viernes, 25 de mayo de 2012

¿QUEDA LA ESPERANZA?

Mauricio Epsztejn
Los Tatadioses, decía el desteñido cartel que apenas se alcanzaba a leer a la entrada de ese pueblo perdido en medio de la pampa argentina, donde no quedaban ni fantasmas rondando las tumbas y taperas.

Una vez por mes yo lo visitaba para levantar el pedido del único almacén y bar sobreviviente, convencido que de allí ya nada me podía sorprender. Sin embargo esa tarde, al pasar frente a la comisaría, me llamó la atención no ver sentado y tomando mate en la puerta al preso que habitualmente dejaban para cuidarla.
Entre el sol de enero y la polvareda que me venía acompañando desde hacía diez kilómetros, cuando abandoné el pavimento, mi obsesión por llegar al bodegón y prenderme a una cerveza helada para apagar el fuego que consumía mis entrañas, no me dejaba pensar en otra cosa. Una vez sofocado el incendio, intentaría confirmar mis sospechas: el preso, ¿al fin se había fugado?
Cuando estacioné la F-100 al lado de la plaza, apenas podía respirar.
Mientras cruzaba hacia el bar, a través de las ventanas adiviné otra novedad: un insólito movimiento para las recién anunciadas cinco de la tarde.
—¿Queda la esperanza? —escuché no bien pisé el umbral la voz del Filósofo, como en el pueblo llamaban al escéptico ex boticario.
—Deben ser turistas, deben ser —contestó el Jefe. Ese apodo le quedó desde la época en que estaba al frente de la extinta estación ferroviaria. Mientras, alrededor, otros viejos intercambiaban opiniones que reforzaban a golpes de bastón contra el desvencijado piso de madera.
—Es imposible —dictaminó el que llamaban Contador, por ser quien administraba los restos del municipio —. Seguro que son exploradores. En este pueblo no queda nada por ver.
—¡No diga pavadas, exploradores de qué! —replicó el Jefe sin trenes.
—Usted no se entera de lo que pasa en el mundo porque sólo lee diarios viejos. Sepa que los americanos se interesan por nuestros minerales, los que tenemos aquí nomás, pegaditos al pueblo, al alcance de la mano. Es cloruro de sodio puro, como se llama la sal en lenguaje científico, y según comenta la televisión, cada día ellos le descubren nuevas utilid….
—... y usted se traga cualquier estupidez que dice la tele —lo interrumpió el Jefe y agregó —, con su cerebro y su sordera, ¿habrá interpretado bien? Ya que, según usted, la sal cura hasta la jaqueca, la sarna, el empacho y no sé cuántas cosas más, que el Filósofo aproveche y ponga un secadero para llenarse de plata en lugar de reabrir la farmacia que fundió.
— Jefecito, su burla es de ignorante y por eso ni se entera lo que aporta la ciencia. Ojalá vengan los americanos para que este pueblo deje de ser un depósito de viejos como usted.
—Su abuela será vieja. A mi edad me sobran fuerzas para aplastarle la nariz a cipayos con su mentalidad —le mandó. —Sus americanos son norteamericanos que ni los trenes nos dejaron.
— Sean americanos o alemanes lo mismo da si vienen a invertir. Y usted, mejor búsquese un baúl bien antiguo para esconderse adentro con ese discurso que nunca sirvió para nada…
—Yo no escondo mi dignidad —y, mirándolo a los ojos le retrucó —, no soy de los que cambian según como sople el viento.
—Su dignidad… Le voy a ser franco: su dignidad… —y después de una pausa para elegir las palabras, agregó — en los tiempos que corren, ¿sabe por dónde se pasan su dignidad?
—Cuidado con esa lengua tan larga —lo paró el Jefe y con el índice casi le perfora un ojo, mientras le daba un puñetazo a la mesa que hacía saltar los vasos y pocillos.
—¡Termínenla con ese circo —reclamó el Filósofo, tercero del habitual tute político —inventen otro libreto que con éste ya nos tienen hartos! A ver si le responden algo sensato a este montón de viejos embastonados —y abarcó a los presentes con su gesto —¿nos queda alguna esperanza?
Por fuera del núcleo exaltado había otros más tranquilos que hablaban de cosas que yo alcanzaba a oír, tales como fábrica, progreso, albañiles, ferrocarril, desarrollo, un cura párroco, agua...
—Sí señores —retomó el Contador —, si vienen los yanquis, como usted los llama, necesitarán gente capaz, que sepa manejar el municipio, con conocimientos administrativos.
—¿Conocimientos administrativos, dice? No se agrande viejo, que de esos parásitos sobran y son amigos suyos, especialista en acomodarse con los políticos de turno. Si los gringos realmente vienen, buscarán técnicos. Y en este pueblo bien se sabe —y mirando a su alrededor hizo una pausa estratégica, sobradora —que sólo yo reúno tales condiciones.
—¿Técnico usted? —sonó burlón. —Aparte de tomar mate y subir o bajar las barreras que de milagro no se nos mató nadie, ¿qué otra cosa hizo en su vida?
—Por lo menos sé manejar herramientas, mientras que usted, si le sacan el escritorio, ni el culo se sabe limpiar solo.
—Cállese que usted no servía ni para limpiar los asquerosos baños de la estación.
—¡Y usted, ni para sacarle punta a un lápiz!
—Qué me viene a hablar de herramientas, si la única que conoció en su vida fue la palanca para mover las vías…
—… que es más decente que la de buscar acomodos…
—... y ni tiene idea de cómo se usa.
—¿Quiere que la pruebe en su cabeza?
—Si ni tiene fuerza para levantarla.
Lentamente, el reñidero se dividió en dos bandos que fueron subiendo el tono de voz y hasta uno llegó a blandir su bastón. Por suerte, un segundo antes que el batifondo alcanzara su punto de desmadre, el Filósofo descubrió un hilo de sensatez extraviado en el amontonamiento y lo impuso como mandato.
—¡Basta —rugió después de vaciar el último trago de caña! —Si verdaderamente son exploradores y nosotros seguimos aquí delirando, se van a ir sin que nos enteremos de nada. Dejemos las pavadas de lado y vayamos a encarar a esa gente.
—Tiene razón —aprobaron a coro.
Un bando propuso al Jefe como delegado y el otro, para no ser menos, al Contador.
—…y agreguen al Filósofo, que es el único capaz de sujetarles la lengua a los dos.
—¿Se aprueba —no hubo oposición? —Entonces los tres van a ser nuestros representantes.
Mientras esta escena se desarrollaba en el centro del salón, yo, que había llegado hacía poco más de media hora y no entendía de que se trataba, perseguía al dueño del bar de un extremo al otro del mostrador en un vano intento por levantar el pedido del mes. Sin embargo, él estaba tan absorbido por la disputa que ni siquiera me escuchaba. Sólo logré sensibilizar a su ayudante quien, con típica pachorra provinciana me facilitó unas pistas con las que reconstruí el resto.
El lío empezó al amanecer, después de una noche sin luna, una noche de insomnio, calor y mosquitos, en que el preso se asomó a la puerta de la comisaría y desde su miopía divisó extraños movimientos entre los cipreses del cementerio. Eran dos luces que avanzaban perforando las brumas y bien podían ser las de una camioneta. Cuando al fin se apagaron, vio que efectivamente se había detenido una camioneta, de donde bajaron dos individuos vestidos de pantalón corto y camisa clara, que cargaron sus mochilas y se internaron en el salar. La inesperada visión lo sobresaltó, pero sofrenó su impaciencia y esperó la apertura del bar para informar la novedad al Contador, que usaba un rincón como su oficina municipal.
—Me pareció que eran un hombre y una mujer, pero bien pudieron ser dos hombres… —desparramó el miope sobre la mesa del Contador —…o dos mujeres… quién sabe.
De lunes a viernes, desde temprano él se instalaba allí y, sobre la misma mesa en que apoyaba su vaso de ginebra, jugaba a los naipes o resolvía asuntos municipales, según la urgencia o el interlocutor que tuviera delante.
—Te me vas p´al cementerio —le ordenó— y averiguás todo sobre el vehículo y la gente.
—¿Al cementerio me manda? ¿Acaso estoy castigado? ¡Pero si hoy ni siquiera me chupé!
—No me contradigas si querés conservar el calabozo. Obedecé o te vas a vivir a la calle.
Así se inició el día del Contador en que, como única autoridad del pueblo, debía tomar una decisión. Conciliador al fin, la consultó con sus contertulios.
—Analicémoslo después de la siesta —propuso el Jefe. —¿Se acuerdan que a esa hora solíamos encontrar las mejores soluciones, cuando todavía funcionaban el tren y el salar?
Sellado el pacto entre los líderes, el resto acató y dejó correr la mañana hasta que el mástil de la plaza se tragó su propia sombra para indicar que había llegado la hora del almuerzo.
Descansados, a las cuatro y media retomaron el parloteo de todos con y contra todos. No fue necesario pasar lista a los jefes de familia sobrevivientes para verificar el quórum —palabra introducida por el farmacéutico —que otorgara validez a la sesión del bautizado “Cabildo Abierto”. Ninguno dudó que iban a escuchar las mentiras del preso comisionado para investigar a los aparecidos detrás del cementerio, a los que seguramente ni se acercó.
Sin esperar el fin de sus embustes, los líderes se movilizaron arrastrando al tambaleante tropel, al que yo me uní. Cuando pisaron la calle, el sol ya casi se había sumergido tras el horizonte y apurados por llegar atropellaron contra sus sombras hasta el límite que les permitían sus bastones, que iban abandonando sostenidos por la ansiedad. Mientras tanto, impulsados por una esperanza que les aligeró las piernas, los delegados se adelantaron al resto del pelotón.
Gracias a mi juventud pude seguirles el ritmo y percibir tanto su jadeante respiración como la lucha de esos corazones por romper las envejecidas carcasas en que estaban confinados.
—Contador —sonó la extrañamente amigable voz del Jefe —¿se acuerda de los trenes que llegaban a horario…?
—Confíe, que van a volver, igual que el presupuesto municipal, siempre equilibrado...
—¿…y cómo brillaba el andén de la estación…?
—... y que gracias a estos gringos, en verano vamos a tener nuevamente las plazas llenas de gente, con chicos salpicándose en el agua de las fuentes.
—¿…y que entre todas las cuadrillas sumábamos como veinte…?
—Tenga paciencia Jefe —agregó el Contador con inusual tono conciliador —que se van a necesitar más.
—Contador —y, junto a la pregunta casi lo abraza —¿vamos a volver a organizar el carnaval?
—Por supuesto, con comparsas y todo. Hasta de Buenos Aires se nos van a venir.
Al pasar frente a la iglesia y la comisaría, saludaron con los brazos en alto a los fantasmas del cura y el sargento, mientras a cada paso que daban se reconstruía delante de sus ojos el destruido macadán. Más allá, de entre lo que hasta hacía unos minutos había sido sólo una pila de escombros, vieron renacer la remozada estructura del antiguo mercado para derramar a su alrededor los aromas olvidados que brotaban de sus naves.
Durante esa caminata en que a ambos se les cayeron treinta años de encima, el Jefe se irguió y encasquetó la gorra ferroviaria, mientras  el Contador, con su mano por visera horadaba la creciente oscuridad.
—¡Allá están! —exclamaron al unísono.
Y allá estaban los dos rubios grandotes, guardando sus inmensas mochilas dentro del Land Rover y acomodándose en los asientos para encender primero el motor, luego las luces y por último poner el vehículo en movimiento.
—Sí, pero… ¡pero se van… se están yendo, carajo!
—¡Sí… se van… se van estos yanquis de mierda! —gritaron a dúo después de escuchar los portazos y ver cómo, la camioneta con sus ocupantes, se esfumaban entre las tinieblas.

4 comentarios:

  1. Mauricio: Muy bueno. Vi el pueblo y hasta imaginé los personajes, más allá de la ilustración. El tema desarrollado excelente, desde mi punto de vista. Me encantó . Felicitaciones y éxito

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  2. me hace pensar en definir la palabra esperanza. siento que muchas veces "aparece el interes social" cuando ven la viveza ajena interesarse. el solo hecho de saber que alguien puede hacer algo con lo que no hacemos nosotros nos sarandea el calabozo de nuestros sueños dormidos. pero ¿puede la esperanza habitar sueños inertes o abandonos estructurales del sentimiento social? ¿vinieron dos rubios a resucitar los sueños esos, y a reconstruir un pueblo en los recuerdos? ¿que impide que esa reconstruccion de anhelos por nuestros propios motivos? quiza sea que siempre necesitamos "al gran lider aregntinista" y nadie invierte esfuerzos espirituales en el pequeño responsable de su humilde proyecto.

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  3. Grande mauri!! Se te puede llamar así? Muy lindo cuento. Lo lees y lo estás viendo. Grac ias por mandarme la publicación. Un abrazo!!!!

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