miércoles, 30 de septiembre de 2015

Derecha: Frustraciones e incógnitas

Osvaldo Riganti—
Se identifica a la derecha con tendencias propensas al mantenimiento del “status quo”, con las posturas neoliberales de achicar el estado, desregular la economía, defender el libre comercio y estimular la avanzada de las multinacionales.
Identificada con posturas reaccionarias, aparece opuesta al cambio social que beneficie a los desposeídos y buscando ahogar los reclamos en ese sentido.
“La derecha argentina surgió a la escena política del siglo XX como una expresión claramente reaccionaria frente a hechos internacionales como la democracia liberal en Europa y la Revolución Rusa y nacionales como la sanción de la Ley Sáenz Peña, la llegada al poder del radicalismo y la organización del movimiento obrero argentino” escribió Felipe Pigna el 23.12.2007 en “Clarín” en una nota titulada: “Las ideas de la derecha argentina”.

Las diferencias sociales no forman parte de sus preocupaciones esenciales. El escamoteo a la voluntad popular signó los tiempos de apogeo del conservadorismo, cuando se modeló una Argentina deudora y dependiente.
Las maquinaciones en los colegios electorales, la intimidación y el fraude, fueron una constante en la Argentina del siglo XIX y del Centenario. Finalmente Yrigoyen pudo imponer sus banderas de pureza en el sufragio, que pasó a ser secreto y obligatorio. Así ganó las elecciones de 1916 y las posteriores, mientras el viejo conservadorismo sucumbió una y otra vez en las compulsas populares por lo que terminó instrumentando a las Fuerzas Armadas para voltear gobiernos que alentaban una concepción nacional y popular. Pero los hechos del ‘30 ahondaron aún más la crisis de las fuerzas conservadoras, porque las elecciones amañadas que en 1931 convocó el dictador Uriburu en la provincia de Buenos Aires llevado por la ilusión de que, con su líder preso y sus principales dirigentes detenidos y perseguidos, el yrigoyenismo sería un bocado fácil de deglutir, arrojaron el triunfo de la entonces vapuleada UCR. Vinieron los tiempos de la proscripción y abstención de este partido.
El general Justo, montándose sobre el rápido desprestigio de su camarada de armas y compañero de correrías conspirativas, logró gestar un acuerdo entre el deteriorado conservadorismo y los antipersonalistas que abjuraron del ideario de Yrigoyen.
Fue la época signada por el “fraude”, más precisamente el “fraude patriótico”, como lo llamaba la dirigencia de la época, que se ufanaba por presentar un método que era el único capaz de frenar el desorden que atribuían al accionar de las fuerzas populares.
Así Justo, Ortiz y Castillo gobernaron al país durante la llamada Década Infame de 1932/1943, mediante la marginación de las mayorías y el imperio de la Concordancia, una alianza política de conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes, hasta que la revolución de 1943 expulsó de la escena nacional a los personeros de la “década infame”. Luego vendría la revolución popular del 17 de octubre de 1945 y el triunfo de Perón sobre las tendencias del viejo orden conservador.
Pero la intriga que comenzó ni bien el peronismo ganó en febrero de 1946 logró sus designios con el golpe de 1955. Otra vez la oligarquía conservadora se entronizaba en el poder. Sin embargo, las experiencias les resultaron frustrantes tanto durante los años de proscripción al peronismo, como después: así le sucedió a UDELPA, del dictador Aramburu y a la Nueva Fuerza, del capitán ingeniero Álvaro Alsogaray. Luego, en los ‘80, tras años de dictadura y con la democratización del país, apareció la UCEDE como expresión de la derecha, comandada otra vez por el mismo capitán ingeniero de tantos inviernos, que durante un tiempo escaló en la cosecha de voluntades pero no pudo con Carlos Menem, quién la derrotó en las urnas, la fagocitó como partido político y, después de abjurar de las banderas del peronismo, la integró, junto a la familia Alzogaray, a la nueva alianza, mientras los dedos ágiles de Domingo Cavallo llevaban adelante las políticas que los grupos de poder pedían.
El justicialismo brindó sus bases populares a la sorprendente experiencia neoliberal. La Alianza, que vino después, no respondió a las expectativas de configurar una amalgama de democracia económica y restablecimiento de formas republicanas. El callejón sin salida a que acostumbra llevarnos el monstruo de mil cabezas que es el liberalismo terminó en la explosión de 2001, la caída de toda una dirigencia y el reclamo de “que se vayan todos”.
Producto de esa debacle, por derecha nació el PRO, al que se pretendió mostrar como una fuerza nueva surgida de la crisis del sistema de partidos, en medio de cacerolazos y piquetes. Se lo exhibió como una experiencia que garantizaría eficiencia, seguridad y transparencia. Hasta ahora tuvo más vida que los experimentos similares del siglo anterior.
Copó la ciudad de Buenos Aires, reuniendo a la derecha tradicional, con algunos peronistas y parte de los radicales dispersos, más grupos provenientes de ciertas ONG, todos bajo el liderazgo de Mauricio Macri, presentado como un dirigente de fútbol y empresario exitoso.
El PRO expresa una derecha que intenta aparecer como “moderna”, entendida como festiva por unos y frívola por otros.
El accionar de Macri puso muy en duda sus reiteradas invocaciones a “la transparencia”. Experiencias como la prórroga del contrato de Manliba derivaron —como expresa el libro “MUNDO PRO” de Gabriel Vommaro, Sergio Morressi y Alejandro Bellotti —en manejos turbios o directamente coimas. “No pudieron evitar la indignación pública contra Macri, Grosso y el Concejo Deliberante, al que se pasó a conocer —dada la acumulación de casos —como el “Palacio de la Corrupción”, dice el libro. Ya había quedado atrás el escándalo de las cloacas de Morón, un convenio que el intendente Rousselot y Macri “llevaron adelante sin que se realizara la licitación correspondiente”, señala el libro. Pero Macri hizo pie en Boca y se proyectó a la escena nacional. El hecho de Cromañón abrió las compuertas a las maquinaciones de la derecha y a la destitución de Ibarra. Macri se asentó allí y su fuerza ganó sucesivas votaciones en la Ciudad de Buenos Aires.
“Para un país como la Argentina, que a lo largo de décadas experimentó golpes de Estado, proscripciones, gobiernos ilegítimos, el surgimiento de una derecha comprometida con la democracia es una noticia positiva que no puede dejar de ser celebrada”, opina el citado libro en sus tramos finales.
Si a la esquemática enumeración anterior se le agrega la caja de Pandora que destapó el caso Niembro, cuyo contenido se amplía a diario, la susodicha “transparencia” queda muy maltrecha.

Ciertamente esta nueva derecha ha aparecido y se presenta como dispuesta a aceptar el juego democrático. Sin embargo situaciones como el apaleamiento de marginales en las plazas a cargo de la UCEP, a los internados en el psiquiátrico Borda, el uso permanente de la violencia contra diversos reclamos sociales y las recientes posturas denunciando un supuesto “fraude”, que sólo ellos y los grupos económicos concentrados ven, hacen dudar de su vocación democrática. Además, como participa activamente de cuanta operación desestabilizadora contra el gobierno democrático promueven los factores de poder y se alinea con las tendencias golpistas latinoamericanas, se arma un combo que alimenta serias dudas sobre la real vocación del macrismo por ajustarse a las reglas del juego democrático, tal como sucede con sus similares de derecha en el resto del continente.

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