Mauricio Epsztejn—
El próximo 24 de marzo se espera una gran movilización
popular hacia las principales plazas del país porque se cumplirán 40 años desde
la instauración de la dictadura más terrorista de la historia nacional, que
sembró la patria con decenas de miles de asesinados, desaparecidos,
encarcelados, torturados, exiliados y niños apropiados, un régimen a través del
cual los sectores económicos dominantes ejecutaron e impusieron un rediseño al servicio
de sus mezquinos intereses. Los sobrevivientes de aquella tragedia y los
contemporáneos que no la pasaron tan dura, pero que también sufrieron sus
consecuencias, muchas de las cuales aún perduran, tenemos la obligación
histórica de no olvidar, de seguir bregando para que se vaya a fondo en el
esclarecimiento de las causas que permitieron aquella tragedia, junto a que se juzgue
y castigue hasta el último responsable, no sólo a los ejecutores directos del
genocidio, sino a los civiles, a los empresarios, jueces y curas, instigadores,
ideólogos, organizadores y usufructuarios del terrorismo de Estado, gestado y
operado ya antes del 24 de marzo de 1976 y que no terminó el 10 de diciembre de
1983, porque los principales capitostes y grupos económicos involucrados aún no
han sido juzgados, siguen impunes y haciendo negocios con lo rapiñado durante
aquellos años al amparo de un sector del Poder Judicial cómplice y con fuerte
respaldo económico y mediático, que aún le permite a algunos circular como
Pancho por su casa por los pasillos y salones del poder político. Un ejemplo elocuente
es el tiempo transcurrido a través de los vericuetos tribunalicios por las causas
contra Pedro Blaquier, dueño del ingenio Ledesma o contra los directivos de
Ford y Mercedes Benz y lo mismo ocurre en el caso de Clarín y La Nación… y la
lista sigue.
Por eso es preocupante el reciente desmantelamiento llevado
a cabo por el gobierno de Macri de los equipos que desde la Comisión Nacional
de Valores y el Banco Central investigaban los ilícitos económicos ocurridos durante
la dictadura, cuyo trabajo permitió revelar el involucramiento directo de
funcionarios de esas dependencias que actuaron junto a los torturadores, para desapoderar
de sus propiedades a numerosos empresarios. El caso más conocido, sin ser de
lejos el único, es el de Papel Prensa, propiedad de la familia Graiver, a
través de los cuales Clarín y La Nación obtuvieron el monopolio en la
producción del papel para diarios, un modus operandi que se repitió con alrededor
de 600 más.
La misma cantinela
Lo llamativo es que 40 años después se vuelven a escuchar
desde un gobierno, esta vez elegido por el voto ciudadano, conceptos y hasta
palabras similares a los que en aquella época usaban Martínez de Hoz y sus
secuaces: “contra el intervencionismo estatal agobiante, para liberar las
fuerzas productivas” ó “achicar el Estado para agrandar la Nación”.
Sin embargo, desde 1983, con avances y retrocesos parciales,
la democracia argentina ha dado pasos gigantescos y ese es un mérito atribuible
sobre todo a los organismos de derechos humanos que con perseverancia y tesón
ayudaron a avanzar la conciencia social sobre lo imprescindible que es defender
y ampliar los derechos humanos y la democracia y al gobierno de los Kirchner
que le prestaron oídos e imprescindible apoyo. Es una tarea que no sólo nos
compete a todos, sino que es el único camino seguro, menos doloroso, más eficaz
y económico para impulsar el progreso del pueblo.
Por eso es saludable la reacción indignada de diversos
sectores ante las palabras de un funcionario macrista, el sushi Lo Pérfido o la
resucitada Fernández Meijide, una veterana peregrina al santuario de Davos, que
redujeron el drama de los desaparecidos a un mezquino tema estadístico.
Hace 40 años, el rediseño dictatorial del país sólo fue
posible con ríos de sangre, una etapa que añoran los nostálgicos de “La Nación”
que piden la libertad de “los pobres ancianos” que purgan en la cárcel las penas
por los crímenes de lesa humanidad cometidos.
Hoy, la madurez de gran parte de la sociedad hace difícil
que los grupos económicamente dominantes puedan repetir en Argentina
exactamente aquella experiencia macabra y sólo lograrán aplicar los planes de reimplantar
el dominio absoluto del capital financiero si desarticulan o, en última
instancia, aplastan cualquier conato de resistencia. Por ahora pudieron pegar
algunos zarpazos gracias al blindaje mediático y financiero y la complicidad o
ceguera de cierta dirigencia política y sindical. Por ahora pudieron. Pero, por
si ese mecanismo no les alcanza para frenar la protesta callejera, la ministra
Bullrich ya presentó su protocolo represivo donde anuncia que tiene en el arcón
otro blindaje de reemplazo: el de los palos y balas. Y si el movimiento
democrático no los frena, quienes quieren retroceder en el túnel del tiempo
podrían apelar a la violencia extrema, cuya brutalidad ya aplicaron recientemente
contra obreros y expresiones de la cultura popular como a la murga infantil del
Bajo Flores o aplicando la cárcel, que ya sufren Milagro Sala y otros
dirigentes sociales. Es decir, palos, balas y cárcel.
No es casualidad que sea la ministra Patricia Bullrich la
encargada de aplicar esa política y comandar la violencia contra las
previsibles protestas. Es la misma que siendo ministra de trabajo de la Alianza
—“la piba”, según la bautizó Hugo Moyano, hoy aliado de Macri—, le bajó un 13%
del sueldo a los estatales y jubilados.
Ampliar la democracia
De todos modos, en este continente todavía la democracia no
está totalmente consolidada. La acecha una alianza restauradora de enemigos
externos e internos, capitaneada por un comando unificado de trasnacionales y
capital financiero internacional. El único medio de enfrentar a esa coalición
es oponerle la guardia alerta del pueblo organizado y ampliar la democracia
participativa en todos los ámbitos del Estado, como hasta ahora nunca se hizo, tanto
en la gestación de las iniciativas que la realidad imponga, como en la gestión
y control sobre la ejecución de las ya existentes. Para eso hace falta poner en
acto, instrumentar, instituciones que la Constitución Nacional vigente ya prevé
y hasta que ahora sólo existen de modo declarativo, como horizonte de buenas
intenciones para tranquilizar cándidas conciencias generosas. Impulsarla es una
obligación del campo nacional y popular, esté en el gobierno o sea oposición.
Por eso, este 24 de marzo el mandato histórico de memoria,
verdad y justicia, sigue más vigente que nunca y cobra una relevancia especial en
función de obturar los intentos de retorno a un pasado ya sufrido. En ese
marco, el debate público sobre la ampliación de la democracia es algo que el campo
nacional, popular y democrático aún se debe y lo tiene que incorporar a su
agenda porque, en opinión de este columnista, eso explica buena parte de las
recientes derrotas electorales.
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