y…¿qué une a “la gente” con el dólar?
Mauricio Epsztejn—
“Hoy se dice utopía
para no decir revolución. Se dice progresismo para no decir izquierda. Y sobre
todo se dice la gente para no decir el pueblo. Utopía, progresismo y la gente
son las versiones light de revolución, izquierda y pueblo”. En “Del ‘Pueblo’ a ‘La Gente’”(José Pablo Feinman/ Página12--18/11/2000). Versión
completa en: http://www.pagina12.com.ar/2000/00-11/00-11-18/contrata.htm
El párrafo del acápite corresponde a un instante de “Cuestiones
con Ernesto Che Guevara”, obra de teatro escrita por Feinman en 1997 y
estrenada al año siguiente. El tema trata sobre un ficcionado diálogo, pocas
horas antes de ser asesinado en 1967, entre el Che y un personaje de fin de
siglo que, por supuesto, conocía cuestiones ignoradas por aquel.
Es bueno tener en cuenta las fechas para entender los
contextos allí debatidos: 1967, dictadura en Argentina y en otros países del
continente; 1997, declinante gobierno menemista; y noviembre de 2000, barranca abajo
de De la Rúa y la Alianza. Años en que la globalización y el neoliberalismo consolidaron
su dominio mundial y conquistaron la hegemonía ideológica, mientras la
desorientación aún campeaba, y aún confunde, a ciertos sectores de la clase
media e intelectuales que incluso habían adherido a causas populares y hoy siguen
ansiosos la evolución del dólar ilegal.
Recién a partir del 2003, con el advenimiento del
kirchnerismo, aquellos añejos conceptos evocados en la obra y aggiornados a los
tiempos, van recobrando su esencia original.
Son varias las razones que disuaden a este cronista de intentar
profundizar sobre el asunto con que Feinman nos desafía. Sin embargo, dado que la
palabra “gente” se usa casi como una muletilla para identificar a cualquier
sujeto, convendría aclarar su contenido para saber de quién estamos hablando y en
qué categoría encaja.
En la sencilla vida cotidiana abundan los ejemplos durante
los cuales usted, amigo lector, tanto como yo, hemos participado como oyentes,
testigos o actores, donde la palabra “gente” se aplica tanto a un barrido como
a un fregado. En consecuencia, me ahorro este paso. Además sabe que hay barrios
donde da gusto vivir, que casualmente son los que habita “la gente” y otros desbordados de carencias, residencia de los “mugrientos de mierda a los que no les gusta
vivir como ‘la gente’”; en el medio mora la amplia franja en la que viven los
parecidos a usted, que no de casualidad está flanqueada por esas realidades, con
gente –así, a secas, sin comillas ni cursivas– a la que le gustaría vivir como
los primeros, pero está obligada a compartir espacios con los segundos. Se
trata de vecinos suyos o compañeros de trabajo, a quienes escuchará rezongar
contra los de abajo aunque en buena parte sean los de arriba los responsables de
tal situación, de la que usted se salvó no hace tanto apenas por un pelo. ¿Se
acuerda del corralito, del corralón, del megacange, del blindaje, de las ferias
del canje, de los patacones y de otros inventos por el estilo? Yo sé que usted
se acuerda, pero hay otro montón que no, que están preocupados por el dólar,
que cobran el aguinaldo y salen corriendo a comprar verdes dándole crédito al
mensaje propalado por los que nos pusieron en la puerta del infierno.
Entonces usted, que vive y comparte esa franja urbana y
social del medio, que paga impuestos crecientes a cambio de globitos amarillos,
que de vez en cuando también mira a Tinelli pero no se hipnotiza con el desfile
de culos, ni le atraen los almuerzos de la señora horrorizada de la “dictadura”
cristinista, pero no de la de Videla que a ella le encantaba; usted, que no es
un mugriento porque se baña a diario y no anda por la calle tirando al piso los
papelitos de los caramelos, se pregunta filosóficamente: ¿quién es “la gente”, yo soy o no gente?
Al pan, pan; al vino, vino y al pueblo, pueblo
Su dilema es el mismo que el de esa multitud resistente que
no se rinde ante la lógica cultural que penetró buen parte de la vida social y
logró naturalizarse como si fuera independiente de la voluntad y acción humanas.
Por compartir tales dudas, hastiado, de vez en cuando apaga el televisor y se
da tiempo para razonar junto a los vecinos y amigos que también desechan las
respuestas prefabricadas a los fenómenos complejos y llega, llegamos, a la
conclusión de que el intento de imponer la palabra “gente” en reemplazo de “pueblo”,
no es inocente. Al contrario, intenta hacernos creer que “pueblo” y “antipueblo”
son conceptos perimidos, que ser moderno es ser “la gente”, esa masa multicolor supuestamente carente de ideología y
expresiones políticas, funciones suplidas por los medios “independientes” que transmiten
el sentir de una gelatinosa “opinión pública” y por gestores estatales
impolutos, sin intereses particulares, que actuando al servicio “del bien
común”.
Sin embargo, este cronista piensa lo mismo que usted: que pueblo-ideología-política
existe y forman un bloque de ideas consistente que mira al país de un modo inclusivo,
mientras enfrente tiene a gente-opinión pública-gestores apuntando para otro
lado. El primero, explicita el lugar y el interés desde donde se planta y habla;
el segundo, en el mejor de los casos, refleja la confusión en que aún se
encuentra una parte de la sociedad que no ha superado la derrota histórica y
cultural de fines del siglo pasado; y, en el peor, intenta enmascarar otro engaño.
Lo dicho no invalida el concepto de que la “gente” existe,
sino todo lo contrario, sólo busca meter la cuchara en el debate de ideas para
acotar el sujeto del que estamos hablando. En cambio están quienes por temor a
ser tildados de antiguos, por debilidad argumental o simple seguidismo, se
escudan tras el vergonzante “la gente”
en lugar del comprometido “yo opino”, donde el “yo” no implica soberbia sino
atrevimiento a pensar con la propia cabeza, incluso a contrapelo de la moda.
Porque “la gente”, así, a secas, existe desde que hay humanidad y cabe
aventurar que perdurará hasta su extinción. Sin embargo, cuando se trata de
atribuirle valores, conviene agregar de quién se habla, porque no es lo mismo “la
gente” que “tal o cual gente” porque con “la gente” es imposible debatir,
disentir o acordar porque cuando en un intercambio de opiniones alguien dice
“la gente opina”, se cierra el debate y automáticamente quien opina distinto
pasa al campo de “no gente”.
Llegados a este punto, a dos meses de elecciones cruciales y
eludiendo el riesgo de transformar estas líneas en un simple juego lingüístico,
es necesario tener claro que las usinas generadoras de miedo dirigido hacia “la gente” trabajan a todo vapor para,
entre otras cosas, producir el efecto manada hacia el dólar o deslegitimar el
proceso electoral con inconsistente vocinglería sobre “fraude” o el conjunto de
mentiras propaladas este año a partir del episodio Nisman.
—Sálvese quien pueda —gritan para que “la gente” escuche —, hay que conseguir dólares como sea, porque después
de las elecciones se va a la estratósfera —. Es la versión económica y local del
Flautista de Hamelin, el camino más directo hacia el suicidio colectivo.
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