Nota
realizada en noviembre de 2012 para la Facultad de Periodismo Eter
Ignacio Pescetti
Fabiana Solano
Victoria Fregenal
Juan Martín Pinella
Mercedes Alemán
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Nazareno Anconetani |
Nazareno
Anconetani es el único heredero de la primera fábrica de Sudamérica que
construye acordeones artesanales. Hoy es la única en Argentina. Fue fundada
por su padre en 1918. A sus 90 años y con más de 80 de profesión, Nazareno repasa
la historia de una marca que eligen grandes músicos como Antonio Tarragó Ros,
Raúl Barboza y “el Chango” Spasiuk.
Con rigurosa
puntualidad se levanta a la diez de la mañana la persiana metálica de color rojo
opaco que resiste el paso del tiempo. Detrás está el salón de ventas donde los
acordeones se lucen en antiguas estanterías envidriadas y una computadora
desentona con un lugar que tiene el estilo de un bodegón. Esa es la entrada a
la antigua casona, que parece ser un túnel del tiempo, donde nació el menor de
los cinco hermanos Anconetani, Don Nazareno. En el centro de la casa hay un
gran patio desde donde se asoman los escalones que llevan al primer piso. Allí
está el taller, un agujero lleno de historia y arte en plena Chacarita, en el
que el lutier mañana y tarde se dedica a lo que hace desde los cuatro años: construir
acordeones con sus manos.
Con una memoria
tan fiel como la compañía de “el mariscal”, un gato que duerme sobre la silla
al costado de la mesa de trabajo, Nazareno cuenta en un español con pronunciado
acento italiano que su padre, Don Giovanni, nació en Loreto, provincia de
Ancona, de allí el origen de su apellido. Aprendió el oficio en la fábrica de Paolo
Soprani -el veccio Soprani- le dice él, un famoso fabricante con quien su padre
compartía una gran amistad. Esta, junto con la marca alemana Hohner, eran los
mejores fabricantes mundiales de acordeones. Giovanni viajaba a Buenos Aires para
vender la marca italiana. En 1918 se instaló definitivamente en Argentina y
empezó a construirlos con materias primas que traía desde Italia, a la vez que
los importaba terminados y los vendía en casas de música. Pero cuando se desató
la Segunda Guerra Mundial tuvo que arreglárselas de otra manera. “No hay mal
que por bien no venga. La guerra impidió que mi padre continuara importando
acordeones y las maderas para construirlos. Entonces decidió hacer sus propios
instrumentos. Empezó solo hasta que un
día le pidió a mi mamá, mientras le cebaba mates, que le alcanzara la cola para
pegar un fuelle y así fue como ella se
convirtió en su mejor ayudante, mientras mi abuela nos atendía a los cinco”,
relata el lutier.
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Afinando los instrumentos |
Con la misma
habilidad con que construía los instrumentos que llevan su apellido, Don
Giovanni les mostró a sus hijos la importancia de mantener el culto de fábrica
familiar. Así, cuando el hermano mayor le planteó que quería ejercer como
constructor, ya que había recibido el título, Nazareno cuenta: “Mi papá lo sentó
y le pidió que buscara en la guía, ya que éramos unos de los pocos que teníamos
teléfono en el barrio, cuántos constructores encontraba. Mi hermano le dijo que
había tres páginas. Ahora fijate cuántos fabricantes de acordeones encontrás.
Al ver que figurábamos sólo nosotros, decidió que lo iba a pensar un tiempo. Al
final nunca ejerció”, remata sonriente. Algo parecido sucedió cuando tres alemanes
de la marca Hohner se presentaron en la casa de Guevara 478 con la propuesta de
comprar un terreno y que los Anconetani pasaran a fabricar los acordeones
alemanes, lo que implicaba que desapareciera su marca. Don Giovanni estuvo un
tiempo reunido con ellos y luego que se marcharon les preguntó a los hermanos
mayores qué les parecía la propuesta. “Esto es tocar el cielo con las manos,
saltamos al primer plano”, dijo el mayor. “Mi padre con tono ofuscado nos trató
de estúpidos, ya que nos había enseñado el oficio y se quejaba que al primer
comprador que apareciera nos vendíamos”, recuerda.
Nazareno nunca viajó Italia, pero domina el
italiano perfectamente, ya que en su casa no usaban el español. “El primer día
que fui al colegio, llamó el director a mi casa para reprochar que yo le
hablaba en italiano”, dice. “Mi padre le contestó que justamente me mandaban a la
escuela para que aprenda el español”,
cuenta y larga una carcajada. Con gran humildad se sincera y reconoce que
le hubiese gustado conocer Ancona, el pago de su padre, pero asegura que Buenos
Aires es su lugar, ya que vivió siempre aquí y las palabras de su madre vuelven
a tomar cuerpo en los labios de Nazareno: “Mi madre decía que era más argentina
que italiana”.
Los acordeones Anconetani son hechos según los pedidos de los clientes. Nazareno
se jacta de construirle los instrumentos a la mayoría de los músicos
litoraleños, a los chamameceros, como Raúl Barboza, el Chango Spasiuk y Antonio
Tarragó Ros. “Al padre de Antoñito le vendimos cinco Anconetani”, dice
orgulloso. El único heredero de la firma
cuenta que un día fue al taller una persona que había perdido un brazo y quería
que le fabricaran un acordeón que se adaptara a su discapacidad. “Mi padre se
las ingenió para construir un instrumento de modo tal que abriera y cerrara el
fuelle con unos soportes que se sostenían de las piernas y con la mano derecha
tocaba el canto, es decir, el piano. Fue una maravilla, porque además ese tipo
tocaba arriba del tren y así se pudo seguir ganando el mango”, asegura todavía admirado por la habilidad de
su padre.
Otra de las
grandes pasiones de Nazareno es la batería. A pocos meses de cumplir 91 años
(24 de diciembre), el menor de los Anconetani se presenta religiosamente el
segundo domingo de cada mes en Carlos Calvo al 3800, donde una quermés
organizada por la Asociación de Acordeonistas es la excusa perfecta para que
Nazareno acompañe en la batería a todo aquel que sube a tocar una pieza de
tango o un chamamé y así el lutier vuelve a sentir la misma adrenalina que
corría por sus venas durante los 38 años que, junto a su orquesta, animaron los
bailes tocando Típica y Jazz. Para invitarnos al evento, vuelve a recurrir a
las estrofas de un tango, esta vez es “Sur”, de Homero Manzi y Aníbal Troilo:
“Queda cerca de San Juan y Boedo, como decía el tango”.
Si bien Nazareno
no tiene hijos, algo de lo que no se arrepiente, confía en que Dieguito, un
lutier hijo de una sobrina que ayuda en el taller, junto con las sobrinas que
trabajan en la fábrica van a continuar con el legado. “Los acordeones
Anconetani son un hecho familiar y así van a seguir siendo siempre”, responde
apresurado mientras insiste en que bajemos a tomar los cafés que pidió, antes que
se enfríen.
no savia la historia de ustedes hoy escuche con nacho a una señora que conto la historia de ustedes como famila y me puse a buscar por internet me gusto mucho lo relatado por la señora con nacho melucci del programa region atlantica,mi apellido es candria y mi nombre carlos hugo desendientes de genoveces y calabreces pueda ser que algun dia pueda conocer los pueblos de mis abuelos....
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