Mauricio Epsztejn—
17 de octubre de 1945 |
A esta altura y dados los tropiezos y derrotas sufridos por
el campo nacional, popular y democrático en la región, hablar de un “proyecto”, posiblemente exprese más una aspiración
colectiva que una construcción real que superó exitosamente la prueba de la
práctica en esta etapa histórica concreta. A criterio de quien esto escribe, el
concepto de “proyecto” supone una amalgama, una conjunción, de ideas y de
actores capaces de impulsarlas, concretarlas y defenderlas, que para las
necesidades de los tiempos que corren todavía está en una activa etapa de
elaboración a partir de la experiencia acumulada y del análisis de los aciertos
y errores cometidos.
A este proceso, quienes se sienten integrantes naturales
del espacio, lejos de esperar pasivamente que se materialice por una bondadosa
gracia divina, un programa informático o un original ingenio tecnológico, aportan
un caos de ideas, debates y movilización que, deseablemente más temprano que
tarde, alumbre una construcción superadora.
En medio de ese magma, esta nota intenta aportar
una pizca referida al papel del movimiento obrero.
Hablar del movimiento obrero actual significa
referirse a un sujeto complejo, muy distinto al de los albores del capitalismo
o, mucho más recientemente, durante el apogeo del estado de bienestar. Por lo
menos en Argentina está integrado por un universo que abarca trabajadores
activos y pasivos, registrados e informales, asalariados o formando parte del atomizado
mercado de autónomos –allí confinados por decisión propia o por las
contingencias de la economía–. En ese mundo los trabajadores se agrupan en
organizaciones de distinto tipo (sindicatos, cooperativas, mutuales, centros de
jubilados) o en ninguna. A su vez, dado que viven en algún lugar, muchos participan
en sociedades de fomento o vecinales, movidos no por los intereses
profesionales, sino por la vivienda, el medio ambiente, el transporte, la
educación, la recreación, etc. Se entiende que la anterior enumeración sólo
esquematiza grandes grupos sociales, pues los sujetos individuales se suelen
confundir, intercambiar o compartir pertenencias, aunque siempre una predomine.
En Argentina, dentro del movimiento obrero, los
sindicatos son los que por su historia, por su organización, extensión, influencia y real
capacidad de protagonismo sobre los sectores más sensibles de la vida nacional,
participan de manera decisiva en la política general.
Por eso cuando se habla de construir un movimiento
nacional, que por definición es policlasista, debe considerarse al sector
obrero como uno de los componentes y aportantes centrales. A tal aseveración se
la puede objetar diciendo que varios grandes gremios tienen conducciones
burocráticas, que otras son vacilantes e inconsecuentes e incluso las hay que actúan
en connivencia con las patronales económicamente poderosas, nacionales e
internacionales, en contra de sus compañeros y del pueblo en general. En
cualquier debate abstracto es difícil no coincidir con esa observación, pero lo
que no se puede ni se debe ignorar es que la inmensa mayoría de los
trabajadores anhelan otra cosa y que si aún no han logrado darse las
conducciones que se merecen, el movimiento nacional, popular y democrático debe
tener una política para estar al lado de esa mayoría, respaldarla en lo que
solicite o necesite en pos del difícil objetivo de darse la conducción que
merece, evitando la tentación paternalista propia de algunos grupos supuestamente
iluminados que se creen en condiciones de dar cátedra porque han cursado
algunas materias en la universidad. La experiencia nacional indica que sólo los
trabajadores tienen la capacidad de oxigenar y depurar sus estructuras y que sin
el movimiento obrero organizado activamente integrado a un proyecto nacional
transformador todo aporte que puedan hacer otros actores puede tornarse inestable y cualquier avance
social del que el conjunto puede ser revertido por la
revancha conservadora que siempre acecha en épocas de confusión o reflujo.
Por definición, el movimiento nacional, popular y
democrático es frentista y policlasista, socialmente hablando, en cuyo seno conviven
distintas visiones políticas, reflejo de lo que sucede en el pueblo. Sin
embargo, al conjunto del movimiento no le puede ser indiferente lo que le
suceda al campo obrero, porque de su consolidación como su columna vertebral y dirigente
depende el destino colectivo. Como en política nadie tiene reservado un lugar por fuera de los que se ganan con claridad de pensamiento y constancia en la acción,
no habrá movimiento nacional verdadero, con capacidad de enderezar el rumbo del
país, mientras los trabajadores organizados no sean capaces de jugar ese rol
político. La experiencia nos enseña que en Argentina no hay otra fuerza en condiciones de suplantarlo como organizador del campo popular. Eso no significa que la
dirigencia sobre el espacio le corresponda sólo a quienes sean portadores puros
del ADN obrero, pero sí que sean sus representantes legítimos aunque
individualmente provengan de otro grupo social.
Vale aclarar que cuando los sindicatos actúan a
nivel de empresa o gremio, sus objetivos se limitan a la puja distributiva
sectorial, pero cuando intervienen sus organizaciones de nivel nacional sus
palabras y acciones adquieren dimensión política y como tales deben ser un
componente esencial de cualquier construcción política.
En la actual coyuntura nacional, con Cambiemos en
el gobierno, es cada día más evidente que la disyuntiva de “corporaciones o
pueblo” divide campos. Posiblemente quienes están preocupados y trabajan para
construir un movimiento social y un frente capaz de reemplazar a los
representantes directos del capital financiero que hoy están al mando del país,
deben redoblar los esfuerzos por modificar lo que sea necesario en el abordaje
del tema, tanto en concepciones como en la acción cotidiana y a todos los
niveles, para facilitar que el movimiento obrero pueda jugar el rol aglutinador
del campo popular y evitar la caída en el abismo hacia el que el país está
siendo conducido. Eso no significa que todos los objetivamente interesados tengan
claro cuál es el lugar que les corresponde en la disputa de fondo o que no haya
quienes por distintos motivos, incluidos celos, mezquindades personales o
intereses secundarios, se ubiquen en el lugar equivocado. Lo que a los sectores
populares más avanzados no le pueden caber dudas es el rol que le corresponde
al movimiento obrero, sin cuya participación activa no hay salida en favor de
las mayorías populares, especialmente cuando todas las medidas que viene
tomando el gobierno de los muy ricos, sólo beneficia al sector que ellos
integran.
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