viernes, 31 de mayo de 2013

“Hay muchas cosas para hacer con la Filosofía cuando una está atravesada por ella”

Cristian E. Valenzuela Issac – Docente—
Silvia Magnavacca
Miércoles 22 de mayo de 2013, 19horas. Es un miércoles más, como tantos otros, en la vespertina Buenos Aires, en la sala del Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Y en una sala, sentada en una silla, Silvia Magnavacca. ¿Quién es esa mujer rodeada de tantas generaciones de estudiantes y docentes? Ella está allí para charlar y nosotros estamos allí para reencontrarla. Será la primera de una serie de citas propiciadas por el Departamento de Filosofía de la Facultad, que en el marco de tres ciclos distintos incentivarán el debate sobre qué es la Filosofía, las variedades de su quehacer por fuera del ámbito académico, y los distintos modos de construcción social del conocimiento en el área.

Silvia abrirá con su carisma este prometedor encuentro, y para esto se le ha propuesto discurrir sobre la naturaleza del quehacer filosófico. Tal vez el desafío sea tan seductor como ella, que ha aceptado arriesgar una respuesta a tan antigua pregunta. Tal vez la invitación sea un motivo válido para seguir habitando espacios sobre las baldosas de la Facultad. O tal vez, sea un pre-texto para dejarnos sostener por la mano de esta señora, una mano que posee una suavidad obtenida por el fluir de los años, pero que no contradice la solidez y la firmeza de quien ha sabido establecerse y desarrollarse en el ámbito universitario. Esa mano nos guiará desde el siglo XIII hasta hoy en la fugacidad de dos horas y de ese contacto podremos no sólo imaginar disputas medievales en torno a la Filosofía. Ese será el pre-texto. Tomarnos de la mano de Silvia, dejarnos conducir por sus palabras, será poder sentir las pulsaciones de una mujer y de una vida abocada a la Filosofía.

El erotismo de hacer Filosofía

“Hacer Filosofía siempre me ha sonado como hacer el amor. Esto del hacer… Y el amor, por un lado, y la Filosofía, por el otro. Parecen cosas tan inmateriales y tan abstractas. Y sin embargo son tan absolutamente vitales. O deberían serlo…”, observa Silvia al inicio de su exposición. Y siembra, de este modo, un dejo de erotismo y de vida en sus atentos escuchas. Resaltar el “hacer” de una práctica que parece abstracta, dirá, será darle un sentido. Hacer filosofía, para Silvia Magnavacca, será el ejercicio de una influencia sobre la realidad.
Y aquí cobrará relieve la enseñanza de la Filosofía, esa vivificación de la Filosofía en las aulas, ese resistirse a ser doblegados por un interrogante. Y el maestro que escribirá en el pizarrón “El cielo es azul” habilitará la pregunta auténtica. El cielo, ya sabemos lo que es. El azul, también. Pero el filósofo se preguntará por ese nexo llamado ser. Porque el ser atraviesa al individuo y el vislumbrar ese ser se ejerce en el pensar que se da entre maestro y discípulo, en el pensar con otro. De este modo, la clase, para Silvia, se convierte en un auténtico psicoanálisis filosófico. “Un banquete”, dirá sensualmente. Y allí está, en ese sab-or del descubrimiento, en ese sab-er que conmueve hasta al más insípido.

Filosofar, un terreno profundo

En el goce de la filosofía se encuentra una profunda alegría. Pero “la frecuentación de la Filosofía es incompatible con la banalidad”, señalará atentamente Silvia al comentar un opúsculo medieval. “Hay a quienes los cubre la tierra, el deseo de lo terreno; a quienes los consume el fuego, el placer de la carne; o a quienes los postra la rueda voluble de la fortuna”. En este sentido, Silvia destaca que los impedimentos para hacer Filosofía pueden ser varios: desde la excesiva burocratización del sistema universitario o las lógicas políticas a las que se subsumen algunos intelectuales que son tentados para asumir cargos públicos, hasta la superficialidad de ciertas prácticas periodísticas que no se preguntan ni por la vida, ni por el tiempo, ni por la relación entre el individuo y la sociedad.
¿Nos estará insinuando la Profesora Magnavacca, acaso, una invitación a la contemplación pura? En principio, nos señalará: “la Filosofía está allí, es la felicidad en la lucha por el estudio entendido como dedicación”. Felicidad, estudio y dedicación…, nociones que resuenan en su atento público. “Pero ojo —advierte —, quien supone saber nada más que Filosofía termina por no saber tampoco Filosofía, porque pierde contexto de confrontación”. La Filosofía no será una práctica aislada, ni mucho menos se habrá de ejercer en una torre de marfil que le garantice un status de predilección frente a otras prácticas. Es un hacer que no es fácil, un hacer que genera confrontación en el interior del individuo, y que lo conduce también a confrontarse socialmente. Esa Filosofía que es una práctica profunda, no banal, que resulta fundante, que marca un rumbo; esa Filosofía que debe percibir su contexto (social, político y científico), dialogar y confrontarse con él; esa Filosofía que, para Silvia Magnavacca, debe pronunciar una palabra comprometida.

Rostros de una práctica filosófica

Pero su exposición no concluye en sus afirmaciones. Como buena practicante del diálogo erótico socrático, nos incita con su magia a hacerle preguntas. Y al querer saber más sobre sus experiencias de enseñanza, nos relata: “Una vez se me ocurrió armar un curso de Filosofía para chicos de la calle. Me encontré con una serie de chicos, eran todos varones. Eran los que estaban en el comedor, vivían en la villa, a veces dormían en la estación. ¿Qué podía haber en común entre adolescentes de trece y catorce años totalmente desheredados y alguien como yo? Por supuesto no empecé con qué es la justicia… ¿por qué vamos a meter el dedo en la llaga? Iba a ser un ejercicio de sadismo, porque toda su vida es una injusticia viviente. ¿Porque saben lo que me dijo uno de ellos cuando planteamos qué es ser libre? Ser libre es estar solo, me dijo. ¿Qué hemos hecho para recibir semejante respuesta?” Y esta última pregunta pareciera dejarnos en un abismo. A veces las respuestas, en esta lucha por el significado, no bastan y resultan ser desgarradoras. Pero la voz de Silvia no se desmorona y no deja que perdamos la fuerza: “Terminamos en la noción de persona. Yo quería que ellos supieran lo que no sabían: que eran personas. ¡Y se le plantaron al dueño de un bar en el que uno de ellos terminó trabajando! ‘Yo soy una persona’, le dijo”.
Y así, Silvia, que se declara en el tramo final de su ejercicio docente, va concluyendo su discurso. Aplausos, agradecimientos. La cámara está por apagarse y la pregunta que nos convocó pide tregua para desafiarnos en alguna otra ocasión, en otra invitación de los Ciclos 2013 convocados por el Departamento de Filosofía.
La saludamos y sabemos que todavía la podemos escuchar en sus seminarios. Pero algo más necesita un cierre, un broche y Silvia sabe bien con qué frases cerrar los diálogos, cómo cerrar el compás y así invitar al lector a volverse a encontrar con ella cuando lo desee: “Les agradezco muchísimo, muchísimo, que hayan estado aquí esta noche. Ha sido una excelente, brillante, devolución de la vida. Gracias”.

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