viernes, 30 de junio de 2017

A una década y media de la masacre en Avellaneda

Osvaldo Riganti—
A fines de 2001 había volado por los aires un cuarto de siglo largo de hegemonía neoliberal (con honrosos atisbos de Raúl Alfonsín como excepción). El pueblo argentino se volcó a la histórica Plaza para poner en fuga a sus últimos personeros, Fernando De la Rúa, Domingo Cavallo, Gerardo Morales, Patricia Bullrich y algún otro notorio figurón de estos tiempos.
Tras una sucesión desordenada de presidentes en una semana, fue designado para hacerse cargo de la presidencia de la Nación el senador Eduardo Duhalde, triunfante en los comicios de ese año, ex vicepresidente y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires. Recibió un país paralizado, con bancos cerrados, gente revisando los tachos de la basura por todos lados, clubes del trueque a manera de canje monetario para poder subsistir, casi la mitad de la población sin trabajo y datos pavorosos en materia de marginalidad.
Duhalde consiguió salir del atolladero tras no pocas contradicciones por promesas que no pudo cumplir, entre las que se destacaban la de: “el que depositó dólares cobrará dólares” había dicho tratando de insuflar optimismo a los sectores de clase media que veían esfumar sus ahorros y en esa situación conectaban sus demandas con las del sector obrero. Hasta ese momento Duhalde especulaba con quedarse en ese cargo hasta la próximas elecciones y luego presentarse como candidato a presidente y ser electo por la voluntad mayoritaria.
Pero el 26 de junio de 2002 se desvanecieron sus sueños. Las demandas sociales y las angustias de muchos argentinos persistían. Así las cosas, varios grupos de piqueteros intentaron cortar el Puente Pueyrredón. El comisario inspector Alberto Franchiotti, a cargo del operativo represivo, persiguió, Itaka en mano, a varios jóvenes que emboscó en la estación Avellaneda y asesinó a dos de ellos, los militantes de la corriente “Aníbal Verón”, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Hubo corridas, más sangre y decenas de heridos y detenidos. Envalentonado por la acción, el comisario habló con los movileros de la TV y se jactó del éxito del operativo.
“La Bonaerense” atribuyó las muertes a un enfrentamiento a tiros entre piqueteros. Pero las imágenes aportadas por el fotógrafo de Página12, Sergio Kowalewski mostraron la presencia criminal de Franchiotti y sus lugartenientes. Un fiscal ordenó su detención junto a la de un colaborador.
Se ahondó la crisis. El 27 de junio miles de personas se manifestaron en Plaza de Mayo.
La masacre de los piqueteros partió la administración del presidente Duhalde en dos. Impulsó una aceleración de los tiempos políticos y generó un cambio en las políticas de seguridad del último cuarto de siglo en la Argentina signadas por la represión y la muerte ejecutadas desde el Estado.
Las muertes de Avellaneda pusieron fin a la idea de continuidad que Duhalde albergaba, al conjuro de la mejora de los índices económicos.
La Casa Rosada impulsó una acusación judicial contra los piqueteros denunciando un supuesto plan de insurrección contra Duhalde por parte de la ultraizquierda. Pero esos asesinatos hicieron que el presidente provisional abandonara sus propósitos de “mano dura”.
La Masacre de Avellaneda tensionó la relación entre el gobierno nacional y la administración provincial de Felipe Solá, que tironearon por echarse la culpa de los hechos.
Solá desplazó a los máximos jefes de “La Bonaerense”, el comisario general Ricardo Degastaldi y su segundo, el comisario general Edgardo Beltracci.
El presidente Duhalde calificó la masacre como “Una atroz cacería” y renunció el ministro de Seguridad, Luis Genoud. Lo reemplazó el frepasista Juan Pablo Cafiero, hijo del legendario hombre del peronismo Antonio Cafiero. Otro radical, el ministro de Justicia, Vanossi, abandonó también su Ministerio.
El encumbramiento de Juan José Álvarez a un remozado Ministerio de Justicia y Seguridad y de Juan Pablo Cafiero al clave Ministerio de Seguridad bonaerense, para controlar a la desmadrada policía, consiguieron aplacar aquellas trágicas tensiones callejeras.
El vicepresidente renunciante de los tiempos de la Alianza, “Chacho” Álvarez, diría: “Duhalde se va dejando las cosas mejor de lo que las encontró”. Pero atrás dejaba la desolación y la muerte, pese a que las condiciones de vida habían mejorado algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar, compartir y opinar