Mario Méndez—
Hasta la vida, el libro que unos cuantos escritores e
ilustradores armamos junto al ECuNHi, a propósito de la represión a los chicos
de la murga Los auténticos reyes del
ritmo, sigue su marcha. Ha sido presentado en la Feria del Libro grande, en
la Feria del libro infantil, en encuentros en La Plata, en el propio ECuNHi, en
bibliotecas, centros culturales, clubes. Pronto, el 24 de septiembre, por
ejemplo, llegará a la Biblioteca Sudestada, de Vicente López, donde algunos
compañeros continúan la lucha, se siguen juntando, hacen espacio y lo brindan
para que emprendimientos como este tengan éxito.
Y
hace unos pocos días fue presentado en la sede de Jitanjáfora, esa feliz, esforzada reunión de especialistas y
amantes de la literatura infantil y juvenil de Mar del Plata que desde hace ya
muchos años viene bregando por la lectura, por la difusión del libro y sus
autores.
A
ese espacio fui convocado por Mila Cañón, Mariana Castro y otras compañeras que
me invitaron a que Hasta la vida llegara a mi ciudad. Fue un honor. Y pensé que
sería un fuerte desafío, porque por primera vez tendría que hacerlo solo, no ya
con el apoyo de Verónica Parodi o Karina Micheletto, habituales maestras de
ceremonia en cada encuentro, o con la participación de Istvansch y sus
muñecotes militares, o la palabra de compañeras como Silvina Rocha, Paula
Bombara, Liliana Bodoc, Silvia Schujer, entre tantas otras que se han sentado a
mi lado para hablar del atropello a los chicos de la murga, de la reunión
espontánea de textos e ilustraciones y de la convocatoria a hacer un libro que
llegó luego. Pero me equivoqué, porque no estuve solo en absoluto. Una
treintena de marplatenses (y un cordobés “colado”, el amigo Sergio Aguirre, que
se sumó a la charla) me acompañaban frente al escritorio que hacía de
escenario. Y a mi lado estaban Mila, leyendo la poesía introductoria,
construida a partir de los demás relatos, que armó María Teresa Andruetto, y
también Mariana, que me guió con sus preguntas y sus comentarios.
La
presentación de Hasta la vida en mi ciudad pasó, entonces, de ser un desafío a
ser un momento festivo. Una fiesta sin olvido, por supuesto, porque también
hablamos de que el Plan Nacional de Lectura tambalea y muchas de las compañeras
que trabajaron en él durante años, ya fueron despedidas. Y hablamos de la
marcha de la resistencia, que se llevaría a cabo al otro día, y de la marcha
federal, próxima a realizarse. Y de las amenazas y los vaciamientos que se
vienen realizando, en todos los ámbitos de la cultura y la educación. Fue una
fiesta sencillamente porque allí estábamos los compañeros y compañeras
dispuestos a lo de siempre: a pelear por las causas que valen la pena, a
sostener con solidaridad al ECuNHi y a este libro que inauguró un sello editorial
que va por más, a seguir levantando la voz cuando haya que hacerlo.
Por
un rato, en mi Mar del Plata natal, tantos años después, me sentí como cuando
militaba en la secundaria, durante el Proceso, o en el primer año de la
Universidad, cuando la democracia había vuelto para quedarse. Con la misma
fuerza, las mismas ganas y el compromiso que me contagiaron las amigas de
Jitanjáfora, la gente del ECuNHi, la del Colectivo LIJ y la de los tantos
amigos y compañeros que se acercan, anónimamente, a poner el hombro, cada vez
que se los llama.
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