Cristian E. Valenzuela Issac – Docente—
Silvia Magnavacca |
Miércoles 22 de
mayo de 2013, 19horas. Es un miércoles más, como tantos otros, en la vespertina
Buenos Aires, en la sala del Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA. Y en una sala, sentada en una silla, Silvia Magnavacca.
¿Quién es esa mujer rodeada de tantas generaciones de estudiantes y docentes? Ella
está allí para charlar y nosotros estamos allí para reencontrarla. Será la
primera de una serie de citas propiciadas por el Departamento de Filosofía de
la Facultad, que en el marco de tres ciclos distintos incentivarán el debate
sobre qué es la Filosofía, las variedades de su quehacer por fuera del ámbito
académico, y los distintos modos de construcción social del conocimiento en el
área.
Silvia abrirá
con su carisma este prometedor encuentro, y para esto se le ha propuesto
discurrir sobre la naturaleza del quehacer filosófico. Tal vez el desafío sea tan
seductor como ella, que ha aceptado arriesgar una respuesta a tan antigua
pregunta. Tal vez la invitación sea un motivo válido para seguir habitando
espacios sobre las baldosas de la Facultad. O tal vez, sea un pre-texto para
dejarnos sostener por la mano de esta señora, una mano que posee una suavidad
obtenida por el fluir de los años, pero que no contradice la solidez y la
firmeza de quien ha sabido establecerse y desarrollarse en el ámbito universitario.
Esa mano nos guiará desde el siglo XIII hasta hoy en la fugacidad de dos horas y
de ese contacto podremos no sólo imaginar disputas medievales en torno a la Filosofía.
Ese será el pre-texto. Tomarnos de la mano de Silvia, dejarnos conducir por sus
palabras, será poder sentir las pulsaciones de una mujer y de una vida abocada a
la Filosofía.
El erotismo de hacer Filosofía
“Hacer Filosofía
siempre me ha sonado como hacer el amor. Esto del hacer… Y el amor, por un
lado, y la Filosofía, por el otro. Parecen cosas tan inmateriales y tan
abstractas. Y sin embargo son tan absolutamente vitales. O deberían serlo…”, observa
Silvia al inicio de su exposición. Y siembra, de este modo, un dejo de erotismo
y de vida en sus atentos escuchas. Resaltar el “hacer” de una práctica que
parece abstracta, dirá, será darle un sentido. Hacer filosofía, para Silvia Magnavacca, será el ejercicio de una
influencia sobre la realidad.
Y aquí cobrará
relieve la enseñanza de la Filosofía, esa vivificación de la Filosofía en las
aulas, ese resistirse a ser doblegados por un interrogante. Y el maestro que
escribirá en el pizarrón “El cielo es azul” habilitará la pregunta auténtica.
El cielo, ya sabemos lo que es. El azul, también. Pero el filósofo se
preguntará por ese nexo llamado ser.
Porque el ser atraviesa al individuo
y el vislumbrar ese ser se ejerce en
el pensar que se da entre maestro y discípulo, en el pensar con otro. De este
modo, la clase, para Silvia, se convierte en un auténtico psicoanálisis
filosófico. “Un banquete”, dirá sensualmente. Y allí está, en ese sab-or del descubrimiento, en ese sab-er que conmueve hasta al más
insípido.
Filosofar, un terreno profundo
En el goce de la
filosofía se encuentra una profunda alegría. Pero “la frecuentación de la Filosofía
es incompatible con la banalidad”, señalará atentamente Silvia al comentar un
opúsculo medieval. “Hay a quienes los cubre la tierra, el deseo de lo terreno;
a quienes los consume el fuego, el placer de la carne; o a quienes los postra
la rueda voluble de la fortuna”. En este sentido, Silvia destaca que los
impedimentos para hacer Filosofía pueden
ser varios: desde la excesiva burocratización del sistema universitario o las
lógicas políticas a las que se subsumen algunos intelectuales que son tentados para
asumir cargos públicos, hasta la superficialidad de ciertas prácticas
periodísticas que no se preguntan ni por la vida, ni por el tiempo, ni por la
relación entre el individuo y la sociedad.
¿Nos estará insinuando
la Profesora Magnavacca, acaso, una invitación a la contemplación pura? En
principio, nos señalará: “la Filosofía está allí, es la felicidad en la lucha
por el estudio entendido como dedicación”. Felicidad, estudio y dedicación…,
nociones que resuenan en su atento público. “Pero ojo —advierte —, quien supone
saber nada más que Filosofía termina por no saber tampoco Filosofía, porque pierde
contexto de confrontación”. La Filosofía no será una práctica aislada, ni mucho
menos se habrá de ejercer en una torre de marfil que le garantice un status de
predilección frente a otras prácticas. Es un hacer que no es fácil, un hacer
que genera confrontación en el interior del individuo, y que lo conduce también
a confrontarse socialmente. Esa Filosofía que es una práctica profunda, no
banal, que resulta fundante, que marca un rumbo; esa Filosofía que debe
percibir su contexto (social, político y científico), dialogar y confrontarse
con él; esa Filosofía que, para Silvia Magnavacca, debe pronunciar una palabra comprometida.
Rostros de una práctica filosófica
Pero
su exposición no concluye en sus afirmaciones. Como buena practicante del
diálogo erótico socrático, nos incita con su magia a hacerle preguntas. Y al querer
saber más sobre sus experiencias de enseñanza, nos relata: “Una vez se me
ocurrió armar un curso de Filosofía para chicos de la calle. Me encontré con
una serie de chicos, eran todos varones. Eran los que estaban en el comedor,
vivían en la villa, a veces dormían en la estación. ¿Qué podía haber en común entre
adolescentes de trece y catorce años totalmente desheredados y alguien como yo?
Por supuesto no empecé con qué es la justicia… ¿por qué vamos a meter el dedo
en la llaga? Iba a ser un ejercicio de sadismo, porque toda su vida es una
injusticia viviente. ¿Porque saben lo que me dijo uno de ellos cuando
planteamos qué es ser libre? Ser libre es estar solo, me dijo. ¿Qué hemos hecho
para recibir semejante respuesta?” Y esta última pregunta pareciera dejarnos en
un abismo. A veces las respuestas, en esta lucha por el significado, no bastan
y resultan ser desgarradoras. Pero la voz de Silvia no se desmorona y no deja
que perdamos la fuerza: “Terminamos en la noción de persona. Yo quería que ellos
supieran lo que no sabían: que eran personas. ¡Y se le plantaron al dueño de un
bar en el que uno de ellos terminó trabajando! ‘Yo soy una persona’, le dijo”.
Y
así, Silvia, que se declara en el tramo final de su ejercicio docente, va
concluyendo su discurso. Aplausos, agradecimientos. La cámara está por apagarse
y la pregunta que nos convocó pide tregua para desafiarnos en alguna otra
ocasión, en otra invitación de los Ciclos 2013 convocados por el Departamento
de Filosofía.
La saludamos y
sabemos que todavía la podemos escuchar en sus seminarios. Pero algo más
necesita un cierre, un broche y Silvia sabe bien con qué frases cerrar los
diálogos, cómo cerrar el compás y así invitar al lector a volverse a encontrar
con ella cuando lo desee: “Les agradezco muchísimo, muchísimo, que hayan estado
aquí esta noche. Ha sido una excelente, brillante, devolución de la vida.
Gracias”.
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