jueves, 30 de junio de 2016

A seis décadas del levantamiento y fusilamiento de Valle

Osvaldo Riganti—
General Juan José Valle
Hace seis décadas el general Juan José Valle se sublevó —junto a otros militares, sindicalistas, escritores y obreros —, para derribar la tiranía que había derrocado a Perón. Su propósito no era como otros gobiernos militares quedarse en el poder indefinidamente, sino llamar a elecciones en 180 días y restablecer las medidas de protección de la soberanía nacional que había derogado el régimen de Aramburu y Rojas, entre otras la Constitución de 1949.
Como responsables de este Movimiento de Recuperación Nacional, integrado por las Fuerzas Armadas y por la inmensa mayoría del pueblo —del que provienen y al que sirven— declaramos solemnemente que no nos guía otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada en el poder” decía un párrafo de la proclama.
Las tropas de Valle tomaron algunos cuarteles. Él quería evitar violencias y desmanes, deseaba llevar a la gente a Plaza de Mayo para que, triunfante la revolución, se permitiera la vuelta de Perón al país.
Pero el movimiento fue detectado a tiempo por la dictadura y desbaratado.

Aramburu, que al asumir había derogado la ley Nº 14117 de Perón que imponía la pena de muerte por actividades sediciosas (pena que, por otra parte, nunca fue aplicada), violó su propia resolución y dispuso el asesinato de algunos sublevados en los basurales de José León Suárez.
Aunque Valle se había fugado, luego se entregó con la condición de que parasen los fusilamientos y se le respetase la vida, compromiso que la tiranía incumplió y lo fusiló en la ahora demolida Penitenciaría de avenida Las Heras, mientras en la provincia de Buenos Aires los continuaron ejecutando.
Aramburu rehuyó sus responsabilidades yéndose a Rosario y Rojas firmó el “cúmplase” de la Ley Marcial.
Antes de morir, Valle dejó algunas cartas. Una a Aramburu diciendo que “vivirán bajo el terror constante de ser asesinados, porque ningún derecho ni natural ni divino justificará jamás tantas ejecuciones”. “La palabra ´monstruos´ brota incontenida de cada argentino a cada paso que da”. “No borrarán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan a la prensa del país alineada al servicio de ustedes”, decía en otros párrafos.
Hubiéramos procedido con rigor contra quien atentara contra de Rojas, de Bengoa, de quien fuera”, le expresaba a Aramburu. Esa hubiera sido su tesitura en caso de triunfar la revolución. Ya había aconsejado al salir las tropas: No lo toquen al ´Vasquito´”. El ´Vasquito” era Aramburu. Eran compadres.
También dejó misivas a su mujer (“Viejita, perdóname  este fin de nuestra vida”, “un beso a tu mamá que tan buena fue conmigo”) y a su hija (“No muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor”). Precisamente su hija estuvo junto a él cuando lo mataron. Unos jefes militares le dieron un dinero, conforme tradiciones de estas circunstancias. Ella lo arrojó con desdén al suelo. “No lo tires porque si no estos se lo van a robar. Llevalo a casa, que vos y mamá lo van a precisar” le aconsejó. Paradójicamente el mártir inmolado en el altar del aramburismo tuvo tiempo para la chanza. “Padre, usted me estuvo preparando para este momento, no me afloje ahora” bromeó ante su cura confesor, el padre Devoto, que lloraba desconsoladamente.
La hija de Valle sería torturada por Luciano Benjamín Menéndez durante su embarazo en la época del llamado “Proceso”. Durante los días previos a las elecciones de 1963, que sucedieron a otro golpe de Estado, empapeló la ciudad recordando los antecedentes de Aramburu, que se presentaba con perspectivas de ganarla (invocaba lineamientos de De Gaulle y a que los argentinos bebiéramos “en el vaso de la concordia nacional”)
En los cartelones decía “Como una muestra sarcástica y trágica de la bancarrota moral del país y la desvergüenza generalizada, se presenta usted postulando su candidatura a la presidencia de la Nación y reclamando el voto de los argentinos. Lo hace con su conciencia entenebrecida y con sus manos todavía empapadas en la sangre de los Mártires de Junio, de mi padre, el general de división Juan José Valle, de muchos otros camaradas suyos, de los asesinatos por la espalda en los basurales de José León Suárez: lo hace cuando aún no se han secado las lágrimas de las viudas, de las madres, de los hijos, de los hermanos de esos patriotas que Ud. Fusiló y asesinó porque querían con pasión argentina, alma limpia y mirada visionaria evitarle a nuestra patria —por aberración también la suya—, el grado de humillación, de caos y de vergüenza en que ha sido sumida por Ud. y por los que vinieron detrás suyo en complicidad preestablecida. Sobre su conciencia de Caín pesa esa sangre de patriotas y esa humillación a la República, lo mismo que pesa el hambre y el desamparo de millones de argentinos. Una ley de amnistía tramposa lo salvó a Ud. De purgar esos delitos porque estableció arbitrariamente que ni siquiera podría acusarse, ni abrirse proceso, ni formularse denuncias. Pero si Ud. escapó de ese modo a los Tribunales de Justicia, ha sido condenado, en cambio, inapelablemente, en la conciencia insobornable y en el corazón de millones de argentinos”, comenzaba diciendo. Agregaba que “la legalidad que usted promete es la que de un plumazo derribó la Constitución, creó los tribunales de guerra y la comisiones especiales, implantó y aplicó fríamente la pena de muerte prohibida por la Constitución y fusiló sin juicio previo ni sumario”: Le recordaba al final que “no puede volver”. Y detallaba: “Porque no se han secado todavía ni la sangre de sus víctimas ni las lágrimas de sus familiares. Porque en cada cementerio hay una tumba de un argentino abierta por sus manos. Y aunque una vez más le haya sido vedada al pueblo la libertad de expresarse, elegirá cualquier camino menos el suyo. Porque ya sabe que el suyo es un camino tenebroso de sangre, de humillación y de dolor. Porque ya sabe que sólo la antipatria y el odio podrán poner en las urnas su boleta”: Esta carta tuvo un fuerte impacto emocional y algunos abandonaron su propósito inicial de votarlo. Ello, unido a la nueva proscripción del peronismo, permitió a Illia ganar con pocos votos.
Aramburu sería secuestrado por los Montoneros en 1970.
En un comunicado decían que habían resuelto “pasar por las armas al teniente general Pedro Eugenio Aramburu” y dar “cristiana sepultura a sus restos”. Pocos días después lo concretaron. El nuevo comunicado pedía que “Dios se apiade de su alma”. El episodio aceleraría la caída del deteriorado Onganía, a quien Aramburu planeaba derrocar. Quería asumir y llamar a elecciones sin proscripciones.
“En la tumba de Valle debería decir: aquí yace el Ejército Argentino” escribió el historiador Salvador Ferla en su libro “Sobre mártires y verdugos”. Así aludía a que nunca más hubo una reacción en el seno de la institución contra los regímenes militares que se sucedieron.

Hoy bajo el imperio de sectores de la sociedad que buscan evitar que las clases medias actúen conjuntamente con los trabajadores en contra de los grupos económicos, el recuerdo de aquellos dramáticos momentos vividos hace 60 años imponen no pocas reflexiones. Parecería lógico que el fatalismo histórico de que “los pobres no pueden vivir de otra manera” no debería formar parte del intelecto argentino, del proyecto que busca subordinar al país a los centros de poder mundial. Es un desafío que aún no hemos superado. El alzamiento fallido de Valle fue, a su modo, un intento más en tal dirección y quienes lo asesinaron, con ese acto buscaron dar un escarmiento dirigido al futuro y no sólo a los patriotas que en aquel momento se encolumnaron con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por participar, compartir y opinar