martes, 30 de junio de 2015

A 60 años del bombardeo a Plaza de Mayo

Osvaldo Riganti—
El 16 de junio de 1955 en Buenos Aires
El 16 de junio se cumplieron 60 años del bombardeo a Plaza de Mayo que perseguía la intención de derrocar al gobierno peronista y asesinar a Perón.
Este conducía un gobierno que mantenía índices de bienestar y popularidad, más allá del deterioro que lo acompañó tras la muerte de Eva Perón. Fallaba el contacto con el pueblo a nivel de una estructura política, signada por dirigentes cuestionados. El confuso episodio de la muerte del hermano de esta (secretario privado de la presidencia) era uno de los temas.
Sin embargo la política seguida mantenía buenos niveles de ocupación y consumo. El peronismo había cambiado el paisaje social del país, con medidas que nos incluían entre las naciones de legislación social más avanzada.
Existía una situación conflictiva con la Iglesia, que había derivado en la renuncia del entonces joven ministro de Comercio Antonio Cafiero, ligado a la misma.
Se habían montado determinadas “leyendas negras”. Como la del aislamiento internacional. Sin embargo, el país firmaba acuerdos comerciales con países europeos como Italia, Francia y Holanda. En Alemania Ludwig Erhard y Konrad Adenauer recibían al canciller Remorino y al ministro de Asuntos Económicos, Gómez Morales, a quienes opinaban que “la Argentina tiene razón de estar orgullosa por el peso de su voz en el mundo”. Llegaba a la Argentina el secretario adjunto para Asuntos Latinoamericanos de EEUU Henry Holland, en compañía de inversores estadounidenses, que se expresaban favorablemente sobre “las posibilidades y la firmeza de la plaza argentina”. Otra “leyenda” era la de atribuir el estado satisfactorio imperante a la bonanza del país simbolizada en “las barras de oro flotando en los pasillos del Banco Central”. Sin embargo, cuatro décadas antes, en su mensaje a las Cámaras, el presidente Victorino de la Plaza se jactaba de la “mayor acumulación de oro y moneda circulante” que se hubiera conocido. Pero junto a esto abundaban entonces las ollas populares y las crónicas de la época daban cuenta de comercios asaltados por desocupados.
Los grupos económicos concentrados aguijoneaban el tema del ausentismo. La CGT por boca de Vuletich, su secretario general, decía que el mismo era “un mal que estamos dispuestos a combatir; pero eso sí, queremos que cuando se comparen estadísticas actuales con las correspondientes a los años de explotación oligárquica se sepa diferenciar el ausentismo culpable al socialmente justo”.
Se manipulaba la referencia a las visitas de Perón a la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), a la que se mostraba como un nido de corrupción.
La situación de tirantez con la Iglesia desembocó en la procesión de Corpus Christi de junio de 1955, a cuyo término hubo expresiones hostiles hacia el gobierno y se quemó una bandera.
El 14 de junio la central obrera realizó un acto de desagravio a la enseña patria y a la memoria de Evita, en cuya figura se centraban difamaciones.
El 16 de junio de 1955 la Iglesia excomulgó a Perón y ese mismo día se dispuso el enjuiciamiento del ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, doctor Tomás Casares, acusado de haber participado en los sucesos de Corpus. Y además  se produjo el bombardeo a Plaza de Mayo por parte de la Marina. Aviones de la base naval de Punta indio atacaron. Llevaban pintada la leyenda “Cristo vence” y una cruz cristiana superpuesta a una “V”.
La Sociedad Rural, la Acción Católica y la mayoría de los partidos de la oposición estaban involucrados en la conjura. También Mariano Grondona, que hacía su estreno en estas lides. O sea los mismos que Raúl Alfonsín definiera poco antes de enfermar y de la sedición terrateniente de 2008 como “los conocidos de siempre”.
Cuenta el historiador Felipe Pigna que en una excursión de la Flota de Mar un año y medio atrás el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi había manifestado que le resultaba grato “imaginar  la Casa Rosada como Pearl Harbour”. Esto incentivó la imaginación de un puñado de oficiales.
Un día antes del estallido, Perón anunció a sus ministros: “Me quedo a vivir en la Casa de Gobierno, voy a atender los asuntos de Estado pistola al cinto”. Estaba informado de los riesgos que existían. Matar a Perón era la consigna de los sectores reaccionarios.
Estaba proyectado un acto en la terraza de la Casa de Gobierno, consistente en un desfile aéreo como desagravio a la bandera. La neblina y el conocimiento del complot llevaron a Perón a postergarlo.
Héctor Cámpora supo del copamiento de la Escuela de Mecánica de la Armada y el aeropuerto de Ezeiza y fue a la Casa de Gobierno para alistarse junto a Perón, que se retiraba al Ministerio de Guerra, donde se había montado el comando de represión, informado sobre el desencadenamiento de los hechos. Perón le pidió que convocara a los dirigentes a la Rosada. No llegaron muchos. Sí, John W. Cooke que apareció con una pistola 45.
Obreros marcharon desde la CGT al grito de “¡La vida por Perón!” Unos pocos llevaban revólveres calibre 22, la mayoría agitaba puños y palos. No tenían las armas que había comprado Evita en su viaje a Europa, previendo un intento de derrocamiento, porque Perón las había enviado a los arsenales de Gendarmería. Algunos murieron en el combate, socorriendo y alentando a las fuerzas leales.
El levantamiento fue sofocado por fuerzas leales comandadas por los generales Valle y Wirth, el coronel Cogorno (herido por una bala) y el teniente coronel Calzón. Los asesinos del ministerio de Marina sacaron una bandera blanca pero al ver a los obreros con palos temieron ser linchados y tiraron contra ellos. Luego volvieron a rendirse.
Los aviones antes de huir hacia Montevideo, una vez fracasada la intentona, descargaron sus armas sobre la población indefensa. El almirante Gargiulo, uno de los participantes en el episodio, se pegó un tiro. El almirante Olivieri, hasta entonces ministro de Marina era uno de los conspiradores. Indeciso, dos días antes fingió un síndrome anginoso y se hizo internar. Tras despedirse de su ayudante, el teniente de navío Eduardo Emilio Massera, que así iniciaba su carrera de actividades contra el orden constitucional.
El jefe de los amotinados era el almirante Toranzo Calderón. Participaban también políticos como el socialista Américo Ghioldi, el conservador Vicchi, el dirigente municipal Pérez Leirós y el radical unionista Zavala Ortiz, que sería canciller en tiempos de Illia y al cual durante el gobierno de la Ciudad de Aníbal Ibarra se homenajeó imponiéndole su nombre a una plaza.
El saldo de muertos identificados llegó a 308, más una cantidad no identificada que, según el diario La Nación de esos días, eleva el total a más de 350. A ellos se les debe sumar varios centenares de heridos y mutilados.
Perón se negó a firmar la sentencia a muerte que aconsejaba el jefe del tribunal militar constituido tras los hechos, general Armando Verdaguer, a quien dijo que no quería “pasar a la historia con las manos ensangrentadas”. Además aconsejó a sus partidarios detener la quema de iglesias y las represalias contra los cómplices de los golpistas “para no ser nosotros asesinos como ellos”. “El pueblo marcará con caracteres indelebles en la historia criminal argentina el nombre de los causantes, para que en cien generaciones no se olviden” dijo en un tramo de su discurso.
Ese día iba a entrevistarse buscando un acercamiento con los radicales con el dirigente de esta tendencia Crisólogo Larralde.
La quema de las iglesias fue aprovechada por la oposición para zarandear a Perón. Salvador Ferla en su libro “Historia argentina con drama y humor” conjeturó que quienes la agitaron no sopesaron debidamente que ese día ocurrió algo más grave “la quema de hombres”.

El “Che” Guevara, enfrentado por esos años con Perón, escribía desde México: “Para quienes no hay escapatoria posible después de asesinar gente a mansalva se van a Montevideo a decir que cumplieron con su fe en Dios; es impresionante que la gente llore porque le quemaron su iglesia dominguera, pero le parece la cosa más natural del mundo que revienten a la cantidad de ‘negros’ que reventaron”. Enfatizó que “cada negro tenía su familia que mantener” y que “los tipos que dejan en la calle a la familia del “negro” son los que se van al Uruguay a darse golpes de pecho por su hazaña de machos”. Responsabilizó a “nuestros queridos amigos” de Estados Unidos.

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