miércoles, 30 de abril de 2014

Betibú y una inseguridad que mata

Mauricio Epsztejn—

¿Ficción o realidad?

Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann

Betibú es una de las novelas de Claudia Piñeiro que llegó al cine, con ella como guionista, fue dirigida por Miguel Cohan, en su segundo largometraje, y tiene como principales protagonistas a Mercedes Morán, Daniel Fanego y Alberto Ammann, a quienes acompaña un elenco que incluye a Lito Cruz, Gerardo Romano y Norman Brisky. Todo un lujo.

Este policial contiene todos los condimentos del género, por lo que mantiene al espectador pendiente de la trama y amarrado a la butaca hasta el final, aunque cada tanto se introduce una cuota de humor que hace reír a la sala sin romper la hilación del relato ni dispersar la atención sobre las características del crimen ni los motivos e intereses que mueven a los personajes para buscar o interferir en el esclarecimiento del hecho.
Quienes lleguen al cine con la novela leída, podrán apreciar la fidelidad esencial que el film guarda con aquella y disfrutarán más la recreación del texto con el lenguaje cinematográfico. Pero aún aquellos que no hayan leído el libro, posiblemente salgan de la sala sintiéndose picados por un bichito que les pide darse una vuelta por las librerías en busca de la novelística de Piñeiro para disfrutar de su pluma ágil y profunda, conocedora íntima del ambiente que describe con solvencia y crudeza, donde desmitifica la leyenda de un lugar paradisíaco y sin conflictos al interior de esos barrios cerrados habitado por un segmento de la clase media.

Claudia Piñeiro y Miguel Cohan
Como bonus adicional, si el espectador o lector es muy ajeno al mundo de la prensa, se llevará una visión —a pinceladas de brocha gorda —y a modo de escueto manual de estilo o de ética periodística, por el que se guían los personajes a los que les toca jugar ese papel o lo leerá un poco más desarrollado en el libro. Y sin equivocarse demasiado, le podrá poner el nombre y apellido que varios homólogos llevan en la vida real. Y no por eso, o mejor dicho, justamente debido a eso, tanto la película como la novela merecen ser leídos y vistos.

Para cerrar este segmento de la nota, vale agregar que el tema de la inseguridad y del crimen, tratados en la novelística de Claudia Piñeiro, trasciende lo machaconamente repetido por la prensa hegemónica durante estos años en el país, incluidos los actuales y el tema de la inseguridad, para mostrarnos lo que realmente sucede detrás de la fachada de “la gente bien”. A partir del género policial, la autora lo trata en varias de sus obras como “Las viudas de los jueves”, “Tuya”, “Las grietas de Jara” e incluso la roza en “Elena sabe”. Todas esas novelas transcurren durante los años que van desde el gobierno menemista hasta los primeros años del kirchnerismo. Es probable que también a eso se deba su éxito en librerías y cines, sin que signifique restarle méritos —que a criterio de quien escribe esta nota son muchos —a los contenidos, a la calidad literaria, ni al formato cinematográfico con que llegan al público. De todos modos, vale la pena aclarar, aunque parezca redundante, que las novelas de Piñeiro son sólo eso, novelas, ficciones, no libros de historia, ni de sociología, ni de política, aunque se refieran a un tiempo concreto, reflejen la mentalidad dominante en un sector social y pinten el clima de época. Por eso mismo el lector o espectador hasta puede equiparar a la ficción con personajes y situaciones conocidos, como él mismo o alguien con el que convive o ha convivido, cuyas emociones, opiniones y contradicciones conoce porque se lo topa a diario y Piñeiro los describe con maestría.

Uno de los aciertos del film, es la fidelidad de la película con el libro, que logra una especial empatía entre el lector y la obra, especialmente si quien se acerca a la obra tiene treinta años o algo más. Una característica del policial de Claudia Piñeiro es que las víctimas y los asesinos pertenecen a la clase media más acomodada y que particularmente en “Las viudas…” y “Betibú” el escenario del crimen es un barrio cerrado, un country, ese refugio presuntamente inviolable y aislado del afuera, del otro, del pobre, del indigente, del portador de rostro o, como se decía a fines del siglo XIX, principio del XX, del lombrosianamente destinado a ser delincuente y asesino, una caracterización que parecía perimida y enterrada, pero revivida en las últimas décadas para estigmatizar a aquellos contra quienes sería necesario prevenirse con seguridad privada, armas, cámaras y demás parafernalia informática, que se ha demostrado inútil contra los delincuentes del mismo pelo que los rodean, pero funcional para infundir temor y estimular las peores actitudes del ser humano, así como beneficiar a los que lucran con el negocio del miedo. Y si los sectores del afuera aparecen en la obra son ubicados en el lugar que lógicamente ocupan dentro de ese mundillo, que es absolutamente marginal, insignificante respecto a lo central de la trama. Está claro que la mirada de Piñeiro no coincide con la que se difunde desde los principales medios.

Por eso, si quieren que les cuente cómo termina la película, no cuenten conmigo. No, no soy tan cruel, como para arruinarles la oportunidad de disfrutarla.

No se la pierdan y si van a los Espacios INCAA, pagarán la entrada a un precio muy accesible.

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