domingo, 30 de agosto de 2015

Despedida a un grande

Mario Méndez—
No fui amigo de Daniel Rabinovich, como no lo soy de ninguno de los integrantes de Les Luthiers. Claro, me hubiera encantado. Soy, sí, un devoto admirador, un seguidor, un fan. Por eso, la triste noticia de la muerte de Rabinovich la sentí como se siente la noticia de la muerte de un ser querido de manera muy especial, esos que nunca conoceremos más que desde lejos, pero que tenemos en el alma. Lo mismo me pasó con Cortázar, en el ‘84, cuando mi vieja me llamó por teléfono a la casa de una amiga para decirme “se murió ese escritor que te gusta”, o con Fellini, cuando de pronto me di cuenta que ya no esperaría nuevas genialidades, o con Spinetta, hace tan poco.
Hace tres años, en 2012, escribí para el blog Libro de arena esta cronología que no quiero tocar, esta suerte de línea de tiempo personal, entre Les Luthiers y yo. La vuelvo a compartir, ahora en unoytres, con un agregado, el del 21 de agosto, que no hubiera querido poner jamás.

Les Luthiers: una personalísima línea de tiempo


Daniel Rabinovich
1975: yo tengo diez años recién cumplidos cuando en  el verano, hace ya casi cuarenta años, mi viejo me llevó al Neptuno (¿o era el Rex?) a ver a Les Luthiers, en mi Mar del Plata natal. No me lo olvidé nunca: ese es uno de mis mejores recuerdos de la niñez.

1982: cuarto año del secundario, ya tengo dieciséis, ya pasó la locura militar en Malvinas y ya pasó, con más pena que gloria, el mundial de España. A mí me gusta una chica del curso, Adriana Villalón. Ella (que no lo sabía ni lo supo nunca), me prestó dos discos: uno de Gilberto Gil, otro de Les Luthiers, muy viejo. ¡Como no me animé a decirle nada!: si antes me gustaba, después de que me pasó el long-play de Les Luthiers me enamoré como loco.
1991: ya soy maestro. Un buen día, para hablar de puntuación, de lectura en voz alta, y para divertirme un poco, les llevo a mis alumnos la inolvidable escena de la presentación de Lazy Daisy a cargo de Daniel Rabinovich: “prestirigiriosa”, “¿ha batido un huevo?” (por “soportó, abatido, un nuevo fracaso”), “chocó con la bici” (por “chocó con las vicisitudes”), “la duquesa le acostó un viejo” (por “le costeó un viaje”), y otros equívocos geniales, me sirven para hablar de puntuación, de acentuación. Todo, en realidad, me sirve para hablar de Les Luthiers y para hacer de esa mañana de clase un rato inolvidable.

1991-2011: pasan muchas cosas entre Les Luthiers y yo. Los grabo en viejos video- cassettes que ya no se ven (mucho después los bajo de la compu); los voy a ver tres veces, cada vez más cerca del escenario: Bromato de Armonio, Todo Porque Rías, Lutherapia;  disfruto el homenaje a sus 25 años montado en el Centro Cultural Recoleta; se los presento a mis hijas, que son chicas, pero que se ríen conmigo.

Abril de 2012: Cecilia, la maestra de Lengua y Sociales de mi hija más grande, Martina, les manda, en el Edmodo, la presentación de Lazy Daisy, porque están trabajando el monólogo. Y en la materia Teatro, Martina, con sus compañeras Camila y Ariana, deciden preparar “El merengue (Esther Píscore)”.

Mayo de 2012: tengo que hacer la inversión cultural, educativa y familiar, y la hago: saco cuatro entradas en platea para ver con mi señora y las nenas, “Chist!”, su último espectáculo. Pienso que Violeta, aunque tiene 9 años, seguramente lo va a disfrutar. Rosana y yo, aunque este espectáculo sea una antología de obras que ya conocemos, también nos reiremos, nos maravillaremos con la persistencia de la genialidad. Y Martina, que los está estudiando, imitando, admirando, tiene que verlos. Cuando les cuento que tengo las entradas, festejan a los gritos.

Sábado 19 de mayo de 2012: vemos “Chist!”, en el Gran Rex. Maravilla. “La bella y graciosa moza”, “Manuel Darío”, “La hija de Escipión”, “La redención del vampiro” y todas las demás escenas nos conmueven, nos hacen reír, nos divierten, nos encantan. Violeta está feliz, maravillada con el teatro. Martina, que antes de empezar se declara nerviosa, se pasa el show entero apretada a mi brazo. Y a la vuelta, las dos van repitiendo en el auto todo lo que les ha gustado.

Les Luthiers, desde el ‘75 a hoy, 37 años de permanencia. De pertenencia. De propiedad: Les Luthiers es de todos, como el mate, como el tango, como el fútbol, como los recuerdos de la niñez, o las emociones de la paternidad.
Hay que ir a verlos, claro. Y hay que decirles gracias, muchas gracias.


21 de agosto de 2015: Leo en el diario que murió Daniel Rabinovich. Se me escapa una puteada, me enoja, me duele. Cuando se me pasa la bronca, pero no el dolor, subo al Facebook, a esa pared virtual se puede encontrar espacio para la expresión inmediata, el monólogo genial en que Rabinovich lee mal. Y me vuelvo a reír. El legado está intacto. 

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