Mario Méndez—
No fui amigo de Daniel Rabinovich, como no lo
soy de ninguno de los integrantes de Les Luthiers. Claro, me hubiera encantado.
Soy, sí, un devoto admirador, un seguidor, un fan. Por eso, la triste noticia
de la muerte de Rabinovich la sentí como se siente la noticia de la muerte de
un ser querido de manera muy especial, esos que nunca conoceremos más que desde
lejos, pero que tenemos en el alma. Lo mismo me pasó con Cortázar, en el ‘84,
cuando mi vieja me llamó por teléfono a la casa de una amiga para decirme “se
murió ese escritor que te gusta”, o con Fellini, cuando de pronto me di cuenta
que ya no esperaría nuevas genialidades, o con Spinetta, hace tan poco.
Hace tres años, en 2012, escribí para el blog
Libro de arena esta cronología que no quiero tocar, esta suerte de línea de
tiempo personal, entre Les Luthiers y yo. La vuelvo a compartir, ahora en unoytres, con un agregado, el del 21 de
agosto, que no hubiera querido poner jamás.
Les Luthiers: una personalísima línea de tiempo
Daniel Rabinovich |
1982:
cuarto año del secundario, ya tengo dieciséis, ya pasó la locura militar en
Malvinas y ya pasó, con más pena que gloria, el mundial de España. A mí me
gusta una chica del curso, Adriana Villalón. Ella (que no lo sabía ni lo supo
nunca), me prestó dos discos: uno de Gilberto Gil, otro de Les Luthiers, muy
viejo. ¡Como no me animé a decirle nada!: si antes me gustaba, después de que
me pasó el long-play de Les Luthiers me enamoré como loco.
1991:
ya soy maestro. Un buen día, para hablar de puntuación, de lectura en voz alta,
y para divertirme un poco, les llevo a mis alumnos la inolvidable escena de la
presentación de Lazy Daisy a cargo de Daniel Rabinovich: “prestirigiriosa”,
“¿ha batido un huevo?” (por “soportó, abatido, un nuevo fracaso”), “chocó con
la bici” (por “chocó con las vicisitudes”), “la duquesa le acostó un viejo”
(por “le costeó un viaje”), y otros equívocos geniales, me sirven para hablar
de puntuación, de acentuación. Todo, en realidad, me sirve para hablar de Les
Luthiers y para hacer de esa mañana de clase un rato inolvidable.
1991-2011:
pasan muchas cosas entre Les Luthiers y yo. Los grabo en viejos video-
cassettes que ya no se ven (mucho después los bajo de la compu); los voy a ver
tres veces, cada vez más cerca del escenario: Bromato de Armonio, Todo Porque
Rías, Lutherapia; disfruto el homenaje a
sus 25 años montado en el Centro Cultural Recoleta; se los presento a mis
hijas, que son chicas, pero que se ríen conmigo.
Abril
de 2012: Cecilia, la maestra de Lengua y Sociales de mi hija más grande,
Martina, les manda, en el Edmodo, la presentación de Lazy Daisy, porque están
trabajando el monólogo. Y en la materia Teatro, Martina, con sus compañeras
Camila y Ariana, deciden preparar “El merengue (Esther Píscore)”.
Mayo
de 2012: tengo que hacer la inversión cultural, educativa y familiar, y la
hago: saco cuatro entradas en platea para ver con mi señora y las nenas, “Chist!”,
su último espectáculo. Pienso que Violeta, aunque tiene 9 años, seguramente lo
va a disfrutar. Rosana y yo, aunque este espectáculo sea una antología de obras
que ya conocemos, también nos reiremos, nos maravillaremos con la persistencia
de la genialidad. Y Martina, que los está estudiando, imitando, admirando,
tiene que verlos. Cuando les cuento que tengo las entradas, festejan a los
gritos.
Sábado
19 de mayo de 2012: vemos “Chist!”, en el Gran Rex. Maravilla. “La bella y
graciosa moza”, “Manuel Darío”, “La hija de Escipión”, “La redención del
vampiro” y todas las demás escenas nos conmueven, nos hacen reír, nos
divierten, nos encantan. Violeta está feliz, maravillada con el teatro.
Martina, que antes de empezar se declara nerviosa, se pasa el show entero
apretada a mi brazo. Y a la vuelta, las dos van repitiendo en el auto todo lo
que les ha gustado.
Les
Luthiers, desde el ‘75 a hoy, 37 años de permanencia. De pertenencia. De
propiedad: Les Luthiers es de todos, como el mate, como el tango, como el
fútbol, como los recuerdos de la niñez, o las emociones de la paternidad.
Hay
que ir a verlos, claro. Y hay que decirles gracias, muchas gracias.
21
de agosto de 2015: Leo en el diario que murió Daniel Rabinovich. Se me escapa
una puteada, me enoja, me duele. Cuando se me pasa la bronca, pero no el dolor,
subo al Facebook, a esa pared virtual se puede encontrar espacio para la
expresión inmediata, el monólogo genial en que Rabinovich lee mal. Y me vuelvo
a reír. El legado está intacto.
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