Mauricio Epsztejn—
Si el lector es curioso y sigue esta
nota hasta el final, se va a enterar, por lo menos en parte, de lo que hay detrás
de la fachada todavía inexpresiva del edificio ubicado en Culpina 750 de la
Ciudad de Buenos Aires. Es una historia hecha de sueños, sostenidos por el tesón
de un grupo de gente que no se rindió ante la adversidad, que peleó por un
derecho y encontró eco en un Estado dispuesto a tenderle la mano a quienes se
juegan por la dignidad del trabajo y sólo piden una oportunidad para mostrar
que la merecen.
Textil Culpina no es una empresa
más de las que en 2001 tuvieron dificultades, que se achicaron, que quebraron o
fueron abandonadas por sus empresarios, para ser recuperadas y puestas en
funcionamiento por sus trabajadores.
No. Sencillamente en 2001 Textil
Culpina no existía. Lo que hoy hay detrás de ese frente y del edificio de dos
plantas donde funciona esta empresa autogestionada por sus trabajadores, fue
logrado por un grupo de desocupados que en aquel año sólo disponía como único
capital, de sus manos y su voluntad de trabajo.
De eso y de cómo llegaron al
presente, charló unoytres.com.ar con
Cristina Susana Vera, la Presidenta de la Cooperativa y el Secretario de la
Comisión Directiva, Walter Affonso, “El Chino”.
—Éramos un grupo de desocupados que andábamos por la zona de
Constitución en busca de un lugar dónde armar un proyecto —nos cuenta Cristina.
En realidad, de los cuarenta iniciales, sólo cuatro mujeres se podían
considerar desocupadas, en el sentido estricto de haber perdido sus empleos. El
resto eran jóvenes que nunca antes habían tenido la oportunidad de tenerlo. Con
ese capital a cuestas marcharon al Centro de Gestión y Participación Nº8 en busca
de capacitación y de un espacio para reunirse y planificar sus vidas. Como en
ese entonces al frente del Gobierno de la Ciudad estaba Aníbal Ibarra, se les facilitó
un lugar y allí confeccionaron un listado de gente con un perfil capaz de hacer
trabajos para la ciudad, durante cuatro horas diarias, dos veces por semana,
cosa de repartir los puestos que se iban creando lo más equitativamente
posible. Así los que adquirían capacitación para panadería, cocinaban pan para
los hospitales de la zona y al fin terminaron ayudando a montar la panadería que
después fue atendida por los internos del Hospital de Salud Mental "J. T. Borda", donde produjeron los
productos que consumían; los que aprendieron el trabajo de la
construcción, empezaron a arreglar veredas o instalaciones hospitalarias, escolares
o de edificios públicos, y así de seguido.
Entre los que se iban formando y
llevaban a cabo esas tareas, también se contaban los que recibían los Planes
Jefas y Jefes de Hogar y debían dar una contraprestación, que cartoneaban para completar
un ingreso familiar.
Durante esa etapa, el grupo supo
de la existencia de la casa donde ahora funciona la Textil, que estaba
intrusada y muy deteriorada, y gestionaron ante el Gobierno de la Ciudad la cesión
en comodato para empezar a repararla y sentar allí las bases de un proyecto laboral.
Cuando lo lograron, el Gobierno les ofreció la oportunidad de elegir el destino
que le iban a dar al inmueble. Ante ellos se abrían varias opciones típicas de
esos años: abrir un comedor popular, montar un “roperito”, un merendero u otra
actividad asistencial. Sin embargo, a contramano de lo que en general sucedía,
por mayoría decidieron encarar un proyecto productivo. En ese momento eran unas
cuarenta personas, de las que varias se fueron reubicando en otros destinos,
pero el resto, en medio del marasmo de la incertidumbre, aceptó el desafío de lanzar
un emprendimiento autogestivo. En los que optaron por ese camino estaba
Cristina, que se puso a la cabeza, y junto a otras tres mujeres que como ella tenían
conocimientos del oficio textil, pudieron contener laboralmente a sus
compañeros.
Claro que Cristina, además de dominar
el oficio, tenía una militancia política previa que le aportaba cierta
experiencia organizativa, la que puso al servicio del colectivo para ordenar un
poco el normal caos inicial en cualquier iniciativa de este tipo.
—Yo nací el 17 de octubre de 1953 —nos pone al tanto —, soy de la misma generación que la
Presidenta, y desde el secundario milito en el peronismo. Incluso tengo amigos
desaparecidos.
Resumiendo, en 2003 el grupo ya
tenía una capacitación técnica como para empezar, un lugar donde instalarse,
ganas de trabajar. Pero sólo eso. Ni un centavo para empezar a producir.
En esa situación, primero se organizaron
como asociación civil a través de la cual consiguieron tres modestas máquinas
de coser prestadas. Luego empezaron a gestionar el reconocimiento del Estado,
que lograron y festejaron el 9 de julio de 2004. Estos pasos les abrieron un
camino, donde se confirmó el rol insustituible del Estado democrático para
integrar a un país, que no puede ser delegado en el mercado donde rige la ley
de la selva, la del más fuerte. Entonces el Estado, a través del Gobierno
Nacional y del Programa Manos a la Obra, les facilitó catorce mil pesos, que invirtieron
en la compra de las primeras cuatro máquinas de coser, sin reservar ni un
centavo para materia prima. Ese error los obligó a aplicar el ingenio y salir a
buscarla, algo que resolvieron recolectando las bolsas de recortes de tela
descartados por otras empresas, con los que fueron armando patchwork, esas
mantas hechas con recortes que suelen usarse como adorno o abrigo. Con lo
recaudado por la venta de los mismos consiguieron el dinero para comprar el
primer rollo de tela, que usaron para confeccionar las primeras remeras.
Durante un mes, dinero que entraba, dinero que se reservaba para comprar
materia prima y comían de la ayuda que recibían de comedores comunitarios, mientras
el dinero del Plan Jefas y Jefes lo destinaban a cubrir el resto de los gastos familiares.
Así pudieron comprar tres rollos de tela, con los que empezaron a fabricar
remeras.
El primer pedido se los hizo la
Dirección Nacional de Juventud (DINAJ), al que debieron responder rápido y con
el pago de ese trabajo compraron más tela para estar en condiciones de afrontar
otros encargos.
Desde que se conformaron como
cooperativa de trabajo, vienen funcionando democráticamente, lo que implica debatir
las principales cuestiones, argumentar y convencer no sólo sobre la orientación
general del emprendimiento, sino sobre todo sobre el destino y manejo de los
fondos. Si uno no toma en cuenta la experiencia de vida previa con que cada
integrante llegó a la cooperativa, de las necesidades insatisfechas que debieron
afrontar durante la mayor parte de sus existencias individuales, no podrá
entender el debate que al principio se daba al momento en que la Cooperativa
recibía el pago por cada trabajo realizado. Unos querían distribuir toda la
ganancia y otros sostenían la necesidad de separar una parte para comprar y
acumular materia la prima que les permitiera responder competitivamente, en
calidad, cantidad y precio, ante cualquier demanda.
Dado que nacieron con ayuda del
Estado, era lógico que tuvieran en cuenta no solamente el interés de sus
asociados, sino el aporte que también podían hacer a la sociedad. Así fue como en
2007 firmaron un convenio por diez años con la Secretaría Nacional de la Niñez,
Adolescencia y Familia (SeNNAAF) y un acuerdo semejante con la Ciudad de Buenos
Aires, por los que se comprometían a recibir jóvenes de 16 a 21 años en
situación de vulnerabilidad o que habían tenido problemas con la ley y habían recobrado
la libertad, para capacitarlos en el oficio y darles herramientas con las que
integrarse a la sociedad. Muchos de ellos siguen vinculados de una u otra forma
con la Cooperativa y varios cumplen funciones sociales importantes. Uno es el
actual encargado del Centro Metropolitano de Diseño; otro está terminando la
carrera de medicina en Cuba; un tercero cursa el ingreso a Arquitectura de la
Universidad de Buenos Aires; un cuarto es músico; un quinto es el responsable
de todas las Cooperativas de limpieza de la Ciudad; una lista que sigue y se
engrosa permanentemente.
Desde 2007 ningún integrante de
la Cooperativa cobra plan social alguno.
Walter nos explica que a esta
altura la Cooperativa se maneja como cualquier PYME y lo que ganan no sólo lo reinvierten
en la empresa, sino que hacen el mantenimiento del edificio que tienen en comodato
y lo reacondicionan, como hicieron con el cambio completo del techo que se voló
durante una tormenta y ahora es de hormigón.
La Cooperativa está inscripta
como proveedora del Estado y como tal se presenta a las licitaciones en las
mismas condiciones de cualquier otra empresa, pero goza de la prioridad, como
cualquier otra cooperativa, si logra emparejar la mejor oferta privada.
Durante agosto enviaron una
delegación al Chaco para ver la posibilidad de abrir un punto de venta de sus
productos en esa zona.
En cuanto al tipo de producción, se
han diversificado y aventurado al mercado de indumentaria deportiva más
compleja, como es la de esquiadores y golfistas.
—Ahora tenemos los mismos problemas que cualquiera —se franquea Walter
—. Por ejemplo, si hay alguna dificultad
de cobranza porque en algún lugar se cortó la cadena de pagos y tenemos cheques
librados, nos encontramos en problemas y hay que resolverlos comercialmente.
En la actualidad ya no salen a
correr para comprar un rollo de tela cuando les surge un pedido. Hoy tienen
veinticuatro máquinas propias y acumulan un stock de 7.000 remeras. Han pasado
a otro escalón, a otra etapa y enfrentan debates internos muy diferentes a los
de subsistencia de 2003, cuando apenas contaban las monedas. En el crecimiento
que tuvieron incluso recibieron la ayuda de los propios proveedores y clientes,
con quienes intercambian conocimientos y experiencias.
La remuneración que reciben los treinta
y tres integrantes de la Cooperativa le garantiza a cada socio un salario
digno, pero diferenciado desde que las finanzas lo permitieron.
Textil Culpina forma parte de la Unión
Productiva de Empresas Autogestionadas (UPEA).
—Nosotros nacimos como autogestionados —nos instruye el “Chino” Walter
Affonso —y eso nos diferencia de las
empresas recuperadas, porque partimos de cero, sin patrones, sin estructura, sin
experiencia, sin máquinas y tuvimos que aprender todos de todo. Acá el
crecimiento es colectivo, no individual y eso es lo más importante.
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