Mauricio Epsztejn—
Cuando cerramos la edición de
julio la teníamos cómoda porque no aventurábamos pronóstico. Ahora no podemos
escurrir el bulto y debemos cumplir lo prometido de hablar sobre el resultado.
En consecuencia habrá que opinar y sobre esta elección, que fue más que un
precalentamiento para octubre donde realmente se definirá la composición de las
Cámaras y la nueva relación de fuerzas. Es difícil resumir una opinión cuando varios
se atribuyen el triunfo y nadie reconoce la derrota, porque cada uno esgrime argumentos
no desdeñables, que siempre contienen algo de verdad.
Lo cierto es que en las recientes
PASO el kirchnerismo hizo una movida muy fuerte y arriesgada, particularmente
en la Provincia de Buenos Aires, donde promovió candidatos poco conocidos para
el amplio público, como el que habitualmente consume la información de los
medios monopólicos. Eso lo obligó a nacionalizar la campaña y jugar a su
principal figura, a la Presidenta, con todo lo que implica si gana o pierde.
A su vez, la oposición tuvo su
propia interna de círculos concéntricos. El más chico incluyó los candidatos
para cargos distritales; por afuera de ese se conformó uno más amplio para
dirimir la preeminencia dentro de las diversas alianzas, con vista a los cargos
nacionales; por último, en el mayor y todavía relativamente tácito, se disputó quién
representará mejor al espacio opositor para enfrentar al oficialismo en las
presidenciales de 2015.
Como se ve, la cosa no admite una
lectura simplificadora, cuya proyección se podrá hacer recién después de
octubre. Sin embargo, según analistas de distintas vertientes, los resultados
de agosto dan pistas de lo que podría suceder en octubre.
De todos modos, el resultado de
las primarias dejó datos duros que cada actor deberá tomar en cuenta.
En función de opinar sobre los
grandes números, quien escribe esta columna cree que en las próximas habrá un
deslizamiento de votantes hacia el llamado voto útil, que afectará a todos,
pero especialmente se hará visible en el abanico opositor, tanto el de
centro-derecha como el de la izquierda tradicional. En cuanto al kirchnerismo
podría beneficiarse con votantes peronistas que en las PASO se dispersaron
hacia candidatos que se presentaron bajo otros rótulos, pero que en octubre volverían
a unificar su voto tras el oficialismo; lo mismo puede ocurrir con quienes venían
votando al kirchnerismo desde el centro izquierda y en las PASO decidieron cambiar
para “darle una oportunidad” a otras alternativas de izquierda. De allí que los
votos de la oposición se van a originar en las expectativas que genere su propio
accionar y los errores que cometa el gobierno; en cambio los del oficialismo dependerán de su propia
credibilidad.
Por el lado de la oposición,
todavía es prematuro afirmar que Sergio Massa se haya consolidado como
principal referente, en condiciones de aglutinar todo el espacio, aún cuando en
las legislativas pueda mejor su performance, ya que la situación argentina se inscribe
en un contexto internacional complicado, que buena parte de los votantes no
analiza tan fino y que los grandes medios ocultan o distorsionan para cargar
las tintas contra el kirchnerismo. Y a éste último se le planteará el tema de
la sucesión y cómo llegar mejor plantado al 2015.
En ese marco se mueve el fenómeno
Massa. Deberá tener en cuenta la ventaja con que arrancó el Frente Renovador en
las encuestas y cómo se redujo frente a un candidato poco conocido a menos de
dos meses de armarlo —aunque los principales medios, particularmente el grupo
Clarín, venían fogoneando su figura desde mucho antes. Según el criterio en
general aceptado y que este cronista comparte, el aporte que recibió el Frente
Renovar provino sobre todo de ciudadanos que en las elecciones de 2011 votaron por
Cristina Fernández de Kirchner y en esta oportunidad cambiaron hacia Massa
básicamente por tres razones: la primera, como expresión de malestar respecto a
las políticas supuestamente herradas del gobierno, sufragios que coincidieron
con buena parte de los que en 2009 y 2011 apostaron por Francisco de Narváez; la
segunda se le puede adjudicar a la imagen exitosa que los medios construyeron del
intendente de Tigre, algo así como la de un buen gestor capaz de contener a
todos a través del “diálogo” y de la “no confrontación”, atribuida al
kirchnerismo; por último, a que Martín Insaurralde era prácticamente
desconocido para vastos sectores del electorado bonaerense, que incluso veían en
Massa una variante edulcorada, “light”,
del oficialismo, por lo que el candidato del Frente para la Victoria debió
remontar una cuesta demasiado empinada para el escaso tiempo de campaña.
Gráficos que se las traen
Al servicio de esta nota vamos a mostrar
dos gráficos, que analizan el cuándo y el por qué del voto, tomados de un
estudio más amplio que realizó el Centro de Estudio de Opinión Pública (Cedop)
de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires el 11 de
agosto de 2013 (el mismo día de las elecciones), con metodología de boca de
urna, publicado en Página/12 y otros medios. Para el mismo fueron consultadas 1203
personas, de las quince (15) comunas de la Ciudad de Buenos Aires y de
veintitrés (23) distritos del Conurbano bonaerense.
El primer gráfico señala que casi
el 30% de los ciudadanos decidió su voto
durante la semana previa a las elecciones, incluido un 19 % que lo hizo el
mismo día de la elección, casi en el cuarto oscuro.
En el segundo se ve que el 51,2%,
es decir más de la mitad de los encuestados, no participa en política porque
“no interesa” o “es inútil”.
En buena medida tales datos dan
una pauta sobre la atonía que atravesó gran parte de esta campaña, activada
recién al borde del comicio y cruzada por la tragedia de los 21 muertos en
Rosario.
Apenas conocidos los números de
las PASO se empezaron a escuchar opiniones equivocadas, a ojos de este cronista,
que los listan como una tabla de posiciones futbolera y extrapolan sin
fundamento los datos de la Provincia de Buenos Aires hacia el resto del país.
De todos modos, las cifras dicen
bastante. Si antes de las PASO los comentaristas cercanos al oficialismo decían
que el Frente para la Victoria haría una buena elección si obtenía un 35% de
los votos a nivel nacional, al terminar arañando el 26,5%, los dejó preocupados
porque de repetirse en octubre, se le crearía un escenario complicado, aún
quedando como primera minoría.
De todos modos, así como más de
una vez hubo un coro que auguró el fin del kirchnerismo y éste redobló la
apuesta con muy buenos resultados, nadie puede aventurar que estas cifras sean
las definitivas.
En cuanto a la Provincia de
Buenos Aires vale agregar unas líneas. Allí se concentra cerca del 40 % del
padrón nacional y Massa arrancó con una ventaja de unos 20 puntos sobre
Insaurralde, pero terminó aventajándolo por menos de 6, un dato que le aconseja
ser prudente y no ponerse la piel del oso antes de cazarlo.
A partir del 11 de agosto, por
los escenarios mediáticos volvió a circular una dirigencia que se proclama
abrumadora mayoría, como si todos los jugadores pertenecieran al mismo equipo,
sin contradicciones ni rivalidades entre si, muchas inconciliables. El griterío
festeja por anticipado un supuesto “fin de ciclo”, cuyo significado no pasa de enunciar
generalidades al que se niegan darle carnadura. Repite una película vista, a
pesar de los empeños del monopolio Clarín por mostrar como un estreno a esa Armada
Brancaleone marchando detrás de la figura joven que en 2011 no tenían e intentarán
preservar del desgaste cotidiano hasta el 2015.
La estrategia del kirchnerismo
parece cantada: procurará marcar la agenda y obligar al resto del espectro
político a hablar sin vaguedades y tomar postura ante un mundo y una realidad
nacional que no da tregua. Porque se pueden abrir los brazos al estilo
predicador para teatralizar un abrazo a todos, pero si se propugna lo mismo que
Duhalde y Macri de darle lugar a quienes quieren a Videla y a quienes no o de
mirar sólo para adelante y olvidarse de memoria, verdad y justicia respecto al
terrorismo de Estado cívico-militar, uno se alinea; si se discursea contra la
inflación y se lleva como candidato a De Mendiguren, el gran devaluador del
interinato duhaldista, que transfirió miles de millones de dólares desde los
sectores medios, asalariados y pobres hacia las arcas de los multimillonarios, se
toma partido en la puja distributiva; si uno se asocia con Barrionuevo, Camaño
y Cia., expresa el tipo de transparencia que propugna; si se plantea reabrir el
Sistema Previsional para que por allí entren los bancos, se habla de reinstalar
a los depredadores del sistema jubilatorio; si uno de sus candidatos es Martín
Redrado, el que quiere volver a endeudarse con los usureros internacionales
para repetir el desastre que nos dejó en 2001, cualquier otro discurso pasa a
ser puro cuento.
Diálogo, política, economía y fútbol
Por otro lado, el oficialismo
tiene una forma de tomar decisiones que a veces cuesta entender. Un caso típico
es el de las PASO, de cuya ley fue el principal impulsor y no las usó para saldar
las lógicas ambiciones de los aspirantes que existen en su espacio, confiando que
el criterio de la gente sabría seleccionar a los mejores, agregándole como bono
adicional la previa instalación de los mismos ante la opinión pública.
Ahora, con los números a la
vista, ¿le alcanzará el tiempo para obligar a quienes, apoyados por los grandes
medios ya se sienten ganadores, a discutir de cara a la sociedad sus propuestas
y programas, cuando hasta ahora obtuvieron réditos eludiendo pronunciarse más
allá de formulaciones vagas y consignas?
Entonces, está bien que la
Presidenta incentive el debate político con las organizaciones sectoriales
representativas, que las escuche y trate de llegar a acuerdos, sabiendo que
será difícil frente a gente como Héctor Méndez, Presidente de la Unión
Industrial Argentina, cuya torpe sinceridad lo hace coincidir con la demagogia
de eliminar el impuesto a las ganancias “siempre y cuando yo no tenga que poner
plata”.
¿Si no la aportan los que han
ganado fortunas, de dónde va a salir?
—De la corrupción —contestan
muchos de los grandes evasores y socios en esos chanchullos, sin aportar datos.
Es necesario recordar que el golpe de estado de 1930 contra Yrigoyen se llamó
“Revolución moralizadora”, y con ella se abrió la famosa “Década infame”.
Por eso, hay formas que el
oficialismo debería revisar para no caer en el terreno al que lo empujan
personajes tipo Jorge Lanata. Si a sus mentiras y groserías se le responde con
un comunicado lleno de adjetivaciones, el único que se beneficia es él.
Además, si a los políticos
opositores se les exige debatir ideas, no se los puede ningunear y tratarlos
como “el banco de suplentes”, porque así se ataca a organizaciones que no
siempre actuaron según el mandato de los poderes fácticos de unificarse bajo su
comando, un mandato que aún le reprochan porque existe un margen para la
autonomía en algunas de esas fuerzas, una autonomía que al sistema político no
le conviene despreciar.
Por eso, si la Presidente piensa
que en el equipo adversario sólo se ficharon los suplentes y en el del gobierno
los titulares, debería asesorarse con algún futbolero de los que tienen a mano
para que le explique lo poco meritorio que es ganarle a un rejuntado de
suplentes y lo trágico que puede resultar para un equipo de titulares perder
ante los mismos.
Seguro que el oficialismo tiene
gente experta que puede opinar sobre el tipo de discurso, que debería
contemplar los matices, para que su reflexión sirva no sólo para consolidar el
núcleo más convencido de sus partidarios, sino que interpele a la amplia franja
de quienes en su momento votaron por ese proyecto y hoy no se abroquelan detrás
de ninguna barricada.
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