Mauricio Epsztejn—
Congreso del P.J. y la calle
El 24 de febrero de 2016, hace pocos días, se realizó el
Congreso del Partido Justicialista (PJ). Sesionó apenas durante dos horas con
la presencia de casi todos los delegados. Es difícil imaginar que en ese tiempo
se hayan podido tratar en profundidad los temas y divergencias que se pusieron
sobre el tapete a partir de la derrota electoral nacional: el rol que les toca
jugar como opositores, las alianzas y relaciones futuras con quienes hasta hoy comparten
el Frente para la Victoria (FpV) y la propia situación institucional del
partido.
El único momento en que abiertamente se puso al descubierto
la crisis por la que atraviesa el P.J. fue cuando Patricio Mussi propuso darle
mandato a los legisladores del P.J. para que voten en contra de la exigencia del
juez neoyorquino Griesa para que nuestro Parlamento derogue las leyes Cerrojo y
Pago Soberano, una moción que fue ovacionada, pero que la mesa directiva no sometió
a la consideración del congreso. Lo único que se votó fue lo atinente a la
normalización institucional, como preveían los analistas que siguen la interna
del principal partido opositor: fecha de elecciones internas, cierre de listas
y junta electoral. A partir de ese acuerdo, la postura que parece predominar entre
la mayoría de los dirigentes es la de armar una lista de unidad que mantenga al
peronismo formalmente unido en la diversidad, un objetivo que, en vista de opiniones
y posiciones tan divergentes como las que existen sobre aspectos trascendentes
para el futuro nacional, parece una tarea complicada de concretar y luego mantener,
con lo que se abre un extenso campo para encuestadores, opinadores y especuladores
de todo tipo, incluidas reflexiones sensatas, sobre las implicancias futuras del
resultado que alumbre el 8 de mayo próximo.
De todos modos, el cierre de esta fase de la interna, sea
con lista única que contemple la relación de fuerzas internas o por la competencia
entre varias, con resultado incierto, dejará sin resolver el conflicto realmente
existente entre puntos de vista e intereses contrapuestos, algunos
inconciliables, los que no garantiza la general y disciplinada aceptación de los
resultados. ¿Quién le puede obligar a De la Sota a someterse a lo que no le
gusta; lo mismo que a los hermanos Rodríguez Saa, Moyano (“el PJ ya no es ni
una cáscara vacía”, afirmó en 2013), Pignanelli o al que sea, si no lo han
hecho hasta ahora? Del mismo modo puede funcionar al revés. Una cosa era cuando
Perón vivía y otra, más de cuarenta años después, con “interpretadores” de su
doctrina a granel (hasta Macri dijo que seguía sus preceptos fundamentales), y
un partido sin tradición de funcionamiento orgánico regular, balcanizado y sin
un liderazgo claro y aceptado por el conjunto. Incluso están quienes afirman
—apoyados en innegables evidencias—, que lo importante siempre fue el “movimiento”,
ninguneando al partido “sólo como una herramienta electoral”, a contrapelo del
mensaje que durante sus últimos años de vida dejó su líder de que “sólo la
organización vence al tiempo”.
Si el futuro del Partido Justicialista en algún momento se
terminará formalizando con actas y memorándums, se puede prever que la salida
de su crisis ya se comenzó a redactar en la calle, en el espacio público, como el
pueblo lo hizo aquel 17 de octubre de 1945. Aunque no se pueden forzar
semejanzas, porque la Argentina y el mundo son distintos, hoy también se
empiezan a movilizar multitudes para enfrentar los reales y duros hechos del
macrismo gobernante que muestran el verdadero rostro de “revolución de la
alegría” y las melosas promesas de campaña con que atrajeron a incautos que se empiezan
a despabilar. En ese espacio, que se va extendiento a lo largo y ancho del
país, la dirigencia oficial del P.J. está ausente y entretenida discutiendo
sobre la porción residual de la torta coparticipable que el macrismo ya achicó.
Entonces, los continuadores de quienes en aquel ‘45 metieron “las patas en la
fuente” deberán pedirle cuentas de por qué, en lugar de estar junto a ellos en
la calle, se ve a varios abrazándo a viejos y nuevos “vendepatrias”
Desde la transversalidad al Frente para la Victoria
Por eso, a los peronistas veteranos y a las nuevas camadas que
se le han ido incorporado durante los últimos años, se les plantea el desafío
de resolver el intríngulis de cómo actuar frente a una situación en la que
perdieron las elecciones nacionales y dejaron de ser gobierno, sin que hasta el
momento haya habido, ni en el P.J., ni en el FpV, un debate serio y abierto para
sacar conclusiones sobre las causas y responsabilidades por lo ocurrido, donde
seguramente se entreveran razones coyunturales con otras de fondo y cuando en
el seno del P.J. surgen connotados dirigentes que afirman ser “peronistas, pero
no kirchneristas”, con lo que cuestionan la propia supervivencia del Frente
para la Victoria, aunque digan que aceptan el apoyo electoral de cualquiera que
se lo quiera brindar.
Es un lugar común y veraz, afirmar que el peronismo nació
con vocación frentista, porque de lo contrario no hubiera ganado las elecciones
de 1946 ni las posteriores en que pudo participar, una idea sostenida por su
propia concepción no clasista, sino de movimiento nacional, aunque reconoce a
los trabajadores como su columna vertebral.
La idea frentista atraviesa toda la historia del peronismo
que inició su larga, sinuosa y accidentada marcha en 1945, hasta que en 2003 la
casualidad metió la cuchara y —cuando la situación parecía insoluble— como en
otras circunstancias históricas encontró una salido e inesperadamente plantó
sobre la arena la figura casi desconocida de Néstor Kirchner, que con un
volantazo enderezó el extraviado rumbo menemista y permitió el enganche de
aquella veterana y fogueada tradición con la nueva situación que la realidad nacional
y mundial exigían.
De allí que ya desde un comienzo Néstor se plantea construir
un “espacio transversal” donde tuvieran cabida todas las fuerzas que marchan en
la misma dirección y en el cual el peronismo, por su propio peso, ocupa un
lugar central. Con idas y vueltas, aquella transversalidad se transformó en el
Frente para la Victoria (FpV), hoy es fuertemente cuestionado incluso por
algunos connotados personajes que formaron parte del gobierno sciolista en la
Provincia de Bs. Aires y de su entorno como candidato presidencial.
En ese espacio peronista irrumpió una nueva y joven oleada
militante particularmente conmovida por la muerte de Néstor, que se sintió convocada
por su ejemplo, por su acción y sus ideas, ávida de protagonismo y de adquirir
los saberes de quienes la precedieron, que une su energía a la de los veteranos
que no bajaron las banderas y en conjunto pujan por ocupar en el Movimiento
Peronista, en el Partido Justicialista y en el Estado, los espacios que los
vacilantes, temerosos o simplemente comprometidos con el neoliberalismo
macrista usan para obturar el rol que el peronismo debe jugar en la
construcción frentista y continuar profundizando el rumbo iniciado en 2003, con
autocrítica sobre los propios errores, corrigiéndolos sin flagelarse,
modificando lo que sea necesario y ampliando la democracia en el propio espacio
frentista y en el Estado, siempre de cara a la gente. En esa disputa, el resto
del FpV no debe actuar como simple espectador a quien no le incumbe lo que
sucede en el Partido Justicialista, porque de cómo se dirima allí la cuestión depende
la propia subsistencia del FpV como alternativa real a la vuelta completa del
neoliberalismo.
El aquí y hoy
Claro que la sociedad ya no es la de 1945, ni la de 1973 ó
1983 y ni siquiera la de 2003 y eso exige el análisis crítico de realidades
concretas, con un abordaje acorde a los mismos, con creatividad en los
instrumentos y la acción, justamente lo opuesto a la mecánica repetición de
slogans, a la vacua y acomodaticia adulonería de los dirigentes, a la conservadora
copia de procedimientos que pudieron ser aptos en otras condiciones o la cómoda
rutina burocrática.
Este columnista cree que los militantes ya fogueados que
integran este espacio, seguramente tienen en cuenta que sus propias
experiencias tienen un valor importante y pueden ayudar si las comparten
modestamente con los recién incorporados a la actividad política y social, porque
son parte del saber social acumulado, útiles en todas las épocas, para actuar
en los lugares donde se dirime la política, que no son los cenáculos cerrados
donde los mismos de siempre se dan mutua manija, sino en el territorio, en los
sindicatos, en el movimiento estudiantil y en general, en las organizaciones
donde se producen encuentros y cruces de opiniones con gente que piensa
distinto. Allí, lo primero es aprender a escuchar y tratar de entender sin
preconceptos los argumentos del otro, luego analizarlos y valorarlos bajo la
propia óptica y recién después acudir a los libros para consultar cómo encararon
el tema los autores clásicos, sin pensar que en esos textos encontrarán la
verdad revelada, sino el método usado por aquellos para abordar la realidad en que
históricamente vivieron, porque tomar al camino inverso conduce al dogmatismo,
patrono universal de los fracasos. Y esa es una actitud particularmente útil
para quienes en tiempos recientes accedieron a la política cobijados por el
poder y ahora les toca ocupar el lugar de opositores, que no tenían previsto.
Excelente artìculo; el domingo compartì plaza con muchos compañeros y hablaron Tomada, Garrè y Russo; hace mucha falta que la dirigencia se acerque a estas plazas que son de los pocos lugares que nos deja el apagòn comunicacional.-
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