miércoles, 30 de noviembre de 2016

Año electoral en puerta con gente movilizada en la calle

Mauricio Epsztejn—
18 de noviembre en el Congreso
A días de cumplirse un año del ascenso de Mauricio Macri a la presidencia de la República y a mucho menos tiempo de la próxima consulta electoral que podría resultar un termómetro para medir el arraigo de su gobierno, el libreto de la “pesada herencia” muestra señales de agotamiento que exigen del oficialismo creatividad para renovar los argumentos si quiere conservar el margen de maniobra que hasta ahora le otorgó el desconcierto de una oposición política que recién empieza a reaccionar del baño de realidad, aunque algunos aún lo descreen, después de esa derrota que sorprendió hasta a los ganadores.

Mientras tanto, calles y plazas con historia fueron dejando de ser sólo lugares de tránsito, descanso o esparcimiento para adquirir el atributo de foros ciudadanos donde convergen autoconvocados y movimientos sociales decididos a participar activamente en la reconfiguración de un mapa político en el cual hasta no hace mucho ni siquiera eran considerados como actores de reparto. Eso se evidenció tempranamente en las llamadas plazas del pueblo, donde concurrían casi espontáneamente militantes y adherentes derrotados en las urnas, para hacer catarsis y comprobar que seguían siendo muchos, pero sobre todo en busca de encontrarle una explicación a lo sucedido. El invierno y el lógico desgaste fueron raleando el número. Sin embargo, la política y los hechos del nuevo gobierno fueron llevando a que el espacio público fuera ocupado por otros contingentes ya más organizados que empezaron a ofrecer resistencia al avance oficial contra sus derechos y elevar reclamos concretos: contra los despidos en el sector público y privado; en defensa de la educación pública y contra la rebaja del presupuesto universitario, así como el destinado a la investigación y la ciencia; la lucha por frenar los tarifazos en los servicios públicos; exigir medidas en defensa de la vida de las mujeres y por el derecho a decidir sobre sus cuerpos, junto a otros reclamos que van más allá del propio género; contra el hambre creciente entre los sectores más postergados; por la defensa de las fuentes de trabajo; por el reconocimiento de los trabajadores de la economía informal como trabajadores con derecho a la salud y a la seguridad social en un mundo que los excluye… y así podemos seguir enumerando nuevos colectivos que se iban mezclando entre sí y que, junto al movimiento obrero organizado protagonizaron movilizaciones masivas como la Marcha Federal impulsada por ambas CTA y gremios de la CGT, la concentración el 29 de abril contra los despidos, convocada por las centrales sindicales existentes, la marcha a Plaza de Mayo el día de San Cayetano y varias más a lo largo y ancho el país, entre las que cabe destacar la del reciente 18 de noviembre convocada por los movimientos sociales con apoyo de la CGT. Todo eso en menos de un año, configura un panorama de creciente movilización social, con centenares de miles de participantes en la calle expresándose contra las políticas de ajuste propugnadas por el macrismo y sus socios. A eso se suma la solidaridad internacional y local contra la represión al movimiento popular, cuyo ejemplo es la prisión de Milagro Sala y otros militantes de la Túpac Amaru, por quienes hasta la ONU y la OEA exigen su inmediata libertad.

La dirigencia vacante y los riesgos de perder el tren

Este proceso se fue desarrollando en ausencia de una construcción política opuesta al  macrismo capaz de capitalizarlo y articular con este movimiento la transformación en una real alternativa de poder. De allí la necesidad y urgencia por construirla para frenar el creciente deterioro del país que, como siempre, terminan pagando en primer lugar los más humildes. Claro que tal alternativa deberá tomar en cuenta la experiencia pasada, los errores cometidos todavía sin analizar, para no recaer en ellos. Esto es más válido que nunca porque este movimiento tan fuerte, que dinámicamente ha reconfigurado la realidad nacional puede esterilizarse si no se consolida como proyecto de poder político independiente y crea la estructura que lo sustente, porque la crisis que atraviesa a las formaciones político-partidarias actuales las incapacita para jugar ese rol. Y no se trata de buscar o invocar nombres que milagrosamente se mezclen en el barro cotidiano y nos salven, sino exigirles a los que ya hoy están jugados, que se reúnan, que sinteticen una propuesta común con los reclamos que la mayoría del pueblo ha puesto en la calle y lo transformen en programa y construcción política,
Un retiro esiritual
en un frente que debe ir mucho más allá que una circunstancial alianza electoral cuyo objetivo se agote ganándole al macrismo, porque esos engendros el país ya los conoció, los experimentó y los sufrió con el contenido y formato de la primera Alianza, la encabezada por De la Rua, y así nos fue, con Cavallo manejando la economía, Patricia Bullrich bajándole el 13% del sueldo a estatales y jubilados y De la Rua huyendo en helicóptero de la Casa Rosada, después de asesinar a decenas de manifestantes el 19 y 20 de diciembre de 2001. A esta segunda Alianza no tiene sentido oponerle un engendro parecido.

El futuro del Frente para la Victoria

Por eso pasó a ser antigua la consigna de “vamos a volver”, sin aclarar para qué, con qué y cómo. Es decir, dejó de ser válida si sólo significa corregir la táctica electoral de 2015 y no remover las causas de la derrota, las mismas que hoy sostienen la política de Cambiemos. Es decir, es necesario pensar en profundizar los cambios para hacerlos irreversibles. Eso también implica revisar la política de alianzas sociales, cuyos límites los debe dictar el proyecto económico-social y no la especulación menuda, a lo que se agrega tener en cuenta la trayectoria de los interesados para no comprar cualquier verdura. Al mismo tiempo tal frente debería funcionar democráticamente, sin el verticalismo que estimula a los obsecuentes y trepadores, pero bloquea la participación colectiva, el debate franco y la crítica constructiva. Y, como no se puede eludir hablar de los liderazgos, estos no deberían plantearse como condición previa, sino que debería permitirse que surjan a través del trabajo en común y la decisión de un escrutinio amplio.
En este sentido cabe preguntarse: ¿el Frente para la Victoria, alguna vez fue un frente extendido a lo largo del país que opinaba y discutía sobre las políticas públicas y la acción de gobierno en cada ámbito donde tenía militantes, o fue una herramienta administrativa dedicada a aplaudir y aplicar acríticamente las directivas del gobierno?
Quien esto escribe cree que la idea de una construcción frentista también debe rediscutirse porque la misma no puede circunscribirse a prestar apoyo a un gobierno y a participar del mismo en un reparto de parcelas según su peso relativo y los votos que aporta. Además, el frente debe mantener una relativa independencia y capacidad de crítica hasta de su propio gobierno, sin que eso signifique desestabilizarlo.
Un frente puede ganar o perder elecciones, crecer o reducirse, pero este no es el caso porque la derrota de hace un año lo hizo estallar en mil pedazos al punto de que ya nadie sabe dónde está parado, una situación que no se resuelve repartiendo cucardas o cartelitos para diferenciar a los leales de los traidores.

Por si faltaba algo, parió la abuela y ganó Trump

Con ese resultado en EEUU, parecería que la mayoría de los pronosticadores deberían cambiar de orientación y dedicarse a confeccionar horóscopos.
Escapa a la capacidad de quien escribe esta columna y al espacio disponible analizar a fondo lo sucedido allá en el norte. Sólo vale puntualizar que no fue un fenómeno aislado, sino que se inscribe en el marco de una crisis profunda por la que está pasando esta etapa del capitalismo financieramente globalizado, que incluye la abrupta caída en el nivel de vida de vastos sectores de la población de los países centrales y la incertidumbre sobre su futuro. Sin alternativas de izquierda visibles a nivel mundial, el campo se le hace orégano a las más reaccionarias de la derecha, en las que Donald Trump está incluido.
La duda que uno tiene es, ¿si triunfaba Hillary Clinton, a los pueblos nos iría mejor? Vale recordar que ella fue la abanderada e impulsora de todas las últimas guerras en que sigue embarcado EEUU.

Entonces, con el panorama local, pintado más arriba a trazos de brocha gorda, este cronista atisba que hay mucha gente del campo nacional, popular y democrático que tiene dudas a despejar y ganas de participar, por lo quienes aspiran a ocupar un lugar entre la dirigencia de alguna de las corrientes que pueblan este espacio, tienen un enorme desafío por delante.

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