lunes, 31 de julio de 2017

Las PASO en gateras

Mauricio Epsztejn—
A sus marcas, listos...
Después que el lector lea esta página y luego acerque la mano a un almanaque lo percibirá tibio y cuanto más cercano esté el 13 de agosto, comprobará que su temperatura seguirá creciendo hasta alcanzar la suficiente para calentar un jarro de agua y cebarse unos mates bien calientes. Sucede que ese día es el señalado para las PASO, las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias de las cuales surgirán las listas de candidatos que competirán en las elecciones generales del 22 de octubre.
No es casual que el clima electoral se venga caldeando desde hace ya varios meses. Es que en los comicios de este año se empieza a jugar mucho más que un simple recambio institucional de personas, ya que esta disputa es la inmediatamente anterior a la del 2019 donde lo que estará en juego es un proyecto de país que afectará el destino de la Argentina, de sus gente, durante las próximas décadas y que las PASO en gateras son el obligatorio prolegómeno de esa pelea de fondo.
De allí su trascendencia.
Así como los resultados de las de 2015 sorprendieron a propios y extraños por el brusco giro en la política nacional que representaron y produjeron, ya que por primera vez desde 1930 la derecha pura y dura conquista el gobierno argentino por medio de elecciones democráticas ejemplares, las de este año y, sobre todo las de 2019 mostrarán si lo sucedido se debe a un accidente transitorio o a un fenómeno más profundo, destinado a perdurar.
Además, lo que en esta oportunidad se juega en Argentina trascenderá sus fronteras, porque se inscribe en una puja de escala global, donde los exitosos avances obtenidos por la derecha aún no encontraron su límite, una situación peligrosa porque se trata de una derecha agresiva e irresponsable, que dispone de armas capaces de transformar, en una mínima fracción de tiempo, al mundo en un infierno.
En ese tren, la estrategia hasta ahora desarrollada por Cambiemos ha demostrado serle eficaz y la lleva a cabo sin escrúpulos, bajo una conducción centralizada que rompió muchos de los modelos y códigos tradicionales de la política. Para cualquier fuerza progresista sería suicida no prestarle la debida atención ese novedoso fenómeno y, peor aún, subestimarlo. Su táctica pasa por demonizar e intentar aislar al kirchnerismo, particularmente a Cristina Fernández de Kirchner, tildando de apéndice suyo cualquier construcción política que ella lidere o en la que participe.
Sin embargo, el escollo que encuentra la estrategia oficialista es una terca realidad que confronta con tal discurso y se traduce en un malestar creciente entre la población, incluidos muchos de quienes en 2015 los votaron y ahora, en voz baja, manifiestan desencanto. La incógnita es hacia dónde se orientará ese cauto descontento y si al fin ese clima no lo capitalizará una fuerza que sea más de lo mismo.
Para enfrentar ese accionar de la derecha, nació Unidad Ciudadana, que todavía no ha demostrado cómo hará para socavar el poder del adversario, para lo cual es difícil que alcance evocar bienestares pasados o despotricar contra las maldades con que actúa este gobierno. Deberá ser capaz de insuflar esperanza en los votantes, porque de lo contrario se confirmará aquello de que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Y eso no se consigue recitando consignas generales, sino proponiendo e impulsando soluciones concretas para cuestiones concretas de la vida cotidiana. Es todo un desafío para una formación nueva a la que todavía le cuesta incorporar una forma innovadora de hacer política. Deberá esforzarse por resolverlo rápido, porque en estas lides, con el tiempo acotado, cada minuto vale.

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