Mauricio Epsztejn—
A sus marcas, listos... |
Después que el lector lea esta página y luego acerque la
mano a un almanaque lo percibirá tibio y cuanto más cercano esté el 13 de
agosto, comprobará que su temperatura seguirá creciendo hasta alcanzar la
suficiente para calentar un jarro de agua y cebarse unos mates bien calientes.
Sucede que ese día es el señalado para las PASO, las Primarias Abiertas
Simultáneas y Obligatorias de las cuales surgirán las listas de candidatos que
competirán en las elecciones generales del 22 de octubre.
No es casual que el clima electoral se venga caldeando desde
hace ya varios meses. Es que en los comicios de este año se empieza a jugar
mucho más que un simple recambio institucional de personas, ya que esta disputa
es la inmediatamente anterior a la del 2019 donde lo que estará en juego es un
proyecto de país que afectará el destino de la Argentina, de sus gente, durante
las próximas décadas y que las PASO en gateras son el obligatorio prolegómeno
de esa pelea de fondo.
De allí su trascendencia.
Así como los resultados de las de 2015 sorprendieron a
propios y extraños por el brusco giro en la política nacional que representaron
y produjeron, ya que por primera vez desde 1930 la derecha pura y dura
conquista el gobierno argentino por medio de elecciones democráticas
ejemplares, las de este año y, sobre todo las de 2019 mostrarán si lo sucedido se
debe a un accidente transitorio o a un fenómeno más profundo, destinado a perdurar.
Además, lo que en esta oportunidad se juega en Argentina
trascenderá sus fronteras, porque se inscribe en una puja de escala global,
donde los exitosos avances obtenidos por la derecha aún no encontraron su
límite, una situación peligrosa porque se trata de una derecha agresiva e
irresponsable, que dispone de armas capaces de transformar, en una mínima
fracción de tiempo, al mundo en un infierno.
En ese tren, la estrategia hasta ahora desarrollada por
Cambiemos ha demostrado serle eficaz y la lleva a cabo sin escrúpulos, bajo una
conducción centralizada que rompió muchos de los modelos y códigos
tradicionales de la política. Para cualquier fuerza progresista sería suicida
no prestarle la debida atención ese novedoso fenómeno y, peor aún, subestimarlo.
Su táctica pasa por demonizar e intentar aislar al kirchnerismo,
particularmente a Cristina Fernández de Kirchner, tildando de apéndice suyo
cualquier construcción política que ella lidere o en la que participe.
Sin embargo, el escollo que encuentra la estrategia
oficialista es una terca realidad que confronta con tal discurso y se traduce
en un malestar creciente entre la población, incluidos muchos de quienes en
2015 los votaron y ahora, en voz baja, manifiestan desencanto. La incógnita es
hacia dónde se orientará ese cauto descontento y si al fin ese clima no lo
capitalizará una fuerza que sea más de lo mismo.
Para enfrentar ese accionar de la derecha, nació Unidad
Ciudadana, que todavía no ha demostrado cómo hará para socavar el poder del
adversario, para lo cual es difícil que alcance evocar bienestares pasados o despotricar
contra las maldades con que actúa este gobierno. Deberá ser capaz de insuflar
esperanza en los votantes, porque de lo contrario se confirmará aquello de que
“más vale malo conocido que bueno por conocer”. Y eso no se consigue recitando
consignas generales, sino proponiendo e impulsando soluciones concretas para
cuestiones concretas de la vida cotidiana. Es todo un desafío para una
formación nueva a la que todavía le cuesta incorporar una forma innovadora de
hacer política. Deberá esforzarse por resolverlo rápido, porque en estas lides,
con el tiempo acotado, cada minuto vale.
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