viernes, 31 de mayo de 2013

Una mirada sobre la historia, los bronces, la memoria y los festejos

Mauricio Epsztejn—
“Cuando no recordamos lo que nos pasa,
nos puede suceder la misma cosa.
Son esas mismas cosas que nos marginan,
nos matan la memoria, nos queman las ideas,
nos quitan las palabras... oh...
Si la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia:
la verdadera historia,
quien quiera oír que oiga.”
Juan Carlos Baglieto
Por estas pampas, los meses de mayo, junio y julio suelen ser particularmente pródigos a la hora de distribuir fechas para la evocación de gestas patrias, se refieran a las fundacionales o a períodos más cercanos. En este sentido, los festejos y la alegría son un recurso que le permite a la memoria histórica eludir la solemnidad de quienes creen que lo importante se reduce a recordar el día de la muerte, en lugar de indagar sobre el valor de nuestras raíces, a cuáles se debe ayudar a crecer y a cuáles sólo conservar como muestra de dañinas.
En ese sentido tampoco es casual el creciente interés de la población en general y de los jóvenes en particular, por indagar en nuestra historia. Eso ha llevado a que sectores antes alejados de esta temática, cuestionen a la considerada historia oficial, defendida por los poderes tradicionales, con el acompañamiento de académicos conservadores que usan trapos viejos para sacarle brillo.
Este fenómeno que se venía incubando desde fines del siglo pasado, eclosionó a partir de 2001 por la necesidad de desentrañar sus causas profundas, las que condujeron al desastre.

Entonces se expandió el cuestionamiento a tantos personajes subidos al bronce que no merecían, mientras verdaderos patriotas permanecían en el olvido.

¿Para qué sirve tener memoria histórica?

Es difícil sintetizarlo mejor que en los versos de Juan Carlos Baglieto.
Sin embargo, como hay acontecimientos que ningún gobierno o sector social puede soslayar por la trascendencia que han tenido en la vida del país, es bueno preguntarse el por qué de las distintas interpretaciones.
Nada es casual. Cuando se destaca u oculta el rol jugado por determinados personajes, las condiciones en que les tocó actuar, los intereses en juego y las consecuencias de sus decisiones para la nación y el pueblo, con beneficiados y perjudicados, se descubre que nada es casual y todo se explica.
En los acontecimientos de mayo de 1810 confluyeron diversos grupos cuyo objetivo unificado era sacarse de encima al virrey. Ese fue el límite de los acuerdos. A poco andar, los más comprometidos en impulsar un desarrollo independiente y moderno, acorde a las ideas más avanzadas de la época, chocaron con la resistencia de los grupos locales más acaudalados y dueños del poder económico, sólo interesados en reemplazar el viejo orden colonial por su propio dominio. Esa disputa duró algunos años y terminó con la derrota de los revolucionarios más decididos y principales promotores de la Revolución de Mayo.
La primera víctima que se cobraron fue Mariano Moreno, a quien la historia de “los que ganan” sólo lo recuerda como secretario de la Primera Junta, fundador de “La Gazeta de Buenos Ayres” el 2 de junio de 1810 y muy poco más, ocultando deliberadamente la profundidad de su plan de gobierno, insinuado en sus primeros decretos, catalogados de jacobinos por sus opositores, como si la radicalidad de los mismos fuera una herejía. Eso explica por qué lograron marginarlo y en la práctica, expulsado del poder, y pone en duda la versión sobre la causa de su muerte en alta mar.
Otro pasteurizado por la historiografía conservadora es el doctor Manuel Belgrano, líder del sector más radicalizado y posiblemente el principal ideólogo y teórico de la Revolución. Difusor de las ideas fisiocráticas sobre que la riqueza de las naciones se debe al trabajo agrícola y a la industria, propugnó la distribución de tierras en
parcelas familiares para quienes las quisieran trabajar e impulsó la educación pública, aún durante la colonia, como sustento de ese proyecto.
Cuando la Revolución le pidió que marchara al Paraguay, no dudó en calzarse el improvisado uniforme de General de un ejército al que le sobraba coraje, pero indigente en armas, municiones, pertrechos y conocimientos militares. Ante el fracaso militar de esa campaña, los que derrocaron a Moreno también se ensañaron con él y lo quisieron enjuiciar, con intención de fusilarlo si encontraban cómplices, pero fracasaron por el apoyo de su tropas y de la gente. Por esa razón, la historia de “los que ganan” conmemora el 20 de junio, el día de su muerte, como Día de la Bandera (que él creó el 27 de febrero de 1812), como si ese fuera el hecho más importante de su vida, lo que en parte explica por qué el monumento que lo recuerda en la Plaza de Mayo, lo muestra a caballo y de uniforme militar.
Domingo French y Antonio Luis Beruti, fueron los líderes populares que al frente de los “Chisperos” (hoy los llamarían militantes), el 25 de Mayo de 1810 garantizaron con su presencia en la Plaza que los españoles realistas no pudieran interferir en el libre funcionamiento del Cabildo que destituyó al virrey y nombró a la Primera Junta. Para los divulgadores de la historia de “los que ganan”, su papel en la Revolución se redujo a distribuir escarapelas.
Estos ejemplos, extraídos entre tantos otros, no fueron tomados al azar, sino todo lo contrario. Tienen por objeto señalar el lugar que la historia oficial le reservó a los líderes más radicalizados de esa etapa, que tenía como objetivo marchar hacia un país con un desarrollo independiente, en contraposición a los elementos conservadores a quienes esa historia califica de “moderados” para ocultar los objetivos del proyecto que terminó por imponerse, donde el fin de la colonia no significó un cambio en el poder económico local.
Sin embargo, a pesar de los reveses sufridos en el curso de nuestra breve historia, los ideales de Belgrano, Moreno y otros como ellos, fueron retomados y actualizados por otras generaciones que a costa de ingentes sacrificios e incluso de incomprensiones o circunstanciales pérdidas de rumbo, siguen abriendo brechas en el muro conservador que, desesperadamente y sin escatimar recursos como los del genocidio de la última dictadura, se resiste a resignar sus privilegios.
Por eso es falso que haya un relato histórico neutro, simple engarce de hechos aislados sujetos al capricho o arbitraria voluntad de líderes circunstanciales. Al contrario, por acción u omisión, en su desarrollo participan grupos sociales y líderes concretos, que representan y disputan intereses concretos, cuyos resultados deja ganadores y perdedores, no se debe a fenómenos naturales ni fuerzas divinas.
Toda nuestra historia, desde aquel 25 de mayo de 1810 y aún antes, está atravesada por ese conflicto de intereses del que salió triunfante una clase dirigente que concibió al país y a sí misma como proveedora de materias primas, socia menor y subordinada, primero al Imperio Británico y luego, como hasta ahora, a los Estados Unidos y al gran capital financiero internacional.
Esa clase social cuyo núcleo está en la pampa húmeda y unificó al país bajo su égida en la segunda mitad del siglo XIX, es la que diversificó sus intereses y se alió con los diversos feudos del interior para mantener su dominio y resistir las transformaciones que, a pesar de errores y contradicciones, se vienen abriendo paso desde 2003.
Pero la memoria histórica no sólo sirve para eso, sino también para saber que ningún proceso popular y democrático es irreversible si los pueblos no lo sostienen y olvidan el pasado.
Por eso son peligrosas las prédicas de quienes propugnan olvidar lo que como país nos sucedió y sólo mirar hacia adelante. Son los mismos que se beneficiaron con Videla, se abrazaban con él y lo llamaban Presidente, como los directivos de Clarín y La Nación, que hasta no hace mucho hablaban de la dictadura como “Gobierno militar”, término que fueron rotando hacia “Proceso militar”, para empezar a hablar de “dictadura” y, con el avance de los juicios a los genocidas, de “dictadura militar”… pero hasta allí llegaron, porque llamar las cosas por su nombre completo, por lo que en realidad fue, una “dictadura cívico-militar-eclesiástica”, sería autoincriminarse.
Para esa faena lograron el servicio de quienes para lavar pecados de juventud o madurez actúan con la furia de los conversos y proclaman “que están podridos de hablar de la dictadura militar”.
Pero la memoria histórica también es importante para ver más allá del drama reciente e identificar en el lenguaje cotidiano la corrupción de palabras que lleva a los sectores democráticos y populares a coincidir con quienes están en sus antípodas.
Así se llama Campaña del desierto, al uso que hizo el Presidente Nicolás Avellaneda y su Ministro de Guerra, General Julio Argentino Roca, del Ejército Nacional para apoderarse de dos millones de km2 patagónicos, masacrando a los pueblos originarios que allí habitaban y repartirlas entre los terratenientes que financiaron la campaña.
Se llama Organización Nacional, a la etapa en la cual las tropas federales al mando de Bartolomé Mitre, en complicidad con un Urquiza que defeccionó del ideario sobre un país federal, que aplastó a quienes resistieron a convalidar el dominio de la oligarquía porteña.
Se llama revoluciones (moralizadora, libertadora y argentina), a los golpes de estado cívico-militares de 1930, 1955 y 1966 y Proceso de Reorganización Nacional a la genocida cívico-militar-eclesiástica de 1976. Hay un relato que minimizó hasta casi ocultar, que el 16 de junio de 1955, por primera vez en la historia argentina, aviones de la Armada cuyas alas llevaban pintado el emblema de “Cristo vence”, planificadamente bombardearon a la población civil causando centenares de muertos, con el único objetivo de infundirle terror.
Aún hoy, quienes usaron la Banelco y compraron senadores para hacer pasar leyes que arrasaron conquistas sociales, gritan contra la corrupción; los mismos que congelaron y bajaron salarios y jubilaciones, de golpe y sin avergonzarse, se transformaron en acérrimos defensores de trabajadores y jubilados.
Quienes casi hicieron desaparecer la moneda nacional y emitieron trece tipos de papelitos de colores provinciales y nacionales (Lecops, Patacones, Federales, Cecor, Cecacor, Bonade, Quebracho, Boncafor, Petrom, Público, Bocade, Huarpes, Patacón I), de golpe se preocupan por las reservas y el valor del peso, que ellos dilapidaron y que, guste o no, el kirchnerismo recuperó.
Hasta los genocidas que están siendo juzgados con todas las garantías de la Constitución y la ley, denuncian que los procesos violan la Constitución y se declaran perseguidos políticos.
Por eso, en este mundo del revés, es saludable conocer la verdadera historia, para evitar repetirla.

Memoria y festejo

Este 25 de Mayo también viene con festejo. Es una costumbre mundial festejar o conmemorar algunos aniversarios. Se da en las familias, en las instituciones y en las naciones.
No hay colectividad que se olvide de los quince de la “nena” o los trece del varón si son judíos practicantes, o los cincuenta de casados o los ochenta de la abuela o los cien de Ríver, de Boca, de Huracán o del club que se quiera. Todo aporta al festejo.
También están los de las religiones, claro que a veces vienen controvertidos, como el del milenio cristiano, que para algunos causó pánico porque pensaban que se venía el fin del mundo.
También hay milenios que le sirven a los vivillos para vaticinar catástrofes y obtener jugosos beneficios. Seguramente hay lectores que recuerdan lo del efecto Y2K, que pronosticaba para el año 2000 la caída de los sistemas informáticos. Eso le sirvió a la funcionaria menemista Claudia Bello para hacer negocios millonarios en pesos/dólares, que se evaporaron en medio del bluf, sin que el Estado recuperara ni un dólar ni nadie fuera preso.
Pero también hay fechas, como el Bicentenario de la Revolución de Mayo, que mostraron a millones de personas festejando por las calles del país la recuperación de un país que en 2003 estaba devastado. Fue un festejo multitudinario que desconcertó a los pronosticadores de un final de ciclo kirchnerista, que resultó en un 54% de votos para Cristina Fernández de Kirchner.
Este 25 de Mayo de 2013 se cumplen diez años del día en que Néstor Kirchner asumió la Presidencia y prometió no olvidar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Hubo hechos trascendentes que muestra el cumplimiento de tal compromiso.

Para eso también sirve ejercitar la memoria histórica y, sin perder la paciencia ni responder a la injuria con injuria, seguir adelante, corrigiendo lo que haga falta cuando se mete la pata.

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