en libertad —los que vaciaron Aerolíneas Argentinas— mientras
otros están presos en la península por corrupción y demás delitos cometidos en
España; también estuvieron los de Repsol —que hizo lo propio con YPF. Respecto
al grupo Marsans, lo curioso, o no tanto, es que Sirio Astolfi — designado por
este gobierno como vicepresidente de Aerolíneas—, fue uno de los abogados que
patrocinó al grupo Marsans en el litigio que el grupo impulsó contra el Estado
argentino ante el tribunal del Banco Mundial (Ciadi).
-Y si bien la lista sobre actos de sumisión al mandato de
Estados Unidos, el mayor imperio de turno, es extensa, sólo agregaremos tres de
ellas: el respaldo a la intervención extranjera en Venezuela, el presuroso
reconocimiento de Temer, el golpista brasileño, y la vergüenza protagonizada frente a las últimas elecciones
norteamericanas: en la previa, cuando las encuestan favorecían a Hillary
Clinton, Cambiemos utilizó el recurso infantil de mostrarse como el mejor alumno del grado y apostó a
ella públicamente; pero cuando la realidad los dejó vestidos como Adán en el
paraíso, no tuvieron empacho en pegar un giro y jurarle fidelidad a Trump, el
nuevo inquilino de la Casa Blanca, un gesto cuyo significado no es difícil interpretar:
siempre le serán fieles a los ocasionales ocupantes de aquel inmueble, sin importar
su identidad, sino lo que representan.
Lo que viene
Hasta aquí, en los marcos que permite una nota, damos un
somero pantallazo de la visión que tiene la clase dominante sobre el
pronunciamiento de 1816, la interpretación que hace sobre el legado que aquella
gesta dejó y la esencia de las propuestas que en el presente tiene para que la
sociedad las convalide y que después de las elecciones de octubre le permita al
gobierno transformarlas, con la legitimidad del voto, en acción de gobierno.
A su vez, después de la derrota de 2015, el movimiento
nacional, popular y democrático pareciera estar en la etapa de recomponer
fuerzas y aceptar el reto desde la calle y en las instituciones. La fuerza que
se perfila como principal actora para este desafío es Unidad Ciudadana, que
enarbola una propuesta de 15 puntos para enfrentar la emergencia, capaz de
servir como base para un proyecto de país distinto, a favor de las grandes
mayorías, cuyos enunciados básicos se enriquecerán a través de la participación
organiza del pueblo. En pos de tal objetivo deberá superar dos etapas: una próxima,
las PASO del 13 de agosto; la otra el 22 de octubre, cuando son las generales y
definitivas. En ambas, el instrumento más adecuado para que el macrismo
gobernante sienta el rechazo a su orientación política y gestión, será el
contundente mensaje que le llegue a través de las urnas.
La herramienta está al alcance de cada
ciudadano, es el voto, está en sus manos y debe usarlo reflexionando sobre la
trascendencia del acto, porque arrepentirse después de introducirlo en la urna no
vale, es tarde.
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