lunes, 29 de febrero de 2016

Actitudes antidepotivas de los protagonistas de los clásicos y la necesidad de prevenirlas en un marco de racionalidad

Osvaldo Riganti—
El año futbolístico empezó con un partido en Mar del Plata signado por ásperos enfrentamientos  entre los protagonistas del superclásico.
Ello llevó a una ampulosa aparición del presidente de la República, exhortando públicamente (en vísperas del partido revancha entre los tradicionales rivales) a los jugadores a un comportamiento correcto.
Para peor pocas horas después el clásico platense registró episodios de violencia en que incurrieron los jugadores de Estudiantes y Gimnasia. Nuevamente partieron señales de la escena oficial y ahora fue la ministra Patricia Bullrich la que efectuó reclamos al titular de AFA Luis Segura.

Resulta difícil disociar cómo se desarrollaron los episodios del deseo de quien conduce el país de aparecer ejerciendo a rajatablas la autoridad, en función de la permeabilidad a manifestaciones de este tipo de  un sector social.
Surge en este cuadro de situación el recuerdo de un desgraciado evento copero entre Estudiantes y Milan en 1969, que tuvo lugar en cancha de Boca. Al ver esfumarse sus posibilidades de acceder a la Intercontinental los jugadores “pincharratas” incurrieron durante ese evento en múltiples actitudes antideportivas, quedando algunas marcas de las mismas en las piernas de los jugadores italianos. Fue alevoso.
Ello movió al entonces presidente Onganía –presente en el cotejo– a caer en uno de sus habituales desbordes. Presa de cólera, adoptó gravísimas sanciones contra algunos futbolistas de Estudiantes, que incluyeron la inhabilitación de por vida para jugar al fútbol al arquero Poletti.
Al poco tiempo River Plate jugó un torneo internacional en Uruguay, produciéndose destempladas actitudes por parte de los jugadores del club de Núñez. Las mismas tuvieron resonancia y circularon insistentes versiones de que el dictador se disponía a imponer nuevamente drásticas penas. En esas circunstancias el presidente “millonario”, el escribano William Kent, se movió con presteza y ordenó desde el comando institucional la desafectación de los jugadores que habían caído en esos desbordes, disponiendo que regresaran a Buenos Aires.
Pero era un momento en que el malhumor ciudadano avanzaba por la crisis socioeconómica casi sin precedentes a que el onganiato había llevado al país. Esas actitudes del hombre que se creía tocado por la providencia para conducir a la Argentina habían dejado de ser de fácil impacto. En poco tiempo, se precipitaron en el país acontecimientos que echaron por tierra con él.
Una inyección de racionalidad invadió al fútbol. Aquellos jugadores de Estudiantes llevaban ya varios meses de inhabilitación, se pensó que el correctivo ya era suficiente y se los autorizó a volver a jugar al fútbol.
Como en aquellos años de Kent en River, su hoy colega en Estudiantes, Verón, mostró una actitud sensata, no exenta de energía. Dispuso severas multas y trabajos sociales para los jugadores de su club.
Además,la AFA tiene sus organismos pertinentes para accionar en situaciones como las descriptas: su Tribunal de Disciplina y el Colegio de Arbitros.
Por otra parte está en plena vigencia la ley 23.184, más conocida como Ley del Deporte, que tiene prescripciones en la materia que no son para nada leves. Con la instrumentación de sus mecanismos se puede encuadrar debidamente a actores y asistentes al espectáculo.

Se trata entonces del imperio de la normativa vigente, sin caer en la tentación de raptos emocionales y/o actitudes demagógicas que pueden ser mostrados como tintes ejemplarizadores de una gestión gubernamental, pero resultan de dudosa efectividad.

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